Harry se tomó todo el tiempo que pudo para cerrar la puerta del salón porque quería escuchar lo que estaba pasando abajo. Era evidente que Sirius había conseguido cerrar las cortinas y tapar el retrato de su madre, porque ésta dejó de gritar. Harry oyó que Sirius andaba por el vestíbulo, y luego, el tintineo de la cadenilla de la puerta de la calle y una voz grave que identificó como la de Kingsley Shacklebolt, que decía:
—Hestia acaba de relevarme, así que ahora tiene la capa de Moody. Me ha parecido oportuno comunicar a Dumbledore...
Harry notó los ojos de la señora Weasley clavados en su nuca, así que cerró con pesar la puerta del salón y se unió a la brigada de limpieza dedoxys.
La señora Weasley estaba encorvada sobre la página correspondiente a las doxys de Gilderoy Lockhart: guía de las plagas en el hogar, que estaba abierto encima del sofá.
—Bueno, muchachos, tienen que ir con cuidado porque las doxys muerden y sus dientes son venenosos. Aquí tengo una botella de antídoto, pero preferiría no tener que utilizarlo. —Se enderezó, se plantó delante de las cortinas e hizo señas a los demás para que se acercaran—. Cuando dé la orden, empiecen a rociar las cortinas —dijo—. Ellas saldrán volando hacia nosotros, o eso espero, pero en los pulverizadores dice que con una sola rociada quedan paralizadas. Cuando estén inmovilizadas, las pondran en este cubo. —Se apartó con cuidado de la línea de fuego de los demás y levantó su pulverizador—. ¿Preparados? ¡Disparen!
Harry sólo llevaba unos segundos pulverizando las cortinas cuando una doxy de tamaño considerable salió volando de un pliegue de la tela, agitando sus relucientes alas de escarabajo y enseñando los diminutos y afilados dientes. Tenía el cuerpo de hada cubierto de un tupido pelo negro y los cuatro pequeños puños apretados con furia. Harry le lanzó un chorro de doxycida en la cara. La doxy se quedo quieta en el aire y cayó produciendo un ruido sordo, sorprendentemente fuerte, sobre la raída alfombra.
Harry la recogió y la echó al cubo.
— ¿Se puede saber qué haces, Fred? —Preguntó la señora Weasley con brusquedad—. ¡Rocía a ésa enseguida y métela en el cubo!
Harry se dio la vuelta. Fred tenía una doxy cogida entre el índice y el pulgar.
—Allá va —dijo Fred con entusiasmo, y roció a la doxy en la cara hasta que la criatura se desmayó; pero en cuanto la señora Weasley se volvió, Fred se guardó la doxy en el bolsillo y guiñó un ojo.
—Queremos hacer experimentos con veneno de doxy para elaborar nuestros Surtidos Saltaclases —dijo George a Harry por lo bajo.
Harry roció con habilidad a otras dos doxys que iban volando directamente hacia su nariz; luego se acercó a George y, sin despegar los labios, murmuró:
— ¿Qué son los Surtidos Saltaclases?
—Una variedad de caramelos para ponerte enfermo —susurró George sin apartar la vista de la espalda de la señora Weasley—. No gravemente enfermo, claro, sino sólo lo suficiente para saltarte una clase cuando te interese. Fred y yo los hemos creado este verano. Son unos caramelos masticables de dos colores. Si te comes la mitad de color naranja de las pastillas vomitivas, vomitas. En cuanto te dejan salir de la clase para ir a la enfermería, te tragas la mitad morada...
—... «Que te devuelve a tu estado de salud normal, permitiéndote realizar la actividad de ocio de tu elección durante una hora que, de otro modo, habrías dedicado a un infructuoso aburrimiento.» Bueno, eso es lo que hemos puesto en los anuncios —continuó Fred en voz baja; se había ido apartando poco a poco del campo visual de la señora Weasley y recogía unas cuantas doxys, que habían quedado esparcidas por el suelo, y se las guardaba en el bolsillo—. Pero todavía tenemos que perfeccionar el invento. De momento, nuestros controladores de calidad tienen problemas para parar de vomitar y comerse la parte morada.
— ¿Controladores de calidad?
—Nosotros —aclaró Fred—. Vamos turnándonos. George probó los bombones desmayo; el turrón sangranarices lo probamos los dos...
—Mamá creía que nos habíamos batido en duelo —dijo George.
—Veo que la tienda de artículos de broma sigue funcionando —murmuró Harry fingiendo que colocaba bien el pitorro de su pulverizador.
—Bueno, todavía no hemos tenido ocasión de buscar un local —continuó diciendo Fred, bajando la voz aún más, mientras la señora Weasley se secaba la frente con el pañuelo antes de volver al ataque—, así que de momento lo tenemos organizado como un servicio de venta por correo. La semana pasada pusimos anuncios en El Profeta.
—Y todo gracias a ti, Harry —añadió George—. Pero no temas, mamá no tiene ni idea. Ya no lee El Profeta porque dice mentiras sobre ti y sobre Dumbledore.
Harry sonrió. Había obligado a los gemelos Weasley a aceptar los quinientos galeones del premio en metálico del Torneo de los tres magos que había ganado, para ayudarlos a llevar a cabo su ambicioso plan de abrir una tienda de artículos de broma. De todos modos, le alegró saber que la señora Weasley no estaba al corriente de su colaboración, pues ella no creía que dirigir una tienda de artículos de broma fuera una carrera adecuada para dos de sus hijos.
La desdoxyzación de las cortinas les llevó casi toda la mañana. Ya era más de mediodía cuando la señora Weasley se quitó por fin el pañuelo protector y se dejó caer en una mullida butaca, pero dio un salto al tiempo que soltaba un grito de asco, pues se había sentado encima de la bolsa de ratas muertas.
Las cortinas habían dejado de zumbar y colgaban mustias y húmedas después de la intensa pulverización. A los pies de las cortinas, las doxys inconscientes estaban amontonadas en el cubo, junto a un cuenco de huevos negros de doxy que Crookshanks olfateaba y a los que Fred y George lanzaban codiciosas miradas.
—Creo que de eso nos encargaremos después de comer —dijo la señora Weasley señalando las polvorientas vitrinas que había a ambos lados de la repisa de la chimenea.
Estaban llenas a rebosar de un extraño surtido de objetos: una colección de dagas oxidadas, garras, una piel de serpiente enroscada, varias cajas de plata sin lustre con inscripciones en idiomas que Harry no entendía, y lo más desagradable de todo: una ornamentada botella de cristal con un gran ópalo en el tapón, llena de algo que parecía sangre.
Volvió a sonar el timbre de la puerta, y todos miraron a la señora Weasley.
—Quédense aquí —dijo ella con firmeza, y agarró la bolsa de ratas en el momento en que abajo empezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traer unos sándwiches.
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La Promesa De Una Weasley
FanfictionLa Promesa de Una Weasley Dos chicas: Hermione Granger, Venus Weasley. Un secreto: El de ella Una promesa: La de ella "¿Qué ella es quien? Dumbledore yo no puedo hacer nada por ella, bueno si, pero... ¿protegerla?" Segunda parte de Una Wea...