Estrella fugaz.

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Fanadry de mí, para tú

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El sol comenzaba a caer, los débiles rayos del sol se reflejaban en sus rostros iluminando sus miradas, las aves volaban en el cielo hacia el mañana.

En busca de un nuevo sol mientras el antiguo se ocultaba tras las enormes montañas.

El cielo era coloreado por los hermosos colores del atardecer, tonos rosas, morados y naranjas en toda su anatomía.

En un mirador oculto por grandes árboles se encontraban dos chicos sentados en el suelo, el rizado rodeaba la cintura de su pareja mientras su cabeza estaba apoyada en su hombro, el castaño lo abrazaba de vuelta.

La vista era magnífica, un mágico atardecer por los cielos dando paso a la luna, se veía toda la ciudad desde ahí, podían apreciar como las luces de todo Los Angeles eran encendidas.

Estaban ahí por una lluvia de estrellas caería esa noche, la oscuridad se hizo presente siendo opacada por la luz de la brillante luna, las estrellas regadas por el cielo se adueñaron de él.

Nada era tan hermoso como el chico rizado que lo acompañaba, ningún espectáculo sería tan hipnotizante como su sonrisa, ninguna pequeña estrella brillaría tanto como sus ojos marrones, ningún atardecer sería artístico como su pareja.

Se estaba perdiendo las estrellas en el cielo porque la suya estaba entre sus brazos, la que tenía el brillo más precioso de toda la galaxia, no necesitaba mirar el cielo en busca de una luz que lo guiará en la oscuridad, ya tenía la suya y poseía la sonrisa más hermosa que alguna vez haya visto.

— Es una estrella fugaz. — dijo Emilio señalando una de las tantas que brillaban cayendo con rapidez. — pide un deseo.

— Deseo un deportivo. — contestó bromeando mientras lo picaba ligeramente con su dedo haciéndolo reír.

— Puedes conseguirlo para aumentar tu ego. — contestó de igual manera. — ¿Cuál es tu mayor deseo?

— Mi mayor deseo es... — su voz era baja, suave, se quedó callado unos instantes pensando en que era aquello que deseaba con toda el alma, el rizado se separó un poco para poder verlo, él tan solo le sonrió. — No hay nada en el universo que desee más que estar contigo... Ni un auto, ni una casa, ni un trabajo, ni un viaje... Ni una familia... — lo tomo suavemente del mentón para poder mirarlo directamente a esos ojos que se adueñaban de sus sentidos. — No necesito hijos.

El rizado bajó la mirada, Joaquín sabía lo mucho que le estaba afectando el hecho de que sin importar cuánto lo intentarán, cuánto rezarán o que brujería practicarán, jamás podrían tener un hijo de ambos.

Emilio realmente creía que estaba matando una ilusión en él.

— Lo siento tanto. — se disculpo de nuevo, el castaño volvió a buscar su mirada sonriéndole con ternura una vez que lo encontró.

— ¿Sabes cuál es mi deseo más profundo? — negó. — Deseo que tú seas mi familia... Quiero despertar cada mañana y saber que tú estás ahí... Deseo que me permitas amarte eternamente, anhelo poder ser tu esposo y hacerte tan feliz como tú a mí.  

— ¿Lo dices en serio? — preguntó mordiendo su labio inferior con timidez.

— Muy en serio. — contestó. — Mi mayor ilusión es comenzar mis días contigo y terminarlos a tu lado... No quiero nada más que a ti, eres todo lo que deseo.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora