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Se encontraba pintando bajo la protección de un techo en medio del parque, siendo su único refugio de la lluvia que había comenzado hace ya días.

Sinceramente, no esperaba encontrarse con aquél pequeño por allí.

- ¡Yoonnie!

Era tierno, o al menos para él lo era. Llevaba puesto un chubasquero verde en forma de rana y uno de sus dientes se habían caído, haciendo que su sonrisa estuviese incompleta. Pero aquello se unía con su baja estatura en comparación suya, a su apariencia regordeta y sus mejillas sonrojadas por la lluvia y hacia que su pecho se oprimiese con ternura.

- Hola... – algo curioso, miró a su alrededor, no encontrando rastro de sus progenitores en ningún sitio – ¿Dónde están tus padres?

No era la primera vez que le veía ahí, pero era la primera vez que se lo encontraba solo en medio de una tormenta.

Puede que solo se hubiesen visto un par de veces antes, de hecho, lo hizo mientras jugaba con su viejo balón en la pista. Pero ese día fue el primero en que no le importó que un niño menor que él le abrazase, empapándolo con el agua de lluvia sobre su chubasquero.

- No gusta la lluvia...

No solía suceder, pero sonrió, lo hizo justo antes de cogerle en brazos, no importándole lo más mínimo que pudiese mojarse y resfriarse.

Tan solo le dió refugio en su pecho y le abrazó hasta que entró en calor. ntonces dejó de abrazarle con fuerza y le miró fijamente, sonriendo con sus dientes torcidos y de leche mientras ponía una mano en su mejilla.

- Me gustan tus ojos, Yoonnie Hyung. – aún con esa sonrisa enmarcada entre sus gordos labios, tapó uno de sus orbes, riendo al ver que así parecía que sus ojos eran negros como los suyos. Sin embargo, cuando cambiaba su mano su mirada - a parte de por la protección y el cariño que le transmitía - se sentía más dulce y pura – ¡Papi dice que tus ojos son algo muy muy especial!

Dándole una sutil sonrisa, negó, suspirando aún con el pequeño en brazos.

- No son especiales... Son raros y feos.

Al decir aquello, recordó todas las veces en la que tanto su familia como sus compañeros de clase le habían criticado por su heterochromia. Recordó cómo su madre le compró unas lentillas y le enseñó a ponérselas para que ambos ojos se vieran negros al completo y poder así pasar desapercibido.

De todas formas, su flequillo tapaba siempre ese ojo, así que nadie solía darse cuenta de su defecto genético.

- A mí me gustan los ojos de Hyungie, parecen de un gatito.

Entonces volvió a sentir ternura por su presencia, pero no podía dejar que ese sentimiento le invadiera por mucho tiempo o luego le echaría demasiado de menos. Tanto a él como a lo que provocaba en su interior.

- ¡JiMin-ah! – corriendo, uno de sus padres se acercó a ellos con un paraguas, recibiendo un abrazo del aún pequeño JiMin, quién señaló al niño de casi once años con una sonrisa.

- ¿Pede venir Yoonnie a comer a casa?

Min le dijo que no era necesario, que podían seguir con su camino tranquilos pero, en contra del resto, él sí se fijó en sus ojeras y su delgado cuerpo. En las heridas de sus piernas y la sucia ropa desgastada que llevaba.
Había visto a ese niño en varias ocasiones con su hijo, siempre estaba solo en el parque o en la cancha de baloncesto, jugando con su pelota y dejándosela a JiMin cuando su hijo se acercaba a él.

Le había visto de lejos y, se le veía triste, cansado y... Sentía que podría desmayarse en cualquier momento. De hecho, le vio durmiendo en varias ocasiones en bancos o en las mesas de picnic, apoyando la cabeza sobre aquél cuaderno donde hacia los deberes para el colegio y guardaba sus dibujos. Desde que le ayudó a encontrar a su hijo por primera vez, no le había vuelto a ver tan de cerca.

- ¿Quieres venir a casa con nosotros? – algo inseguro, dió un paso atrás, recogiendo sus lápices rotos y los folios con manchas de agua salada para después meterlos en su mochila algo estropeada por el paso del tiempo y las gotas de lluvia.

- No me dejan hablar con desconocidos... – su voz sonó bastante practicada, pero al coger JiMin su camiseta con un suave puchero, no pudo resistirse, no al ver sus labios abultados en un suave puchero – Yo... Está bien, pero no puedo volver tarde a casa.

Sonriendo suavemente, el mayor le preguntó si llevaba paraguas, a lo que negó y permitió que aquél hombre le compartiera el resguardo hasta llegar a su hogar, donde sintió un calor y un confort completamente nuevo para él.

- ¿Qué hacías solo en el parque, YoonGi-ah?

Algo tímido a la hora de quitarse los zapatos, negó con su cabeza, restándole importancia a la realidad. Por la insistencia, le respondió en un casi inaudible susurro.

- Padre no quería que le molestase...

Notó que no se sentía cómodo con ese tipo de preguntas, así que solo le pidió que cuidara de JiMin mientras él hacía algo de comer para ellos. El pequeño corrió instintivamente hasta su habitación para enseñarle sus dibujos y sus juguetes, pero YoonGi solo pudo mirar completamente impresionado la gran y decorada habitación que tenía el pequeño a su lado. La enorme cantidad de juguetes que tenía era algo que no había visto nunca antes, así que solo pudo observarlo todo con sorpresa y algo de envidia.

- ¡Niños, la merienda está lista! – JiMin salió corriendo, dando algunos traspiés de vez en cuando, pero el pálido pelinegro no lo hizo, solo se quedó mirando la estantería de juguetes y todo lo que él nunca había tenido – A veces creo que Mimi está un poco consentido.

Negando, el pequeño miró al otro, aunque pronto desvió la mirada hacia sus pies. Recordando una de las normas impuestas por sus padres: no mires a los ojos.

- Tiene suerte de tener unos padres como ustedes...

Era evidente que ese niño no estaba bien. No tenía ningún brillo como lo hacían los demás niños de su edad, no sonreía mostrando sus dientes. Solo hacía muecas por compromiso durante unos segundos y volvía a bajar la mirada.
El flequillo le tapaba el rostro y, bajo la capa de pelo, unas grandes ojeras eran ocultadas junto a la heterocromía de sus ojos. Su piel pálida y amarillenta por tener una mala alimentación, su ropa siempre con roturas, su cuerpo apenas sin fuerzas por no comer lo necesario... No sabía cómo le trataban en casa aquél entonces, pero podía hacerse una ligera idea solo con verle y escuchar su voz débil y desgastada.

- Oye... ¿Qué te parece si hacemos un trato?

Elevando la mirada apenas sin vida, le preguntó de qué hablaba, recibiendo una sonrisa de su parte antes de que se agachase hasta estar a su altura.

- Nosotros siempre estamos en casa para que Mimi no se quede solo porque es muy pequeño aún... ¿Qué te parece si vienes a cuidar de él y así podéis jugar juntos? – entonces lo vió. Vió una pequeña chispa en sus vacíos ojos y pudo asegurar que fue a causa de las lágrimas que empezaron a acumularse en ellos – Seamos amigos los cuatro ¿Te parece bien?

Tragándose las lágrimas, asintió, pero no pudo evitar soltar alguna gota salada al abrazarle el mayor con cuidado.

Se aferró a él cuando acarició su cabello algo sucio y estropeado, notando las heridas en su cabeza que de lejos no fue capaz de ver y que causaban que algunos mechones se desprendieran.

- Gra.Gracias, señor Park. – sorbiendo su pequeña nariz y pasando sus aún pequeñas manos sobre sus ojos para secar las lágrimas sin ningún tipo de cuidado, hizo una reverencia de noventa grados, partiendo así el corazón de cierto hombre.

- No hace falta que me des las gracias. Y puedes llamarme YungMin, ahora somos amigos. – sonriendo, le hizo retirar su reverencia, pasando un brazo sobre sus hombros mientras acariciaba su cabello con cuidado de no hacerle daño en las heridas allí presentes – Vamos a comer algo ¿Tienes hambre?

- Sí, señor Park.

ᴳʳᵃᶜⁱᵃˢ ᵖᵒʳ ˡᵉᵉʳ ʸ ᵛᵒᵗᵃʳ

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Memorias de un idiota 2 «ᴶⁱᵐˢᵘ/ʸᵒᵒⁿᵐⁱⁿ»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora