Capítulo 1

3.6K 288 36
                                    


Venus miraba su cuidad sin terminar de estar segura de qué sentimientos provocaban en ella. El vuelo no se le había hecho demasiado largo, pero ese trayecto en coche desde el aeropuerto hasta su casa se le estaba haciendo eterno.

Tan solo era una hora, pero se sentía nerviosa. Sabía que no debía, pero no podía evitarlo. Se llevó la mano al bolso y encendió el móvil. Pronto miles de mensajes comenzaron a llegar. Había apagado el teléfono durante el verano para desconectar, pero ahora le tocaba volver a la realidad.

Miró las llamadas, parecía que Lisi y Damián eran los que más le habían echado de menos. Sonrió y comprobó que, al igual que en las llamadas, la mayoría de los mensajes eran de esos dos.

Abrió la conversación con Lisi.

*¿Se puede saber dónde estás?*

*¡En serio, tienes que venir!*

*Tía, te lo estás perdiendo.

*¿Pero dónde estás?*

*Venus, esto ya no tiene gracia. ¿Dónde estás?*

*Me estás preocupando. ¿Estás bien?*

*¡Venus!*

Esos eran algunos de los últimos mensajes. Venus esbozó una pequeña sonrisa. Cuánto drama...

Volvió a meter el móvil en el bolso. Ya le respondería mañana en el instituto. Ahora tenía cosas más importantes en las que pensar.

El coche ya había frenado. Había llegado a casa.

—Señorita Venus —dijo el chófer abriéndole la puerta y ofreciéndole su mano para bajar.

Ella sonrió, aceptó su mano y se dirigió hacia su casa. Introdujo las llaves con sumo cuidado y entró tratando de hacer el mínimo ruido posible.

—¡Minerva Venus Cahué!

La chica tragó saliva. 

—¡Mamá! —respondió ella abrazándola como si nada.

—¿Se puede saber dónde estabas? —preguntó evidentemente mosqueada.

La mujer sobrepasaba los cincuenta años, pero se conservaba bastante bien. Los retoques de cirugía habían logrado disminuir sus arrugas, sobre todo en la zona de la frente y los ojos. Tenía el pelo negro y los ojos azules oscuros. 

—Papá me pidió que me quedase unos días más —comenzó a mentir a sabiendas de que su padre no la delataría. Nunca lo hacía.

—Tu padre no puede hacer este tipo de cosas. ¿Es que no sabe qué es la custodia compartida? ¡Tiene que cumplir los plazos como el resto! —anunció colérica.

Los padres de Venus no se llevaban demasiado bien desde el divorcio y ella lo sabía. De hecho, en ocasiones como esa se basaba en esa mala relación para librarse de los líos y salirse con la suya.

—Ya, mamá —dijo poniendo carita de niña buena—. Estoy aquí y estoy agotada del viaje.

—No me puedo creer que te hayas perdido un mes de colegio por su irresponsabilidad. No me lo puedo creer —repitió una y otra vez.

—Ya, mamá —pidió ella.

—Bueno, supongo que tendrás hambre. Vamos a prepararte algo —anunció.

Esta aceptó de buena gana y avanzó hacia la cocina. Y allí estaba él con tan solo un pantalón de pijama, dejando al descubierso su musculado y definido torso color porcelana. Venus se mordió el labio inferior tan fuerte que casi se hizo sangre.

El chico se giró hacia ella y le miró con sus inquietantes ojos azules. Después se revolvió su cabellera negra azabache y le sonrió divertido.

—Parece que no te ha dado demasiado el sol —comentó ella sentándose a su lado.

—Venus, ¿es que no le vas a dar ni un abrazo a tu hermano? —le reprendió su madre.

"Hermano". Cómo odiaban ambos esa palabra. No eran hermanos. Bueno, quizá, legalmente sí, pero no de sangre. Y, desde luego, ellos no se sentían hermanos para nada.

—Claro —respñondió ella fingiendo que lo hacía para complacer a su madre—. Ven aquí —añadió abriendo sus brazos y dejando que él se fuese acercando poco a poco.

Tenerlo tan cerca hacía que su respiración se acelerase. Y el contacto con su piel desnuda erizaba cada uno de sus pelos, pero debía contenerse. Estaban en público. Nadie debía enterarse de sus sentimientos o ambos lo perderían todo.

—Te he echado de menos —le susurró él en el oído.

—Lo sé —respondió ella para molestarlo y él la apretó más contra su cuerpo.

—Vaya, mira quién está aquí.

Ambos se separaron y Venus miró con falsa amabilidad al señor de 55 años que le miraba con molestia mientras se pasaba los dedos por su barba. Odiaba que esa niña siempre hiciese lo que quería y que su madre no le pusiese un alto.

—Vaya, mira quién sigue todavía por aquí —respondió ella sin perder su sonrisa.

—Venus, no empieces —pidió su madre.

Ella rodó los ojos y volvió a posarlos en el señor. Tenía el pelo oscuro, algo largo, con alguna que otra cana bien disimulada. Sus ojos eran color miel. Para Venus, color maldad en estado puro. No le gustaba ese tipo ni lo que traía con él. Siempre había creido que su madre podía aspirar a alguien mucho mejor. 

Lo único bueno que había hecho ese tipejo era llevar a Damián a casa. Que su madre y él lo adoptasen había sido lo mejor que le había pasado en su vida. 

—Me voy a mi cuarto —anunció ella cogiendo una manzana de la encimera.

—Pero si no has cenado nada...

Venus miró a su madre y dio un mordisco a la manzana. Después giró sobre sus talones y abandonó la cocina. Mañana sería un largo día. Lo mejor sería descansar.


MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora