CAPITULO XVIII - Ayuda Inesperada

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—Oye, ¿ya estas mejor?

—Si... estoy muy apenado con usted —Misaki agachó la mirada sintiéndose demasiado avergonzado para ver los ojos del hombre que estaba frente a él. Sin ninguna duda le había causado molestias a un completo desconocido y había tenido que llevarlo al lugar donde se encontraba ahora.

Unas horas antes, iba caminando por las calles rumbo a la universidad, lo cual no tiene nada de extraño en condiciones normales. Sin embargo, Misaki estaba demasiado ensimismado, pensando una y otra vez en su descubrimiento de la pasada noche, fue por esa razón no se percató de su entorno, moviéndose por el lugar por mera inercia. Para cuando se dio cuenta de que la luz del semáforo estaba en rojo, ya el auto estaba casi sobre el mientras emitía un ruido ensordecedor. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y esperar la muerte... que nunca llegó.

Misaki se quedó parado de pie allí sin moverse a menos que fuera para temblar aterrorizado. Escuchaba el murmuro continuo de la gente, el grito de una mujer asustada y el cerrar de la puerta de un auto, los segundos pasaron hasta que sintió que alguien lo jalaba del brazo con mucha fuerza pero él seguía sin poder reaccionar, hasta que un enérgico grito lo obligó a abrir los ojos.

—¿¡ERES CIEGO O QUE!? ¿¡NO VISTE LA LUZ ROJA!?

Misaki sólo lo observaba con sus enormes ojos verdes sin responder. El hombre parecía ofuscarse más por su falta de respuesta y comenzó a zarandearlo mientras lo sujetaba por los hombros.

—¡HABLA MALDITA SEA!

Por fin el menor pareció encontrar un poco de lucidez. Con una voz que no sabía estaba tan ronca, logró articular en un tono suave y educado.

—Pido disculpas por mi error, lamento causarle problemas.

—¿Te duele algo? ¿Necesitas que te lleve al hospital? —el hombre seguía molesto pero cuando le habló esa vez estaba un poco más tranquilo.

—No se preocupe señor, su auto se detuvo justo a tiempo —Misaki trató de sonreír sin mucho éxito. Notó como el otro lo miraba y parecía enfocarse en las enormes ojeras que adornaban sus ojos—. Ahora seguiré mi camino. De nuevo extiendo mis disculpas.

Misaki logró liberarse de esas enormes manos que aún lo aferraban y dando un paso hacia atrás hizo una reverencia antes de retomar su camino. No logró dar más de dos pasos cuando fue halado de nuevo por el otro hombre. El menor parpadeó confundido antes de girarse a mirar al hombre que de nuevo lo atrajo hacia él.

—¿¡ESTAS DROGADO O QUE DEMONIOS!? ¡LA LUZ SIGUE EN ROJO!

— La luz...

Misaki miró al hombre con los ojos perdidos y apagados. Su cerebro parecía no querer funcionar de nuevo. Tal vez fue por el dolor que sentía, la falta de sueño o el susto de muerte que acabó de experimentar. No importaba el motivo, simplemente su mente se había desconectado de un cuerpo que estaba débil y tembloroso.

El silencio se extendió por varios segundos antes de escuchar un suspiro y ser tironeado hasta ser metido dentro del auto. Misaki estaba tan perdido que ni siquiera preguntó hacia donde era llevado, simplemente cerró los ojos y cayó desmayado dentro de un asiento de cuero tan suave como la seda.

No despertó sino varias horas después en una sala de hospital. Las luces blancas le herían los ojos y el frío le helaba los huesos. Quiso ponerse de pie pero una enorme mano se apoyó en su pecho y lo empujó de nuevo sobre la cama.

—Quédate quieto —una voz suave y compasiva se escuchó cerca.

Misaki miró al hombre sintiéndose extremadamente confuso. Luego de un rato recordó lo sucedido horas antes y tuvo la ligera sensación de que era el mismo hombre de esa mañana, pero había estado tan perdido que no podría afirmarlo con seguridad.

CAMINOS CRUZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora