CAPITULO XXVIII - ¿Qué debo Hacer?

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Asami estaba en la limosina haciendo una llamada mientras observaba una diminuta figura encogida contra la puerta contraria. Tenía sus manos en puños sobre sus piernas y no dejaba de mirar a través de la ventana. Sus ojos verdes mostraban reserva y un poco de desconfianza, tal vez miedo también. No escapó para el mayor que Misaki estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no abrir la puerta y saltar a la calle. ¿Qué lo detenía? Cuando terminó su llamada se giró un poco para ver muy bien a aquel joven. Era cierto que tenía cierto encanto, sobre todo por sus ojos limpios de cualquier tipo de maldad, pero no había nada más, al menos nada que Asami pudiese ver. Era demasiado bajo, demasiado flaco, su rostro estaba en los huesos y su cabello desprolijo y opaco. Entonces ¿Qué le veía Kirishima? Porque debía haber atracción o de lo contrario nunca se habría atrevido a enfrentarse a él con tal de defender a este pequeño. ¿Tal vez era bueno en la cama? Asami enarcó una ceja descartando esa idea, ese niño daba la impresión de que moriría si algún día tenía sexo salvaje, tal vez Kirishima era dulce en ese ámbito de su vida, después de todo, con la violencia con la que actuaba cada día seguramente deseaba ser tierno.

—¿Cómo conociste a Kirishima? —Asami preguntó, tenía su codo apoyado sobre la puerta del auto mientras sostenía su sien con los dedos pulgar e índice.

—Fue... un accidente... —Misaki bajó su rostro avergonzado por ser tan torpe y luego continuó relatando—. Hace unos días crucé sin ver la luz del semáforo y casi fui atropellado por su auto, luego me desmayé y el me llevó al hospital, después hablamos de... muchas cosas mías, ahora que lo pienso no se mucho de él, luego nos vimos anoche y...

—Y...—Asami insistió al notar que el menor no deseaba seguir hablando.

—Este... me llevó de nuevo al hospital —Misaki se mordió los labios al decirlo.

—¿Tienes una especie de enfermedad grave o algo? —Asami lo miraba arriba y abajo, realmente eso explicaría porque tiene cara de muerto.

—No... no, estoy bien.

—¿Sabes que detesto en la vida?

—¿Qué?

—Que me mientan.

—¡Yo no miento!

—¿Me dices que estas bien y mi mano derecha debe llevarte al hospital dos veces en pocos días? ¡Perdóname si no quiero fingir ser estúpido!

—No tengo una enfermedad... es sólo... nada importante.

—Mírame bien mocoso, ¿tengo cara de ser alguien que aguanta le mientan en la cara?

—No... no, señor —Misaki temblaba. Realmente ese hombre daba mucho miedo. No importaba que tan guapo fuera, era alguien frío y sin consideración por los demás.

—Será mejor que me hables con la verdad, ¿estas fingiendo estar enfermo para seducir a mi asistente?

—¡COMO SE ATREVE! —Misaki le gritó furioso. Era como si un rayo cayera sobre un cadáver para revivirlo.

—De modo que no eres tan dócil como aparentas.

—¡No se trata de ser dócil o no! ¡Simplemente no voy a permitir que me ofenda! ¿¡QUIEN DEMONIOS SE CREE QUE ES!?

—Yo soy quien soy. Punto.

—¡PUES NO ME IMPORTA! ¡DETENGA EL AUTO! —comenzó a gritarle al conductor con la esperanza de que lo escuchara, pero el vidrio estaba levantado.

—No.

—¡DETENGASE O SALTO!

—Salta, no me importa.

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