Capítulo 5

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—Minerva Venus Cahué —pronunció la profesora con tono cansado.

—Solo Venus, se lo digo cada año —respondió esta desde su asiento.

—Qué bien que nos honre con su presencia.

Venus fue a contestar, pero Lisi le pellizcó el muslo a modo de advertencia. Así que le devolvió una falsa sonrisa y esperó a que la clase avanzase.

—¡Qué fuerte!, ¿no?

Venus miró a la chica que le dirigía la palabra. Era rubia, con rasgos delicados y cuidado maquillaje que potenciaba sus virtudes.

Arqueó una ceja. ¿A caso la conocía?

—¿Y tú quién eres? —preguntó ni corta ni perezosa.

—No seas borde —le reprendió Damián.

—Soy Paula —se presentó tendiendo su mano.

Venus la miró sin demasiado interés y desvió la mirada hacia sus amigos. Después salió de la clase sin decir una sola palabra a nadie.  Damián fue a seguirla, pero Elisabeth le detuvo. Sabía que no era el momento. Su amiga debía estar sola. Tenía mucho que meditar.

Venus corrió hasta la explanada del recinto. Necesitaba coger aire. Respirar y pensar. No era para tanto. Solo era una chica nueva, pero ¿qué hacía con ellos? Nadie que no perteneciese al grupo se juntaba con ellos. Siempre habían sido solo ellos, desde pequeños. ¿Quién era esa chica? No le gustaba.

—¿Quieres?

Venus estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se había percatado de que no estaba sola.

Miró al chico. Tenía el pelo castaño algo alborotado y le miraba con unos ojos azules cristalinos que parecían que le desnudaban.

El chico le acercó el cigarro volviéndoselo a ofrecer y a Venus esa escena le recordó demasiado a un momento clave de su pasado.

—No gracias. No fumo.

Él se encogió de hombros.

—Sé que es un mal hábito, ¿pero qué le voy a hacer?

—Dejarlo —respondió ella de forma seca.

Otro podría haberse tomado mal ese comentario, sin embargo él se rio tomándola por sorpresa.

—Soy...

Fue a presentarse, pero él ya sabía quién era.

—Minerva Venus —Se rio—. Has hecho una gran entrada a clase.

Ella frunció el ceño. No se acordaba de haberlo visto dentro.

—Sí, lo sé, solo Venus. También lo he escuchado —dijo cuando la chica fue a decir algo—, pero ¿por qué quitarte un nombre cuando son dos de las deidades romanas más importantes?

—Querrás decir dos deidades griegas renombradas por los romanos al apropiarselas —corrigió.

—Touché —aceptó.

—Mis padres tienen un sentido de gusto algo complicado, pero sin duda mucho mejor que haberme llamado Atenea Afrodita —Se rio—. La etapa del instituto hubiese sido dura —bromeó.

El chico le dio un par de caladas al cigarro mientras no perdía su mirada de la de ella.

—No sé por qué. A mi me suena bien. Atenea Afrodita —repitió él tratando de sonar serio.

Eso provocó una media sonrisa de ella.

—Pero si sabes sonreír —se burló él.

—Sé hacer muchas cosas —respondió—. Cosas que nunca te imaginarías —anunció con voz misteriosa captando aún más la atención de él.

—No lo dudo —reconoció él.

Los labios de Venus se torcieron formando esa vez una sonrisa completa. Después giró sobre sus talones y volvió a entrar en el centro.

—Encantado, por cierto soy Alejandro, pero todos me llaman Alejo —dijo este una vez la chica se había ido.

Cogió aire. ¿Por qué no se había presentado antes?, ¿por qué no le había dicho quién era?

Tiró el cigarrillo al suelo, lo pisó, lo volvió a recoger, lo depositó en la basura y entró al colegio.

—Tío, ¿dónde estabas? —preguntó Sergio.

Este se giró hacia su amigo. Tenía el rostro despreocupado e incluso algo infantil con esa constante sonrisa. Sus ojos eran oscuros, al igual que su pelo, el que siempre estaba despeinado.

—Fumando.

—Eso te acabará matando.

Alejo sonrió.

—¿Sabes, Sergio? Hoy no eres el primero que me dice lo despreciable que es mi vicio —bromeó entre risas—. Venga, vamos a la cafetería.

Ambos caminaron juntos hasta que una chica se les unió.

Tenía el pelo dorado, ondulado hasta casi la cintura. Sus ojos eran verdes esmeraldas y su nariz fina y respingona. Por fuera parecía una auténtica señorita, pero cuando abría la boca todo cambiaba.

—Anisa —la saludaron ambos.

—¿Dónde os habíais metido? —preguntó.

No era curiosidad. Estaba molesta. No quería entrar sola a la cafetería con esa jauría. Los nuevos debían estar unidos y apoyarse.

Juntos entraron en la cafetería y escogieron una mesa algo apartada.

Sergio y Anisa hablaban animados, pero Alejo apenas participaba en la conversación. Estaba absorto buscando a Venus, pero no lograba encontrarla.

—Eh, ¿dónde estás? —se quejó su amigo—. ¿Se puede saber qué miras?

Y entonces entró ella. Parecía que su pelo flotaba con cada paso y sus caderas se movían acompasadas con cada uno de sus firmes pasos.

—Ahí tienes la respuesta —comentó Anisa—. Parece que le mola la pija.

—¡Qué dices! 

Trató de excusarse.

—Claaaro, seguro que lo que mirabas es lo bien que le conjunta el uniforme y no sus largas piernas y su culo prieto —respondió esta entre risas.

Sergio comenzó a reírse junto a su amiga.

—Vale, está buena ¿y qué? —comentó Alejo.

—Nada, nada —respondieron ambos aún entre risas.

—Pero vamos, que las pijas como esas no se fijan en tíos como tú —Se giro hacia Sergio—.  Como vosotros, mejor dicho. 

—¡Eh! —se quejó Sergio mientras le lanzaba una patata frita a su amiga.

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