Capítulo 81

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Elena miraba su mano que no dejaba de templar. Mientras a su vez, Damián la observaba a ella en silencio, con evidente decepción.

—Yo no quería —musitó ella llena de vergüenza.

Trató de agarrarse la mano para que se quedase quieta, pero era imposible. Sentía el golpe, el calor. Sentía el dolor de la acción que acababa de acometer. Había abofeteado a su hija. Y no lo había hecho porque esta se lo mereciese, sino por sus propios miedo e inseguridades. No había actuado como su madre, sino más bien como su hija egoísta e inconsciente.

Damián avanzó hacia ella. Estaba dolido, destrozado. Esa imagen había sido desgarradora para él.

Estaba cansado de ver como esas dos, aunque se querían, no paraban de destruirse la una a la otra.

—No creo que el golpe sea lo que más les haya dolido —comentó llamando la atención de Elena.

—La estoy perdiendo —sollozó.

—Todos la estamos perdiendo —reconoció Damián abrazando a su madre al verla así—. Pero es culpa nuestra.

Elena sabía que su hijo tenía razón, pero no podía aceptarlo.

—Yo solo quiero que sea feliz aquí, con nosotros, con su familia —susurró ella recordando la última parte de la carta.

Leer lo bien que Venus se llevaba con su padre e incluso con la pareja de este la destrozaba. Temía que ellos fuesen su familia y que decidiese alejarse para siempre. Desde que Venus era una niña, Elena siempre había sentido un dolor indescriptible cuando había tenido que dejarla marchar con Guillermo.

—¿Y por qué no hablas con ella en vez de montarle una escena por una estúpida universidad? —preguntó Damián tomando algo de distancia —. Sabes que esa universidad es su sueño, no puedes haberte sorprendido por eso. Además, ¿en qué momento has decidido leer una carta suya? 

Elena sonrió y acarició la cara de su hijo.

—¿Cuándo te has vuelto tan maduro? 

—Mamá...

—Lo sé, es solo que no lo entiendo. No entiendo por qué siempre todo lo que hace Guillermo es perfecto, por qué él siempre es el bueno, por qué llama "papá" a su pareja.

La voz de Elena se iba rompiendo conforme iba avanzando.

—No creo que lo haga. No creo que Venus llame así a nadie que no seáis Guillermo y tú —admitió.

Elena miró hacia la escalera.

—¿Qué he hecho tan mal para que se quiera ir siempre y para que nunca vuelva cuando le toca? —preguntó dolida.

Damián se quedó en silencio. No creía que esa conversación tuviese que tenerla con él, pero si quería su opinión se la daría.

—Creo que desde pequeña le hemos obligado a tener dos vidas.

Elena arqueó la ceja pidiendo que se explicase.

—Cada año, cuando se iba a Estados Unidos y volvía, nadie hablaba de ello. Era como si ese tiempo no hubiese existido —Cogió aire—. Y, en cierto modo, ella creció sintiendo que eran dos vidas distintas. ¿No te has fijado que no sabemos nada de su vida allí?

Elena se quedó en silencio pensativa.

—Ahora, cada vez que le preguntamos rehuye el tema. Ni siquiera habla con nosotros cuando está allí —explicó—. Es como si no fuese nuestra Venus. Y es nuestra culpa, porque le hicimos sentir así —reconoció apenado.

Cuando Damián había llegado a la casa de los Berbens, eso era algo que le había llamado mucho la atención, pero Lucía le había advertido que sus padres nunca hablaban de ello y que estaba prohibido preguntarle a Venus por esos meses, así que, siendo un niño, no se lo había cuestionado demasiado. Pero conforme había ido creciendo se había dado cuenta de que eso no estaba bien y había tratado de reparar su error. Para su desgracia, parecía que ya era tarde. Venus siempre se cerraba cuando este le preguntaba cosas sobre su estancia en la casa de su padre.

—No era mi intención...

Elena estaba destrozada, las lágrimas caían sin cesar. Por primera vez estaba siendo realmente consciente de todo el daño que podía haber llegado a causarle.

—Lo sé, pero...

—Ya basta, por favor —pidió Elena interrumpiéndolo. No podía seguir escuchando más.

Damián accedió y subió las escaleras hasta la puerta de Venus. Necesitaba saber cómo se sentía ella.

 Tocó la puerta, pero al no escuchar respuesta abrió de forma lenta.

En el interior, Venus estaba sentada en la cama, con la espalda recostada en la pared y agarrando la carta como si fuese su posesión más preciada. Tenía los ojos algo hinchados y rojos.

Damián avanzó hacia ella.

—No es el momento —dijo ella con un hilo de voz—. Si quieres discutir, mañana.

El chico negó con la cabeza y se sentó junto a ella.

—Sé que no estamos en nuestro mejor momento, pero somos tú y yo, ¿vale? No haya nada que no hiciese por no verte mal —le dijo de forma tierna—. Así que si estás enfadada o me odias, olvida quien soy y deja que ahora mismo sea simplemente lo que tú necesites —ofreció de forma sincera—. Mañana será otro día.

Venus alzó la mirada y observó tímidamente los ojos azules del chico.

—Puedes hablarme de lo que necesites —ofreció él, pero ella tan solo lo abrazó con fuerza, como si ese abrazo pudiese salvarle de todos sus problemas.

Él correspondió al abrazo de forma protectora y besó su frente de forma cálida.

—¿Tú también estás decepcionado?

Esa pregunta pilló por sorpresa a Damián.

—¿Yo?, ¿por qué?

—La carta —musitó ella acomodándose en él.

—No la he leído. Y no me importa lo que ponga. No podría decepcionarme nunca que sigas tu felicidad —señaló en referencia de lo que había dicho su madre sobre la universidad.

Venus esbozó una pequeña sonrisa y cejó caer sus pesados y agotados parpados. Quería descansar. Necesitaba no pensar en nada. Y en sus brazos se sentía segura.

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