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Veintiún años antes.

—¡Ella es un demonio!— Eloísa se queja echando literalmente fuego por sus manos. —¡Además, de que sabes perfectamente quién es y no necesitas que te lo repita y te lo grite a los cuatro vientos!— Brama con sus ojos cargados de rabia y de llamas.

Roath suelta una carcajada ronca que inunda toda la habitación, no pudiendo creer el descaro con que la mujer que tiene enfrente le está hablando.

Lamentablemente, para él, esa mujer es el amor de su vida y tampoco puede rechazar cualquier tipo de conexión que tiene para con ella.

—¡Te puedo asegurar que puedo verlo con mis propios ojos, pero si no dejas que ella viva en la tierra, van a tomarla para cosas terribles!— Su padre la intenta proteger a toda costa.

Dándose cuenta de que Eloísa lo único que quería era más poder a costa de su hija, y es por eso que le convenía tenerla cerca de ella en el infierno, para poder cerciorarse de una manera u otra que podría quitar de su trono a su mismísimo jefe.

Siendo, qué para él, el guardián de las almas, era algo verdaderamente desagradable hasta de sólo escucharlo y pensarlo, siendo que no podía con la gente que necesitaba regocijarse de poder a toda costa para obtener mayor satisfacción en base al daño de los demás.

Ya eran demonios, y cada uno de ellos ocupaba un puesto en particular específico, y con demasiada carga sobre sus hombros, no pudiendo llegar a comprender cómo es que quería todavía aún más.

Y peor aún, qué ese poder fuera a través de un simple bebé que no tenía la culpa de nada.

—¡Yo la puedo proteger, y no necesita estar en el estúpido mundo humano para que eso sea una realidad!— Se queja furiosa, viendo cómo se alejan con su hija en brazos y ella es encadenada de manos y piernas.

Roath pasa una mano por el puente de su nariz, haciendo un esfuerzo enorme por mantener la calma.

Algo que no le sale del todo bien, y que es más que obvio que Eloísa se da cuenta de que está perdiendo los estribos, y por eso mismo se abusa de aquello insistiendo más con lo que quiere lograr.

—¡No queres a la niña, Eloisa, desde que te enteraste que estabas embarazada de ella que nunca la quisiste, y ahora no vengas a querer hacerme creer que es todo lo contrario!— Se queja extenuado. —Solo deseas lo que ella lleva corriendo por sus venas.— Escupe y la señala.

La mujer sonríe al escuchar tales palabras.

—¡¡La niña estando conmigo lo tendrá absolutamente todo!!— Sus ojos se tornan más oscuros por los cambios emocionales que la acarrean ahora mismo.

No teniendo ningún inconveniente en demostrarle que puede afilar sus garras y lanzarse contra él en cualquier momento si no cumple con la petición que le está exigiendo.

Roath traga saliva y achina sus ojos gracias a las cenizas que comienzan a dar vuelta por toda la habitación.

—¡¡Ambos sabemos que es no es más que blasfemia, Eloísa!! Deja que ella tenga una vida digna de un demonio de tal poder cómo lo sos vos y del padre que le ha tocado, ella no tiene la culpa.— Insiste con la angustia carcomiendo cada parte de su piel.

Desde que vio a aquella pequeña, supo que la protegería de si mismo, tal así qué si tuviera que pedirle ayuda al mismísimo diablo también lo haría, obteniendo él lo que quisiera a parte de cambio.

—¡Su padre no es más que un imbécil, Roath, no me hagas mencionarlo!— Escupe con recelo.

Roath la ignora, cómo estuvo haciendo desde que dio a luz a la pequeña niña, niña que se convertiría en la luz de sus ojos.

El Hijo de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora