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Una Eternidad de Luto. Si el amor es un sueño, entonces la realidad es la peor pesadilla.
La noche se extendía como un velo de duelo sobre el mundo, y la luna, fría y distante, se alzaba como un testigo indiferente del dolor que se derramaba en la tierra. Obito Uchiha estaba allí, de pie en lo alto de un risco, observando Konoha con el único ojo que aún conservaba la luz de su pasado. Su máscara de espiral cubría su rostro, pero detrás de ella, la herida seguía abierta, supurando odio y tristeza en iguales proporciones.
El viento arrastraba el aroma a pino y lluvia fresca, pero para él, la brisa solo traía consigo el eco de un nombre que jamás podría olvidar.
[T/N].
El peso de su ausencia era un espectro invisible que lo perseguía desde hacía años, un fantasma que nunca le permitía descansar. La imagen de su sonrisa persistía en su mente como un tatuaje ardiente, su voz aún resonaba en su alma destrozada. El tiempo había seguido su curso implacable, pero para él, todo se había detenido el día en que ella exhaló su último aliento en sus brazos.
El día en que el amor murió junto con ella. Ahora, la única llama que ardía en su interior era la del rencor.
Las sombras lo envolvían con su abrazo familiar mientras observaba la aldea con una mezcla de desprecio y melancolía. Alguna vez, ese lugar había sido un hogar, un sitio que albergaba risas, sueños y promesas. Pero ahora... ahora solo era la cuna de sus pesadillas.
Y todo... todo comenzó con ella.
El sol se filtraba entre las hojas de los árboles, pintando el suelo del bosque con parches de luz dorada. Obito corría detrás de [T/N], tratando de alcanzarla mientras ella reía con esa dulzura que le hacía olvidar cualquier otra cosa en el mundo.
—¡Espera! —gritó él, jadeando entre carcajadas—. ¡No juegues sucio, eres más rápida que yo!
Ella se giró, con las manos en la cintura y una sonrisa traviesa.
—No es mi culpa que seas lento, Obito.
Él infló las mejillas en una mueca de falsa indignación, pero cuando la miró bien, toda queja se desvaneció en su garganta.
Ella era hermosa. No de la manera que los poemas describen, sino de esa forma en que la belleza se filtra en los momentos más simples, en la manera en que el sol resalta el brillo de su cabello, en la manera en que su risa es más cálida que cualquier verano.
—Si sigues mirándome así, voy a pensar que tienes algo en mente —bromeó ella, acercándose a él.
Obito tragó saliva y desvió la mirada con torpeza.