Ella es cómo un canguro

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Eleanor

Estoy en clase con mi querido profesor, pero debido a la ajetreada noche de ayer, no pude descansar. Siento que el sueño me está matando y en cualquier instante caeré rendida. Lo lamento, pero me echaré una pequeña siesta. Bostezo cansada y caigo rendida en el escritorio. No me importa si me miran dormir durante la clase.

Vaya, qué bien se siente dormir, hasta que siento unos finos dedos acariciando detrás de mi oreja, interrumpiendo mi amado sueño. Frunzo el ceño molesta. ¿Quién se atreve a interrumpir mi hermoso sueño? Apenas logro abrir los ojos.

Su brillo me asombra.

—¿Eres un ángel? —pregunto con una sonrisa tonta.

—Un ángel caído, tal vez... Te dejé muy cansada ayer, lo siento. —responde Caleb, arqueando una sonrisa con la cual me cautiva. Lo amo.

Me mira con su sonrisa tan hermosa.

—¿Dónde están todos? —pregunto al observar que el salón está vacío.

—La clase terminó hace media hora.

—¿Qué?

¿En serio dormí tanto?

...

Estoy en la cafetería de la universidad, sentada en una mesa junto a Esteban. Él está concentrado degustando un yogur mientras yo estoy hundida en mis pensamientos, mejor dicho, en los bellos recuerdos de los días anteriores. Me estremezco al recordar cada toque, cada beso, cada sacudida que me hizo temblar de placer. Uhh, sentir sus besos por mi espina dorsal es una de las mejores sensaciones que he experimentado, más cuando es la primera vez que tocan lugares de mi cuerpo que ni siquiera yo he llegado a tocar. Cierro los ojos, mi piel se ha erizado como cuando él depositó sus húmedos besos entre mordiscos en mi carne. Paso mi mano por detrás de mi cuello, masajeando en ese mismo lugar que a él le encantó besarme sin control. Siento un calor que me recorre el cuerpo ante tales pensamientos, aun sin mencionar que pude disfrutar con mis manos ese cuerpo, de su tonificada espalda que arañé con fuerza. Me deleitó con cada recuerdo. Deseo volver a unirme en uno solo.

Abro los ojos de golpe y me encuentro con Esteban observándome perplejo y boquiabierto.
Quedo tiesa.

—¿Qué? ¿Ya te lo cogist*? —pregunta él.

Palidezco de la pena, este chico es muy directo.

—¿Qué? No. —Trato de negarlo.

Por un momento, Esteban cucharea su yogurt exagerando sus movimientos, haciendo un gran ruido. Levanta la vista y me observa detenidamente.

—Maldita perra suertuda, si te lo cogist*... No mientas, esa cara me lo dice todo.

—Cállate, Esteban —le digo entredientes.

—¿Cómo lo tiene?

Agrando los ojos por sus preguntas tan incómodas, pero sin controlarlo, arqueo una sonrisa coqueta al recordar. Me ruborizo.

—Ya, ya, ya... Seguro se dan como cajón que no cierra.

—Ya cállate, me avergüenzas... No te contaré nada.

—Mmm, qué aguafiestas.

Llega Fátima interrumpiéndonos, nos quedamos en silencio.

—¿Por qué se quedan callados? —pregunta Fátima.

—Oh, no es nada... Solo que nuestra amiga ya volvió con su lindo profesor, sabía que volverían —dice Esteban con entusiasmo.

Fátima frunce el ceño molesta.

Mi Maestro Es Mi VecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora