Capítulo 24

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Venus estaba en silencio sentada en el suelo del porche de su casa. Con sus brazos se agarraba las rodillas tratando de resguardarlas del frío. Trató de cubrirse algo más con su abrigo, pero, en verdad, el gélido viento no era lo que le provocaba ese frío. Era un frío interno. Ese que te hiela los huesos y que no hay forma de combatir.

En un segundo todo había cambiado. Su vida se había desmoronado. Nadie le creía. Ni siquiera sus amigos de toda la vida. Ni siquiera Damián. Todos pensaban que era una persona tan horrible que era capaz de empujar a una chica por las escaleras. ¿Por qué?

Cerró los ojos. ¿Cuándo todo se había torcido tanto?, ¿cuándo se había ido a la mierda? ¿En qué momento ella se había convertido en eso? En un monstruo para todos.

Venus no la había empujado, nunca lo hubiese hecho, pero si todos creían que sí era porque la veían capaz. ¿En serio eso era lo que pensaban de ella?

Había notado las miradas temerosas de todos los invitados clavadas en su cuerpo. Eran jueces, testigos y verdugos. Ella no tenía nada qué decir. A nadie le importaba su verdad. Ya habían decidido que era culpable.

—Afrodita.

Esa voz le sacó de sus pensamientos. Suspiró. Ni tenía tiempo para eso, ni quería perderlo de esa manera.

—Si vienes a decirme la horrible persona que soy puedes ahorrártelo. Yo no he sido —comentó cansada.

La chica no sabía cuántas veces tendría que repetir esa frase.

—Te creo.

—¡Me da igual que no me creas! Yo no... —Se quedó en silencio.

El chico le había dicho que le creía. ¿Él sí?, ¿por qué?

—¿Qué has dicho? —preguntó aún sin terminar de creerse que hubiese escuchado bien.

—Que si tú dices que no has sido yo te creo —respondió con voz clara y amable.

Se levantó de forma ágil, se giró y lo miró algo confusa.

—¿Por qué?

Alejo vio en los ojos de Venus todo ese dolor desgarrador y supo que estaba en lo cierto. Ella no había sido. Adhara estaba en lo cierto.

—¿Por qué me crees? —insistió ella—. Apenas me conoces.

La respuesta era clara. Porque Adhara había mostrado una fe ciega que le había conmovido, pero eso no se lo diría.

Se encogió de hombros.

—¿Por qué no habría de creerte?

La pregunta la descolocó. Se sintió rara. Agradecida. Y, de pronto, todo el dolor se volvió muy real. Venus sintió ganas de dejar salir todo el dolor y el miedo que llevaba dentro. De llorar y dejarse caer, pero no podía. Si lo hacía Paula ganaría.

Esbozó una pequeña sonrisa.

—Gracias.

Fue un susurro apenas audible, pero para ella lo significó todo.

Había encontrado a alguien que no la miraba con los mismos ojos que los demás. Que le daba una oportunidad. Que no creía que fuese una persona tan horrible.

Ambos se quedaron un rato en silencio allí junto a la puerta.

Alejo quiso decir mil cosas, pero no sabía muy bien cómo romper ese silencio. Venus parecía cómoda en él.

—No lo olvidaré —dijo ella de pronto.

—¿Qué? —preguntó él confundido.

Ella sonrió, pero no contestó.

—Sácame de aquí, por favor —Se limitó a responder.

Él le miró sin saber muy bien qué responder. No quería aprovecharse de la vulnerabilidad de la chica. De que se sintiese sola e indefensa. 

—Por favor —insistió ella, pero él permaneció en silencio—. Olvídalo —dijo ella al aceptar que este no le ayudaría.

—No, es solo que... No me conoces apenas. Quieres venir conmigo porque te sientes mal.

Ella sonrió.

—Tienes razón, no te conozco, pero no puedes ser peor que las personas a las que conozco, así que me arriesgaré si tú también lo haces —le indicó ofreciéndole su mano.

Él sonrió y la cogió con delicadeza. Estaba helada, pero la chica no parecía consciente de ello.

Juntos avanzaron hasta el aparcamiento.

Alejo ofreció un casco a Venus y él se colocó otro.

La chica sonrió. La moto era vieja, sin duda, pero estaba cuidada con un mimo absoluto. Se veía que era importante para él.

—Espero que no te asuste —provocó él.

—Creo que una vez te dije que sabía hacer muchas cosas —respondió ella guiñándole un ojo y subiéndose en la moto.

—No lo dudo, pero no será hoy el día en el que me las demuestres —respondió él entre risas e indicándole que no conduciría ella.

Venus levantó las manos en forma de rendición.

—Está bien, pero te informo de que soy una excelente conductora.

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