Capítulo 65

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Lucía había sobrevivido al lunes. Al menos al lunes lectivo. Sabía que en casa volverían los gritos y los reproches. 

Se había pasado el fin de semana encerrada en su habitación tratando de ignorar a todos, pero le había sido imposible con las constantes broncas de sus padres por el estado en el que se encontraba y las interrupciones de Damián para interrogarla sobre lo sucedido en el botellón.

Las clases ya habían terminado por ese día. Ahora solo le quedaba subir las escaleras a toda prisa y volver a encerrarse en su habitación antes de que nadie le interceptase. Así habría pasado otro día más.

—Lucía.

La voz de su madre la sobresaltó.

—¿Mamá? —preguntó tratando de sonar dulce.

Elena avanzó con sus vertiginosos zapatos de tacón de aguja hasta ella. Su semblante estaba serio. Demasiado serio.

Lucía comenzó a morderse las uñas algo nerviosa. Era un vicio que había tratado de dejar y que sabía que Elena odiaba.

Ambas se quedaron en silencio y Lucía deseó que su madre le gritase. Ese silencio le comenzaba a agobiar demasiado.

Elena se acercó hacia ella continuando en silencio y le entregó unos folletos.

—Tu padre y yo hemos estado hablando y creemos que...

Lucía dejó de escuchar. Tenía toda su atención puesta en esos panfletos. ¡Eran clínicas de rehabilitación!

—¿Qué es esto? —interrumpió Venus cogiendo un panfleto al ver la cara de Lucía—. ¿Os habéis vuelto locos? —explotó al ver el contenido.

—Venus, esto no es cosa tuya —advirtió su madre—. Ve a tu habitación y déjame hablar con tu hermana.

—No —desafió ella.

Por una vez, Lucía se alegro de que Venus se quedase junto a ella. De que fuese una metiche cabezota que siempre iba a lo suyo. En esa ocasión se sentía en cierta forma protegida, respaldada por ella.

—Venus —volvió a advertir Elena.

—No, mamá. Esto es ridículo —aseguró dejando caer el panfleto al suelo—. Lucía no es una borracha ni una adicta.

—Venus, tú has visto cómo ha estado el fin de semana —Hizo una pausa—. Y hemos visto las imágenes de seguridad de la entrada —Se llevó la mano a la garganta y miró a Lucía—. Estabas hecha un...

No pudo terminar la frase.

—Mamá, fue una noche —trató de explicar Lucía.

—Cariño, eres muy joven. No puedes echar a perder tu vida por el alcohol, no lo permitiremos.

La voz de Elena no sonaba desafiante, más bien rota. Le dolía esta situación y creía que estaba haciendo lo mejor para su hija.

—¡Precisamente porque es joven puede equivocarse! ¿Si no lo hace ahora cuándo lo va a hacer? —exclamó venus.

—¡Ser alcohólica no es una equivocación, Venus, es una enfermedad! —explotó Elena.

Entonces Venus soltó una risa cansada.

—¿A qué viene eso? —preguntó Elena molesta.

—Ser bebedor social está bien, ¿no? —preguntó negando con la cabeza—. Vuestros amigos beben y beben en las galas. Champán, vino, cava... lo que sea. Ahí no hay problema —Medio sonrió—. Pero cuando vuestra hija se descontrola una sola noche porque necesita explotar, porque necesita no sentir, entonces eso es una vergüenza, un problema que hay que esconder —dijo molesta—. ¿Por qué en vez de darle estos folletos no le has preguntado si estaba bien? —se rio de forma irónica —. ¡Si es que ni siquiera le has preguntado qué le pudo llevar a eso! —exclamó haciendo aspavientos con las manos —. Mucho nos preocupa la familia de puertas para fuera, de cara a la galería, pero lo que realmente nos pase a cualquiera de nosotros da igual —Hizo una pausa—. Da igual siempre que no afecte a nuestra imagen de familia idílica.

Lucía le miró agradecida por defenderla de esa manera. Aunque, en el fondo, no estaba muy segura de si con ese discurso seguía hablando de lo suyo o estaba hablando ya de ella misma. Aun así, le venía bien.

—Mamá, fue una noche y no volverá a pasar. Perdí el control, lo admito, pero no volverá a pasar.

La voz de Lucía sonaba suplicante, pero Elena no lo tenía del todo claro. Jorge y ella ya habían tomado una decisión.

—Mamá —intervino Damián—, no volverá a pasar. Yo me encargaré de ello —aseguró.

Elena cogió aire pensativa. Si se fiaba de alguno de sus hijos, ese era Damián. Siempre había sido el serio, el responsable.

—No sé...

—Mamá, siempre me has dicho que somos una familia —dijo Venus—. Y, por primera vez lo somos, creo —dijo dedicándole una sonrisa a Lucía—. Y las familias se apoyan. Se cuidan entre ellos. Afrontan juntos los problemas. Así que, demuéstrame que de verdad podemos ser una familia.

Elena se sentía orgullosa de lo que Venus acababa de decir. Era lo que había tratado de explicarle desde que se casó con Jorge.

—Está bien —aceptó no del todo convencida.

—¡Gracias, mamá! —exclamó Lucía abrazando con fuerza a su madre.

—Pero ni una más —advirtió.

—Ni una más —repitió Lucía lo más formal que pudo.

Después se giró hacia Damián y Venus.

—Gracias.

Venus le dedicó una amplia sonrisa y Damián la abrazó con fuerza.

Ese abrazo removió el interior de Venus. Ese Damián era del que ella se había enamorado. Aquel que la defendía sin importar el coste. El que siempre estaba allí para ella. El que la cubría. El que le hacía sonreír y la tranquilizaba en los peores momentos. Ese con el que sabía que siempre podía contar.

Deseó unirse al abrazo. Deseo besarlo en frente de todos. Decirle que lo quería, que siempre lo había querido y que siempre lo haría. Pero no pudo. Damián había decidido alejarla y ella debería aprender a vivir su propio camino por mucho que eso le doliese.

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