CAPITULO LXXVI - Asami deja a Misaki

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Asami llamó a Hisa y Todo con la esperanza de que Misaki estuviera con ellos, pero lo único que logró fue preocuparlos y perder muchos minutos de tiempo para convencerlos que solo estorbaban si intentaban participar en la búsqueda. Estuvo tentado en comunicarse con Takahiro, pero sabía que ese era el último lugar al que acudiría, era obvio que no deseaba ser encontrado por lo que iría a un lugar que él no conocía.

Tampoco hubo suerte con las tarjetas de crédito, pues no se hizo ningún movimiento que permitiera rastrearlo, dejándolos sin idea de dónde buscar primero. Sin un rumbo fijo, se movían por la ciudad pese a saber que era inútil, era mejor hacer eso a sentarse y esperar a que apareciera. Se volvería loco si no estuviera haciendo algo por pequeño que fuera.

Muchas veces cerró los ojos desesperado por no tener idea de donde estaba su amante, con temor de lo que pudiera pasarle si alguno de sus enemigos lo reconocía y decidían cobrarse alguna venganza. Su mente no dejaba de pensar las múltiples situaciones por las que pudiera estar pasando... ¿estaba bien o fue atrapado y ahora mismo sufría algún maltrato? La sola idea de que lastimaran a su precioso castaño lo estaba enloqueciendo.

¡Juro por todo lo sagrado que si alguien te puso una mano encima no va a sobrevivir!

Miró su reloj con impotencia. Pasaron más de seis horas y no lograban encontrarlo ¿de que servía tanto dinero, contactos y poder si no lograba hallar a quien amaba? ¡Era una locura! Maldijo de nuevo a sus guardias por no tener la previsión de ver la placa al taxi, no son unos novatos y era algo obvio para hacer, de ese modo rastrearían al conductor y averiguarían hacia donde lo llevó. Lo peor es que las cámaras no mostraron un ángulo adecuado, porque casualmente una de ellas estuvo fallando y nadie se apresuró a repararla.

¡En verdad deseaba matarlos!

Lo cierto es que todos estaban sorprendidos y alterados por las acciones de Misaki, por primera vez en todos esos años juntos no supieron cómo reaccionar y fallaron en su trabajo. El más alterado de todos era la torre que dejó su aire alegre y bromista para reemplazarlo con uno terrorífico y amenazador. Nadie podía hablarle sin sentir miedo a ser golpeado. Todo su enojo y frustración por su error era drenado hacia sus compañeros, quienes también estaban con los nervios de punta de solo pensar que su jefecito estaba solo en aquella ciudad corriendo peligro.

Todos erran gigantes perros con rabia que caminaban por todas partes pateando el culo de cualquier idiota que pasara cerca. Muchos transeúntes desafortunados terminaron con narices rotas y uno con el brazo partido en tres. Nadie dijo nada, ni siquiera se quejaron por el maltrato, simplemente escapaban o se quedaban en el suelo haciéndose los muertos. No eran estúpidos, nadie lograría detener a esos tipos quienes obviamente estaban enojados con alguien.

Gigantocus fue el más calmado, cuando las peleas comenzaban a salirse de las manos los detenía y enfocaba de nuevo sus esfuerzos en buscar a Misaki. Ninguno se atrevía a hablar directamente con Asami, pues su mirada descompuesta era una prueba irrefutable de que terminarían con una bala en su cabeza en cualquier momento.

La torre ni siquiera le preocupara que su jefe tomara represalias contra él si algo le pasaba a su jefecito, el mismo se patearía el culo si eso llegaba a suceder, claro está, luego de hacerle difícil la muerte al perro bastardo ese... quien quiera que sea el infeliz que dañara a Misaki.

La mafia más poderosa y peligrosa de todo Japón estuvo a minutos de incendiar toda la ciudad de Tokio, comandados por el mismo diablo y sus terribles ayudantes. ¿Qué fue lo que impidió que eso sucediera? Una simple llamada.

Asami iba a masacrar a uno de los grupos que siempre le causaba problemas, por si acaso atraparon a su amante y deseaban utilizarlo para joderlo. El plan era matar a la mayoría y torturar a unos cuantos para sacarles cualquier pista, si esto no daba resultado, continuarían con el siguiente grupo en su lista. Ya estaban armados hasta los dientes y listos para entrar dándole bala a cualquiera que tuviera mala suerte de estar en el lugar, cuando Kirishima recibió una llamada de uno de sus guardaespaldas que se quedó vigilando el edificio de departamentos donde vivían Asami y Misaki.

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