CAPITULO LXI - Estrenando la cocina.

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El sol salió al mismo ritmo de siempre, llenando con luz cada rincón de una enorme ciudad que nunca duerme. La suave calidez acariciaba la superficie, ahuyentando el helado frío de la noche anterior. Mientras esto sucedía, en el último piso de uno de los edificios más exclusivos de Tokio, un pequeño castaño cocinaba a toda máquina.

Misaki decidió prepararle un pastel de fresa y crema a la torre, pues hace tiempo descubrió que al enorme tipo le encantaban los dulces. Era una fortuna que entrenara a diario, o esa masa de músculos se convertiría en una bola de grasa.

Una vez que logró hacer dormir a Asami, quien valga la pena decir, era insaciable, se dio una ducha para escabullirse del departamento y salir a comprar las cosas que necesitaba en una tienda de convivencia que estaba cerca. Sin embargo, su gran aventura fue detenida tan pronto atravesó la puerta, donde un par de guardias lo miraban dudando, pues salía agazapado como un ladrón con su botín bajo el brazo.

—¿A dónde vas?

—Quiero ir a comprar unas cosas...

—¿A esta hora?

—La tienda abre 24 horas.

—Yo puedo encargarme, ve a dormir.

—No, en verdad no quiero molestarlos, afuera hace frío.

—Por lo mismo prefiero ir yo —dijo uno de ellos

—Por favor jefecito. De todas maneras si sale todos soportaremos frío, de este modo será mejor — dijo el otro. Misaki se quedó sorprendido por ser llamado jefe. Pero luego recobró la razón y continuó sin prestar atención a esa palabra, seguramente fue un error.

—Puedo ir solo.

—Eso nunca va a pasar.

—¡Puedo mandarme solo!

—No puedo discutir eso, pero primero llamaré al jefe Asami y le preguntaremos que hacer.

—No es necesario —Misaki dijo alarmado. Si su amante se entera lo iba a regañar.

—Su seguridad es demasiado importante para nosotros.

Misaki recordó inmediatamente quienes eran y a qué se dedicaban, también la manera en que Asami le dijo que era preciso mantenerse seguro pues al ser amante de un yakuza correría peligro. Decidió no causarles problemas a estos hombres que simplemente deseaban cuidarlo. El menor sonrió sacando una hoja de papel y un poco de dinero.

—Entonces tendré que molestarte con esto —le pasó la lista y el dinero con ambas manos haciendo una leve reverencia—. Gracias por tu trabajo.

El otro hombre con la misma educación, tomó lo que se le daba con ambas manos y devolvió la reverencia, sería muy grosero tomarlo de otra manera, su cultura valoraba mucho los buenos modales.

—Con gusto. Si quieres ve a dormir, yo pondré todo esto en la cocina.

—¿En serio? En verdad si tengo sueño, hice mucho el... ejem... ejercicio y eso.

—Por supuesto —el hombre carraspeó un poco incómodo—. Descansa bien.

—Sí, lo dejo en tus manos.

Misaki durmió unas cuantas horas hasta que volvió a levantarse antes del amanecer y allí estaba, con la cocina oliendo a pastel recién horneado y diferentes variedades de platos para el desayuno.

Asami se despertó para encontrar la cama fría a su lado, sobresaltado de puso de pie para buscar a su amante en el baño, que seguía húmedo luego de que el menor se bañara de nuevo. El mayor se quedó allí de pie sintiendo un nudo en su estómago. ¿Misaki se había escapado?

CAMINOS CRUZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora