Capítulo 2

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Venus aprovechó ese momento de calma para revisar algunas de las fotos de su móvil. Tirada en la cama pasaba foto tras foto sin esconder su sonrisa. Ese pequeño aparatito guardaba todos sus secretos.

La mayoría eran fotos con Damián, Lisi, Mateo y Milán. Sobre todo con los tres primeros. En todos sus recuerdos felices allí estaban ellos. Siempre juntos. Para lo bueno, para lo malo y para lo peor. Desde niños habían aprendido a cuidar los unos de los otros. A hacer lo que fuese para protegerse, significase lo que significase.

La puerta se abrió y Damián entró con cuidado. Venus saltó de la cama, mientras este cerraba con delicadeza la puerta.

—¿No sabes llamar? —preguntó esta.

Su voz no sonaba molesta, más bien divertida.

—¿Por qué?, ¿acaso estabas haciendo algo que no quieres que yo vea? —preguntó pícaro.

—Algo que no quiero que nadie vea —respondió ella acercándose más a él.

—¿Ah si? —preguntó él siguiéndole el juego.

Entonces ella se puso de puntillas y enroscó sus brazos en su cuello. No es que Venus fuese demasiado alta y la estatura del chico no ayudaba.

—¿Y se puede saber a qué has venido a mi habitación?

Los labios de ambos casi se rozaban. Y sus respiraciones entrecortadas evidenciaban la tensión sexual entre ellos.

—A saber cómo estabas —se sinceró él.

—¿Yo? Muy bien, ¿es que no me ves? —preguntó ella tomando un poco de distancia.

Era complicado tenerle tan cerca y no poder dejarse llevar.

Él sonrió.

—Ya veo —contestó repasando al milímetro su delgado, pero tonificado cuerpo—, pero no me refería a cómo te ves, sino a cómo te sientes —añadió cogiéndola de la cintura y volviéndola a atraer hacia sí mismo.

—Estoy bien —sentenció ella.

—Te fuiste.

Venus sabía que en cualquier momento el chico se lo reprocharía. Sin embargo, no había enfado en sus palabras, más bien curiosidad e incluso preocupación.

Silencio. Venus no sabía si quería comenzar esa conversación, pero los azules ojos del chico no le dejaban romper el contacto visual.

—¿Qué importa? Tampoco es que fueses a venirte —se limitó a decir ella.

—Venus...

—No importa, de verdad. Sabía que no podrías —se apresuró a responder tratando de mostrar su mejor sonrisa.

Venus se había convencido durante todo el verano de que no le había hecho daño que Damián no se hubiese presentado en el aeropuerto. Que en verdad sabía que no iba a ir y que no le había destrozado coger sola ese avión. Y ahora que lo tenía en frente sabía que si hablaban de ello se rompería. Que todos esos sentimientos que había mantenido a raya y que había tratado de ignoran aflorarían y la destrozarían.

—Te he comprado algo —dijo ella cambiando de tema.

—¿El qué? —preguntó este curioso.

—En el bolsillo pequeño de la maleta —señaló ella.

Este sonrió y cogió una pequeña cajita.

—Ábrelo —indicó ella al ver que el chico miraba curioso la caja.

—¿Una pulsera? —preguntó él entre risas mientras contemplaba la joya.

Era de plata, con una especie de chapa en el centro en la que había algo dibujado, o quizá letras, pero no sabía qué significaban.

—Sí, una pulsera —respondió ella golpeando su hombro—. Ven, deja que te la ate.

Él estiró su brazo, mientras ella presionaba el cierre con delicadeza. Una vez listo recorrió con la yema de sus dedos su muñeca.

—Ya está.

—¿Y qué significa? —preguntó él.

—Lo que nosotros queramos que signifique —respondió ella encogiéndose de hombros—. Todo o nada —se limitó a añadir mientras se sentaba en su cama.

—Buenas noches —dijo él besando su frente, pero ella le agarró de la muñeca.

—Quédate a dormir como cuando éramos niños —pidió.

—Ya no somos niños —respondió él con una juguetona sonrisa mostrando sus blancos y perfectamente alineados dientes.

—¿Y qué? —preguntó ella mirando su marcado mentón.

Silencio.

—Sabes que no puedo...

Sus palabras parecían rotas.

—¿No puedes o no quieres? —insistió ella dolida.

—Venus... —pidió él desviando su mirada hacia la puerta.

—No te estoy pidiendo nada malo. Tan solo que durmamos —explicó ella.

Desde el primer momento ellos dos habían pactado lo que podían y no podían hacer. Lo correcto y lo que jamás podría pasar. Al menos hasta que se independizasen y pudiesen vivir sin depender de nadie.

—Está bien —dijo algo resignado. Aunque en verdad se moría por poder estar con ella—. Vas a ser mi perdición. Lo sabes, ¿verdad? —le susurró al oído mientras la abrazaba por detrás con todas sus fuerzas.

Ella se pegó a él y cerró los ojos. No quería pensar en nada. Tan solo disfrutar el momento.

No estamos haciendo nada malo se repitieron una y otra vez en sus mentes mientras ninguno de los dos era capaz de alejarse ni un solo milímetro del otro.




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