Capítulo 59

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—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Damián algo borde ante las carcajadas de su amigo.

—Ay, ya. No te pongas intenso —respondió Mateo entre risas—. Reconoce que tus hermanas son cómicas juntas —dijo tratando de decirlo lo más finamente posible.

—Pues yo no le veo la gracias —dijo Damián a la vez que resoplaba y reanudaba el videojuego, pero enseguida lo volvía a pausar de nuevo.

Mateo lo miró esperando a que dijese eso que tan celosamente se estaba guardando.

—¿Tú crees que está con ese imbécil?

—¿Con el agricultor?

—No. Con Alejo. ¡Espabila! —le pidió a su amigo.

Mateo dejó el mando en el sofá. Esa conversación iba a ser larga. Ya podía olvidarse de su noche de videojuegos.

—No —respondió sincero—, pero no va a ser siempre así —añadió.

—¿Qué?

—Que Venus no va a estar siempre ahí. ¡Venga ya, es bastante obvio! Pretendientes no le faltan y en algún momento ella se irá con alguien. Lo sabes.

Eso no era lo que Damián quería escuchar. Reanudó el juego y Mateo lo volvió a pausar.

—Eres mi mejor amigo, sois mis mejores amigos. Te quiero y la quiero a ella —Sonrió—. Pero a ti no te entiendo.

—¿A qué te refieres?

—Que no entiendo esa obsesión de mantenerlo en secreto. De no jugártela por ella.

—Mateo, sabes que es complicado.

—Todo en la vida lo es, ¿y qué?

—No es lo mismo.

—La quieres, lo sé. Sé que la quieres más que a nadie en el mundo. Así que dime, ¿por qué te enfrascas en esta estúpida situación en la que no gana ninguno de los dos? Y no te atrevas a decirme que sois hermanos porque no lo sois —espetó—. Ni siquiera habéis pasado la infancia juntos. Cuando os conocisteis tú tenías once años y ella diez.

Damián tragó saliva recordando aquel momento en el que la había visto. Venus correteaba por el jardín mientras el personal de servicio la perseguía tratando de atraparla. La chica frenó en seco, le miró y le dedicó una sonrisa. Entonces lo supo. En ese preciso instante se había enamorado locamente de ella y había sabido que ella sería la única.

—Mateo, ¿sabes lo que es crecer solo? Sin nadie que cuide de ti. Sin nadie a quien le importes. Que pasen los días y los años y cada vez tengas más claro que no va haber nadie para ti. Que vengan parejas a conocerte, pero ninguna te escoja porque ya eres demasiado mayor —comentó con cierto dolor. Recordar esos días era demoledor.

—No hace falta que... —interrumpió Mateo.

Damián nunca hablaba de esa parte de su vida. En todos los años de amistad jamás había hecho referencia alguna a eso y Mateo no quería que se sintiese obligado a contárselo.

—Necesito que lo entiendas —Hizo una pausa—. Yo estaba seguro de que ya nadie me adoptaría. Nadie quiere niños tan mayores. Quieres bebés o niños pequeños que no recuerden nada. Que no se hayan formado aún para que no sean problemáticos —tragó saliva—. Pero un día aparecieron ellos y me escogieron a mí. ¿Lo entiendes? De todos los que estábamos me querían a mí —Desvió la mirada—. Elena y Jorge me acogieron en su casa, me lo dieron todo. Me criaron como a su hijo, me quisieron como a su hijo —medio sonrió—. Nunca me han hecho sentir fuera de lugar. Nunca han hecho ninguna diferencia entre sus hijas y yo. Siempre han sido mis padres. Desde el primer día —explicó.

—Entiendo —comentó Mateo en un susurró.

—No, no puedes entenderlo porque tú siempre has tenido ahí a tus padres—respondió negando con la cabeza—. Yo no tenía nada y ellos me lo dieron todo sin pedir nada a cambio. Así que dime, ¿cómo voy a yo a devolverles todo ese amor con una traición?

—No es traicionarles, Damián. Venus y tú estáis enamorados. Ha pasado sin más. Os queréis.

—La quiero, pero... —Suspiró—. Necesito tiempo. Necesito que pase el tiempo. Necesito ser autosuficiente. Demostrarle a Elena que quiero a Venus por encima de todo, que la puedo cuidar, que puedo darle la vida que merece.

Mateo puso la mano en el hombro de su amigo. Lo entendía, pero no tenía ningún sentido para él.

—No quiero que piensen que quiero aprovecharme de ella.

—Nadie piensa eso. Damián, no tienes nada que demostrar a nadie. Venus te quiere. Te quiere a ti —respondió—. Pero no esperará eternamente. ¿No tienes miedo que cuando cumpla los 18 se vaya a Estados Unidos para siempre?

Damián se quedó en silencio. ¿Qué si tenía miedo? ¡Claro! Estaba aterrado de perderla para siempre, pero debía hacer las cosas bien. Y si Venus quería irse, él no podía ser un impedimento para ello.

Cogió el mando y reanudó la partida. Esa vez Mateo decidió jugar con él. Sabía que su amigo no estaba bien. No era el momento de profundizar más en la conversación.


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