Capítulo 52

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Alejo esperaba aburrido en el gimnasio a que Venus apareciese. La chica llevaba dándole plantón todos los días de las clases de boxeo. Le había dicho por activa y por pasiva que ella no iba a acudir, pero él sentía que ese día sería diferente.

Después de la pelea con Paula, creía que la chica sí que aparecería. Que querría tener un momento para descargar toda esa rabia. Y no estaba equivocado.

—¿Qué llevas puesto? —preguntó él entre risas al verla llegar.

Venus se miró sin entender las risas. Había pedido a su chófer que le comprase y trajese ropa para hacer boxeo. Llevaba puestos unos pantalones cortos negros de deporte bastante anchos; un top cortito y ajustado rojo; unas deportivas blancas bastante comunes; y dos mini trenzas de boxeadora.

—Pareces salida de una película mala de acción —comentó aún entre risas.

Ella avanzó y golpeó su hombro.

—Ay, buen gancho —animó él.

—Deja de reírte —se quejó ella, pero lo hizo riendo también, por lo que el mensaje perdió su fuerza—. Bueno, ¿empezamos?

Él le ofreció una comba y ella le miró esperando que fuese una broma.

—Ya se saltar, pensaba que había venido a aprender a golpear.

—Esto es parte del entrenamiento.

—No, yo solo quiero aprender a golpear —explicó ella.

—Pero...

—Pero nada.

Él comenzó a reírse.

—Estás acostumbrada a salirte con la tuya, ¿verdad? —preguntó divertido.

—Estoy acostumbrada a que no me hagan perder mi valioso tiempo —respondió con franqueza.

—Salta.

—No.

Ambos se miraron desafiantes. Ninguno parecía dispuesto a ceder.

—Muy bien, pero que sepas que la parte física del entrenamiento es muy importante —dijo Alejo dándose por vencido y ofreciéndole los guantes a la chica.

No quería perder toda la clase.

—La parte física ya la tengo. Entreno desde que aprendí a andar —respondió ella.

El chico se acercó. Eso era cierto. Le había visto practicar gimnasia y estaba claro que tenía flexibilidad, fuerza y resistencia.

—¿Por qué entrenas aquí? —le preguntó él curioso mientras sujetaba el saco para que ella pudiese asestar un golpe.

A Alejo le parecía bastante raro que con todo el dinero que tenía la joven no fuese a un gimnasio o a un club privado a entrenar.

—A mi madre no le gusta —respondió ella sin darle demasiada importancia.

—Flexiona un poco las piernas y estabiliza la cadera. Que no sea solo tu brazo el que golpee —le explicó—. ¿Y por qué no le gusta que su hija haga un deporte tan refinado? Un deporte de niñas bien —preguntó divertido.

¿Quién entendía a los ricos?

—Porque tiendo a obsesionarme —respondió con franqueza mientras golpeaba el saco—. Hace algunos años tuve una crisis y mi madre decidió que ya no debía entrenar más.

La confesión de Venus tomó a Alejo por sorpresa. Quería saber más, pero no quería ponerla en una situación incómoda.

—No sé por qué te he contado eso. No es algo que vaya chillando —comentó—. Y desde luego no quiero que eso haga que me trates de otra forma —pidió.

Estaba harta de que todos pensasen que era de porcelana. Que era tan frágil que podía romperse en cualquier momento.

—No lo haré —reconoció él.

—Por cierto, ¿compites?

El chico se lo había preguntado a ella hacía un tiempo, pero ella había olvidado hacerle la pregunta a él. La verdad es que eso era demasiado típico en Venus.

—No.

Venus sabía que ese "no" escondía algo, pero al igual que él no se había inmiscuido en su vida, ella no lo haría en la de él.

—¿Y qué le parece a tu familia que entrenes conmigo?

—No lo saben, ni lo van a saber —advirtió Venus cambiando el tono.

—Por mi no hay problema —aceptó.

No quería problemas con la familia de Venus. No era bueno para seguir manteniendo su beca en el colegio.

—Aprendes rápido —felicitó el chico.

Ella sonrió.

El tiempo se había pasado demasiado deprisa.

—¿Tienes planes para esta tarde?

Ella le miró divertida.

—¿Estás tratando de proponerme algo?

—Sí, bueno, unos amigos van a hacer un botellón en el barrio y me preguntaba si te apetecía venir.

Venus se quedó en silencio. Nunca había hecho botellón. 

—Sé que no es tu estilo, pero...

—Bien, iré —aceptó ante la sorpresa del chico.

—¿Te paso a buscar?

—No. Mándame la dirección y yo voy.



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