Su pulso es débil.

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Narrador:

Era casi media noche cuando Guzmán y doña Mary se encontraban en la cocina hablando, la madre de Joaquín había llamado hace poco anunciando que adelantó su vuelo, estaría allí cuanto antes, el mayor parecía contento con ello, emocionado por saber que pronto aquella mujer estaría cerca de nuevo, sus lindos ojos nuevamente se encontrarían con los suyos, evitaba a toda costa las preguntas de Mary al respecto, ella aseguraba que él estaba perdidamente enamorado de Elizabeth, pero no, él no iba a aceptarlo, le temía al rechazo.

Después de su pequeño debate y de evadir lo que era la realidad, Mary se fue de allí dándole espacio, subió las escaleras dirigiéndose a la última habitación del corredor, quería decirle tanto a Joaquín cómo a Renata que su madre llegaría antes. Tocó la puerta un par de veces pero nadie le abría, a través de las rendijas podía verse la luz del televisor provenientes del interior, volvió a tocar una vez más pero no obtenía la respuesta, la puerta no tenía el cerrojo. Debatiéndose mentalmente en si debería entrar o no, lo conocía perfectamente, temiendo encontrarlo en una situación comprometedora. Finalmente lo hizo, temerosa de la posible escena que pudiera presenciar, al abrirla por completo no pudo apartar la mirada, ambos se encontraban en pijamas, dormidos, la cabeza de Joaquín descansaba sobre el hombro de Emilio, al mismo tiempo que su rostro se escondía en él, su brazo rodeaba su cintura aferrándose a él, aquel suéter holgado cubría sus manos, mientras que el rizado también lo abrazaba por completo, atrayéndolo a su cuerpo. Era una imagen tan tierna desde sus ojos, alegrándose de que se tuvieran mutuamente. Entro para apagar el televisor y salir sin hacer el menor ruido, dejaría que fuera una sorpresa.

La tormenta caía con fuerza allá afuera, hacía un frío atroz, las gotas de lluvia se estrellaban contra la ventana, pero esa noche no pudieron despertarlo, su miedo a las tormentas parecía no existir, durmiendo en plenitud con su pareja, sintiéndose tranquilo. Esa vez las pesadillas no lo acorralaron provocando su frecuente insomnio, fueron intercambiados por una película de buenos recuerdos en compañía del rizado.

Ambos dormían entre los brazos del otro, sintiendo la calidez de sus cuerpos, sintiéndose cerca incluso en sus sueños más profundos. En pequeño universo en el que solo existían ellos dos.

La mañana siguiente, Emilio despertó encontrándose con la imagen del castaño durmiendo junto a él, sus largas pestañas reflejadas por los tenues rayos del sol, sus mejillas coloreadas de un ligero color carmesí, su respiración era profunda, podía escuchar pequeños ronquidos de su parte, recordando casi de inmediato aquel video, una sonrisa se formó en su rostro mientras pasaba sus dedos a través de sus finos cabellos. Su agarre cobro fuerza atrayéndolo a él, su mano viajo a la suya entrelazando sus dedos, está se mantenía en un leve movimiento, frías como los últimos días. Comenzó a moverse un poco para después abrir sus ojos encontrándose con los suyos, había una pequeña sonrisa en su rostro, se acercó dejando un beso sobre sus labios, atrapandolos en un gesto tierno, moviéndose en un ritmo lento.

— ¿Cómo dormiste?

— Bien, la noche de ayer... Fue genial... A tu lado todo lo es... Incluso esas tontas películas.

— ¿Disculpa? — preguntó haciéndose el ofendido. — no finjas, las amaste.

Se incorporó en la cama sentándose, recargando su espalda contra el respaldo, mirándolo directamente a sus ojos marrones, puso su mano sobre su mejilla, dejando suaves caricias.

— Te amo a ti.

Le sonrió en respuesta, amaba cada centímetro de él, todo aquello que lo complementaba, era perfecto para él, aquello a lo que él solía llamar defectos era lo que amaba aún más, por qué era simplemente divino.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora