Confiado

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《Te heriré por esto. Todavía no sé cómo, pero dame tiempo. Sabrás que la deuda estará pagada》
George R. R. Martín.

Ahora.

Emilio seguía afuera con Tyler, ni siquiera tenía idea de que tanto estaba hablando, no lo estaba escuchando en lo absoluto, tan solo asentía esperando que no fueran preguntas.

Jamás había estado tan aburrido en su vida, él había sido su mejor amigo todo el tiempo que estuvo en Los Ángeles al igual que fue quien lo ayudó a superar su antigua relación, en verdad estaba agradecido con él.

Pero ahora lo único que quería era que subiera a su auto y se fuera, no tenía ánimos de estas sentado a su lado fingiendo que le importaba lo que sea que estuviera diciendo.

— ¿Me estás escuchando?

— Claro. — mintió.

El mayor lo miró incrédulo sin poder convencerse con esa respuesta, había estado hablando y se sentía completamente ignorado.

No estaba pensando en Joaquín, ¿Cierto? Tenía que estar jugando, no podía hacerlo.

Ella le cortaría la cabeza si no lo superaba, necesitaba su atención y no la tenía en lo absoluto.

Una fila de cuatro autos se acercaron para estacionarse en la casa de enfrente, no pudo evitar fruncir el ceño ante ello.

De ellos bajaron hombres vestidos de traje, pudo reconocer a los del primer auto, eran abogados de Joaquín.

Se puso de pie de manera abrupta cuando comenzaron a bajar de los otros autos, su boca se abrió pero nada bueno salía de ella, el terror se reflejó en su mirada.

No podía estar allí, todo se había terminado.

¡Joaquín lo dejó claro!

Sus ojos se encontraron con los de ese hombre quien le sonrió con los enormes aires de grandeza que alimentaban su ego.

Félix estaba en la sala en compañía de Renata, no podía negar que se sentía un tanto incómodo, no tenía idea de quién era ella y se habían mantenido en completo silencio, estuvo tecleando en su teléfono por lo que dedujo que no tenía intenciones de hablar con él.

Estaba por ponerse de pie e irse, podía pedirle su teléfono y llamarlo más tarde, no hacía falta sentir que estaba completamente solo en esa casa.

El timbre sonó por todo el lugar sacándolo de sus pensamientos.

Renata se puso de pie para abrir la puerta, no se molestaron en saludar y perder el tiempo.

Los abogados de Joaquín la hicieron a un lado sin sutileza para entrar, detrás de ellos venían algunas personas del equipo de seguridad que se encontraba en México, no los había visto desde que rompió su contrato, esas personas no trabajaban para él, lo hacían con él que era distinto.

Sus ojos miel se encontraron con aquella mirada oscura, al igual que con Emilio, sonrió al ver el terror en la de la menor.

— No puedes estar aquí. — dijo. — Ya sabes la respuesta de Joaquín.

— Créeme, hoy cambiará de opinión.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora