CAPITULO XCI - La Calma después de la tormenta.

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Los doctores y enfermeras vieron aliviados como ese pequeño matón que los amenazó durante días se iba del hospital más escoltado que el presidente de estados unidos. ¿Tal vez tuvieran suerte y se fue para nunca volver?

Su respuesta llegó unas pocas horas después cuando un renovado joven con los ojos increíblemente brillantes volvió a entrar, seguido por sus guardaespaldas con las manos cargando bolsas llenas de bentos. ¿Pero qué demonios?

Un doctor aburrido de la vida se interpuso en su camino para detenerlo, mirándolo con severidad.

―No puedes entrar con toda esa comida al...

―¿Perdón? Creo que no escuché bien ¿me lo repite? ―la mirada soñadora fue reemplazada con una enfadada y cargada de amenazas.

El doctor tragó en seco sintiendo que su vida corría peligro. Tal vez ese pequeño era diminuto pero ya podía sentir la mirada fría de los enormes y malhumorados hombres que estaban a su espalda. ¿Han visto a un chihuahua con pitbulls de amigos? La pequeña mascota amenaza sin cesar a todo el que pasa y deja a los grandes para el trabajo sucio.

Por un momento el doctor se preguntó qué estaba haciendo, pero su deber por el bienestar de los enfermos lo impulsó a tentar la muerte.

―Es perjudicial que los pacientes se alimenten con comida fuera del hospital.

―Esto no es para pacientes, es para mis muchachos que tienen hambre y para Asami.

―El señor Asami es un paciente.

―Asami es Mío y yo decido como alimentarlo.

El doctor tosió por lo desvergonzado que era aquel joven al decir palabras tan descaradas. Todos sabían el tipo de relación que ambos tenían, pero en la sociedad japonesa no era aceptable hablar en voz alta de ese tipo de situaciones.

―Joven...

―Nada, se me va a enfriar la comida. Si tiene alguna queja o reclamo... ―Misaki pensó por un momento―. Se lo guarda en su interior porque no me importa.

Misaki comenzó a avanzar como si fuera el dueño del mundo. Los guardaespaldas miraron con desagrado al doctor quien sintió la intensidad de sus ojos a pesar de llevar lentes oscuros. No pudo evitar estremecerse por temor y jurar internamente que nunca volvería a interponerse en los deseos de ese joven.

Asami tenía los ojos cerrados tratando de dormir un poco pero le molestaba enormemente tener a alguien siempre a su lado. En el pasado habría mandado a su guardaespaldas para que se quedara afuera, sin embargo, Misaki ordenó le explícitamente a la torre que no podía perder de vista a Asami. ¿El resultado? El maldito infeliz se sentó en una silla mirándolo sin parpadear por horas.

¡Era algo demasiado desconcertante!

―En serio, mira la tv o lárgate. Ya no soporto sentir tus ojos sobre mí.

―El jefecito dio una orden y debo cumplirla.

―¡Yo soy tu jefe y te estoy dando una orden ahora!

―¿En serio desea enfrentar el enojo del jefecito? ―la torre lo miró desconcertado.

Asami guardó silencio por un momento, fulminando con sus ojos al maldito infeliz que se portaba como un niño cuando se trataba de Misaki. Después de sopesar los pros y los contras, decidió que no era bueno enfadar a su amante quien se empeñó en dejar guardias para vigilarlo en todas partes.

―¿Y si necesito ir al baño?

―Yo le sostengo el papel higiénico.

La seriedad con la que dijo tremenda barbaridad casi hizo que Asami se riera... casi, porque era vergonzoso pensar en tal situación. Lo peor es que sabía que la torre haría exactamente eso. Suspiró rogando no tener un ataque en su parte de atrás y si eso llegaba a suceder... bueno, iba a apretar tan fuerte como si estuviera luchando por no caer a un abismo.

CAMINOS CRUZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora