CAPITULO LIV - Italia

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Misaki se levantó muy temprano en la mañana, de hecho, ni siquiera había salido el sol cuando el pequeño ya estaba de pie en la cocina moviéndose como un loco. El fuego ardía incesantemente mientras las sartenes sonaban cada que un nuevo alimento caía sobre el aceite caliente. Era una fortuna que la cocina contara con un extractor potente, o ni en mil años lograría sacar el olor a comida de sus muebles.

Pasaron un par de días desde el incidente y como agradecimiento por su preocupación y esfuerzo, decidió prepararles un bento a los muchachos. Eran muchos por lo cual necesitaba varias horas para lograrlo.

Desde que casi fue secuestrado, su guardia se duplicó inmediatamente. No solo estaban los dos de siempre, ahora la torre y gigantocus se turnaban para nunca dejarlo solo, además de eso, otro hombre lo seguía vestido de civil. ¡Era una exageración! Pero no iba a discutir, aunque a veces era dispendioso, agradecía el hecho de que se preocuparan lo suficiente por él como para cuidarlo de ese modo.

Misaki vivía muy conmovido y dado que no tenía dinero para comprarles presentes a cada uno, decidió cocinarles. ¡Esperaba eso fuera suficiente!

El día anterior fue a otra tienda de convivencia para hacer sus compras. Sus guardias miraban asombrados la enorme cantidad de cosas que compró pero no dio ninguna explicación y ellos no la pidieron, ¡eran demasiado considerados con él!

De modo que allí estaba, cocinando para decenas de personas con una sonrisa en sus labios.

Tan pronto el sol comenzó a salir Misaki pudo servir en los diferentes bentobakos de plástico que compró previamente. El bento constaba de arroz, varios tipos vegetales rebosados o salteados, mariscos y pescado. Fue un poco difícil, pero logró tener todo listo a tiempo.

Corrió a la ducha para bañarse y ponerse la ropa, esta vez no usó un traje pues solo se acercaría a la oficina para autorizar unas cosas y dar instrucciones antes de continuar con lo que debía hacer para ese día. El reloj seguía avanzando y Misaki sentía que las horas eran demasiado cortas para todo lo que debía hacer.

Mientras corría de nuevo a la cocina llamó a su guardia, sujetaba su celular con su hombro y mejilla mientras ponía los recipientes dentro de unas cajas de cartón. Era la única manera de llevar tantos a la vez.

—¿Qué sucede Misaki?

—Necesito ayuda... —el menor habló en un tono lastimero, luego colgó para continuar con su trabajo.

Trataba de moverse lo más rápido que sus manos le permitían, no podía darse el lujo de que se le hiciera tarde. No hoy de todas maneras.

La puerta se abrió con un estruendo asustando al menor, sus ojos clavados en la entrada de la cocina cuando un par de hombres armados entraron listos para dispararle a lo que se moviera. Misaki abrió mucho los ojos y lentamente alzó las manos.

—¡Me rindo!

—¿¡Qué demonios!? —la torre lo miraba completamente sano.

—Espero que no dañaras mi puerta o te quedas sin comida —Misaki seguía con las manos arriba.

—¿No dijiste que necesitabas ayuda?

—¿No es eso obvio? ¡Tengo que empacar todo esto y bajarlo! No tengo fuerza para llevar todo al tiempo y es tarde.

—No vuelvas a asustarnos de esta manera.

—Lo que pasa es que son unos dramáticos.

—Es tu seguridad de la que hablamos.

—Créeme, si me estuviera pasando algo malo y lograra llamar, estaría llorando como una niña. ¡Ahora ayúdenme!

El guardia comenzó a reírse por la cara de la torre. Seguro el pobre tipo sufrió un infarto, aunque él no estaba en mejor forma, al menos disimuló mejor su angustia.

CAMINOS CRUZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora