Sasha Greene.

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Los rayos del sol atravesaban levemente las oscuras cortinas color vino, dando una iluminación tenue en la habitación.

Se escuchaba el canto de las aves anunciando el inicio de un nuevo día, una nueva vida. Emilio despertó encontrándose con la imagen de Joaquín boca abajo, dándole la espalda al techo, con su brazo rodeando su cintura.

Escuchaba los leves ronquidos casi inaudibles, estaba profundamente dormido, acariciaba con suavidad sus mejillas coloreadas por ese tono carmín, apreciando la tranquilidad en su rostro, sus largas pestañas, sus finos cabellos de oro cayendo por su frente, sus rosados labios entreabiertos.

Pudo ver cómo unía el entrecejo,  preguntándose qué veía en sus sueños, sabía que sus pesadillas ya no eran tan recurrentes, sin embargo, estás tampoco se habían ido por completo.

Pudo escucharlo balbucear algunas cosas en pequeños susurros de los que tan solo pudo entender unas palabras. «dejalo» y «no lo toques».

— ¿Que sucede, mi amor? — le susurró. 

— No hables con Carl... — susurró en un pequeño hilo de voz. — Yo soy tu novio... — sus ojos seguían cerrados, sumido en aquel sueño.

Volvió a quedarse en silencio, una pequeña sonrisa se dibujo sobre su labios. Emilio lo observaba con una sonrisa divertida en el rostro, preguntándose si es que estaba soñando con lo que ocurrió el día anterior, reconociendo el nombre de aquel chico que lo había puesto tan celoso en un segundo.

Se acercó un poco, causándole cosquillas cuando el bello en su rostro rozo contra su piel al descubierto. Dejo un suave beso sobre sus labios saliendo de la cama con sumo cuidado.

Se vistió saliendo de la habitación en silencio.
Escuchaba el silencio en los alrededores, únicamente interrumpido por el sonido de la naturaleza.

Se escuchaba la tranquilidad en el aire, se sentía la felicidad en sus corazones. Fue hacia la cocina preparando café. Pensaba en el día anterior.

Ese había sido el comienzo de su nueva relación, su nueva vida juntos, dejando el pasado como lo que era, pasado, enterrandolo tres metros bajo tierra donde ya no pudiera dañar a nadie.

Todo se sentía tan bien de repente, sin preocupaciones. Únicamente disfrutando del momento, de sí mismos, nada importaba más que ellos dos. Ambos eran el universo entero del otro, las estrellas no brillaban, opacadas por el brillo de sus miradas llenas de ilusión, el destello en sus corazones llevándose la atención. Convirtiéndose en los nuevos cuerpos celestes iluminando su mundo.

Unos brazos grandes lo abrazaron por detrás con tanto amor como solo él sabía hacerlo, pronto sintió su mentón apoyándose sobre su hombro, y sus suaves labios dejando un dulce beso sobre su mejilla.

Una sonrisa se dibujó sobre sus labios al sentir su toque, todo era tan diferente, todo era real. Por primera vez sentía como su relación era completa, ya no existía esa inseguridad de sentir que Joaquín podría irse con alguien más en cualquier momento, ese miedo de que él prefiriera involucrarse con alguien de su alocado mundo, tal como lo era Andrés.

Joaquín lo amaba más de lo que se ama a sí mismo, dispuesto a dar su vida por él. Después de tanto tiempo se sentía el amor mutuo, completamente compartido.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó con su voz ronca aún adormilada.

— No quería despertarte. — respondió suavemente.

El castaño puso sus manos sobre las suyas sosteniendo la taza de café que tenía entre sus dedos llevándola hacia sus labios, bebiendo un poco de este.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora