Capítulo 3

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Venus entreabrió los ojos de forma lenta. Estiró el brazo y buscó a Damián en su cama, pero el frío de su cuerpo ya le había dado una respuesta. No estaba allí. 

Golpeó la parte de atrás de su cabeza contra la almohada. Estaba aburrida de siempre lo mismo. Él le había prometido una y mil veces que eso pasaría. Que era cuestión de tiempo. Que una vez pudiesen ganarse la vida por si mismos sería diferente. ¡Mentira! Mentiras y más mentiras que ella fingía que se creía para no tener que hacer frente a la cruda realidad.

Se levantó, se dio una ducha y se vistió con el uniforme del colegio. No era feo del todo. No era lo que ella hubiese escogido para su día a día, pero debía aceptar que no era tan hortera como los de los otros colegios de la zona.

Se colocó la falda escocesa con delicadeza y abrochó algunos de los botones de su blusa blanca. Se colocó la americana negra, los calcetines blancos con un bordado plateado arriba del todo y los zapatos negros. Era la hora de bajar a desayunar y hacer su gran aparición en el colegio.

—Ya era hora —regañó su madre.

—Mamá, que acabo de llegar, no empecemos.

—Pero si la reina del hielo ha vuelto.

Venus se giró hacia Lucía, aquella chica a la que tenía que llamar hermana desde que su madre había tenido la genial idea de casarse con el inútil de su padre.

Forzó una sonrisa.

—Pensaba que esa era Lisi.

La chica tenía el pelo largo y lacio. De un color mezcla entre castaño y rubio, con reflejos anaranjados que conforme se acercaba a las puntas se iba aclarando más y más. No era muy alta, mediría un par de centímetros más que Venus, pero era suficiente como para echárselo en cara siempre que podía.

Su piel era algo pálida con bastantes pequitas. Sus ojos marrones, como los de su padre, y sus labios finos y rosados.

La chica se encogió de hombros.

—Qué más da. Sois iguales —Se limitó a responder a modo de burla.

—¡Lucía! —regañó la madre.

—Mamá, se lo digo con cariño —mintió ella.

A diferencia de Venus, Lucía sí que consideraba a Elena su madre. Había sido quien la había criado desde niña y le profesaba un gran cariño.

—Lo sé —respondió Venus fingiendo una sonrisa.

Damián miraba a ambas preocupado. No le gustaba nada la relación que mantenían esas dos, pero había aprendido por la malas a no intervenir a no ser que la cosa se saliese de madre.

—¿Vamos? —indicó Venus señalando la puerta.

—Cariño, no has desayunado nada —recalcó su madre.

Venus cogió una manzana, pero Damián le agarró fuerte de la muñeca.

—Desayuna.

Su voz había sonado calmada, pero autoritaria a la vez.

La chica le miró resignada y se sentó a la mesa mientras su madre le sacaba un plato de huevos revueltos con calabacín.

Cogió el tenedor e introdujo un poquito en su boca. Enseguida notó la mirada firme de Damián esperando a que siguiese comiendo.

No había mucho más que decir. En unos minutos se terminó el plato.

—¿Contentos?

—Sí —se limitó a responder él.

Ella le dedicó una falsa sonrisa y se dirigió al coche.

—Damián —llamó su madre—, cuídala, por favor —le pidió.

—Sabes que siempre lo hago —confesó él.

Después le dio un beso en la mejilla y se metió en el coche, donde Lucía y Venus le esperaban en silencio.

No había demasiada distancia de casa al colegio, sin embargo siempre hacían el trayecto en coche. Sus padres no querían que a esas horas de la mañana fuesen andando y se topasen con algún borracho o drogadicto que volviese de fiesta. Como si ellos no saliesen y lo diesen todo... Si sus padres supiesen...

Venus estiró la pierna y la subió para poder estirarse el calcetín. Eso provocó que la falda se corriese hacia arriba enseñando parte de sus muslos. Damián no pudo evitar mirar. Fue tan solo un segundo, pero Venus le pilló de pleno.

Enseguida este desvió la mirada hacia la ventanilla del coche. No estaban solos. Lucía jamás entendería ese tipo de relación. Bueno, ni Lucía ni nadie.

—Señorita —anunció el chófer abriendo la puerta y ofreciendo su mano a Venus para bajar de él.

—¿Por qué siempre le ayuda a ella? —preguntó Lucía algo molesta mientras andaban hacia la puerta.

Damián cogió aire y Venus se limitó a reír de manera maliciosa.


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