Capítulo 33

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Las clases se habían sucedido deprisa. Las horas lectivas ya habían terminado y Venus se sentía bien. Confiada y a gusto. Era extraño. Había tenido una especie de enfrentamiento con los que se suponían que eran sus amigos y notaba las miradas y los cuchicheos de todos, pero se sentía bien. De hecho, se sentía muy bien.

Se había pegado las clases riendo con Anisa, Adhara y Alejo, entre regañina y regañina de los diferentes profesores, quienes no entendían qué les pasaba a los chicos ese día.

No entendía que algo nuevo estaba comenzando a surgir. Algo que podía arreglarlo todo o hundirles irremediablemente, pero eso ellos aún no lo sabían.

—Tenemos que hablar —dijo Elisabeth agarrando de la muñeca a Venus a la salida del aula.

Mateo se interpuso entre las dos. Estaba realmente molesto con Lisi por su comportamiento.

—Si lo que va a salir por tu boca no es una disculpa creo que es mejor que te quedes callada —advirtió.

—Tranquilo —dijo Venus y le pidió que les dejase hablar a solas.

Una vez se hubieron ido Lisi miró hacia el techo como buscando que alguien desde allí le dijese cómo empezar esa conversación.

—Siento lo de antes, pero tienes que entenderme —trató de justificarse—. Tengo que desmarcarme. No puedo meterme en escándalos. Mi familia depende de ello. Y ahora mismo tú eres un escándalo con patas.

Silencio.

Venus entendía la situación. Claro que lo hacía. Elisabeth siempre había sido muy clara, su apellido estaba por encima de todo. Pero eso no hacía que doliese menos.

—Venus, joder, ¿cómo te has metido en este lío? ¡Tú eres mucho más inteligente que esto! —reprochó.

—Que yo no la empujé.

Estaba más que harta de repetir una y otra vez lo mismo y mendigar que el resto le creyesen.

—¿Y qué? 

Eso descolocó a Venus. No parecía que Lisi dudase de lo que le había dicho.

—Sabes cómo funciona esto. Te disculpas de cara a la galería, finges que todo está bien y se la devuelves. No hace falta que te explique estás cosas —se quejó—. Pero joder, no te juntas con la hija de la puta y la de la cazarricos robamaridos. Joder, que ahora mismo no puedes estar en más bocas —Suspiró. Esta situación le irritaba. Se sentía impotente porque quería ayudar a su amiga, pero eso era arriesgarlo todo—. Si me pongo de tu lado, Milán... —trató de explicar—. No puedo. Lo pierdo todo. Me entiendes, ¿verdad?

—Lo entiendo.

Lisi sabía que venus no la juzgaba y eso acentuaba más el dolor. Se sentía una persona miserable, pero debía mirar por su futuro.

—Joder —Elisabeth no era una persona que utilizase palabras malsonantes, pero la rabia no le dejaba expresarse de otra manera—, estás sola. Lo siento mucho —se disculpó—. ¿Estarás bien? —preguntó preocupada.

Venus medio sonrió.

—Sí, siempre lo estoy —respondió tratando de aplacar la culpa de su amiga.

—Sabes que tus secretos siempre van a estar a salvo conmigo.

Venus asintió con la cabeza. Eso no hacía falta ni decirlo. Sabía que Lisi jamás la delataría.

—Los tuyos también —respondió.

Elisabeth giró la cabeza y miró hacia el suelo. Se sentía avergonzada de su actitud, pero ¿qué más podía hacer? No podía jugárselo todo.

—Suerte —articuló como pudo.

—Tú también, Lisi, porque créeme que con ella cerca la vas a necesitar —advirtió a su amiga.

La vida, o mejor dicho, las decisiones de cada una las habían separado, pero ambas sabían que eso no rompería su amistad. Que era un parón, pero que llegaría el momento de volver a unirse y lo harían con todas sus fuerzas.

Una retirada a tiempo era una victoria. No era momento de atacar, pero cuando lo fuese, que se preparase todo el mundo. Porque si había dos personas con sed de venganza, esas eran Mery Elisabeth Esmegraldo y Venus Minerva Cahué. El arte de la guerra corría por sus venas y cuando estaban heridas eran muy peligrosas. 

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