Capítulo 26

1.1K 138 8
                                    


La moto se detuvo en medio de una obscura calle. Apenas había farolas ni tampoco transeúntes.

Venus miró hacia todos los lados algo agobiada. ¿Dónde estaban?, ¿y si ese chico era un psicópata? ¿Cómo podía haber sido tan inconsciente de montarse en la moto de un desconocido e irse sin decir nada a nadie?

Comenzaba a sentir nauseas.

Ahora que lo pensaba bien ese chico podía ser perfectamente un acosador. Siempre aparecía en los momentos en los que ella estaba sola.

A decir verdad, en la mayoría de las ocasiones, él ya estaba cuando Venus llegaba a un sitio, así que la acosadora podía ser ella, pero la chica jamás se percataba.

Apretó con fuerza su móvil como si este pudiese salvarle de cualquier situación.

—Hemos llegado —anunció Alejo bajando de la moto y ofreciendo su mano a Venus para bajarse también.

La joven de pelo castaño lo miró dubitativa. ¿Qué habían llegado a dónde?

Se bajó de la moto, pero sin aceptar la ayuda de Alejo. Sería mejor no acercarse demasiado.

Alejandro la miró un poco confuso, pero tampoco le dio demasiada importancia. Esa chica era así.

—Vas a probar los mejores burritos de toda España —anunció señalando un puesto que había cerca de donde estaban.

Venus focalizó la vista en el puesto de comida y respiró aliviada. Vale, ese chico no era un sociópata, solo un tipo raro con un gusto pésimo.

Sonrió.

—Ya los he probado y no son aquí —respondió sin ningún tipo de tacto.

Una vez pasado el peligro ya podía volver a ser ella misma.

—Créeme que son espectaculares.

Venus arqueó una ceja y volvió a mirar el puesto. 

—Yo no como eso ni loca —anunció.

—Pues no sabes lo que te pierdes.

—Sí, sí que lo sé. Una intoxicación estomacal —Hizo una pausa—. Por dios, eso no tiene los controles establecidos por Sanidad ni de coña.

El chico se rio.

Era un puesto humilde, pero eso no significaba que estuviese sucio.

—Que no —repitió ella—. Que yo no como en un sitio donde no haya como mínimo un baño —explicó.

—Un mordisco —insistió él divertido.

—¿Pero es que tú me has traído aquí tan solo para envenenar a la chica mala del instituto? —bromeó ella entre risas.

—Pruébalo y luego podrás decirme todo lo que quieras.

—Soy capaz de quejarme durante 24 horas seguidas —anunció.

—Asumiré el riesgo.

Venus rodó los ojos. Parecía que el chico no se iba a dar por vencido, así que aceptó.

Alejo se acercó al puesto y pidió dos burritos especiales de la casa.

Venus miró con evidente asco el burrito envuelto en papel de aluminio que goteaba grasa por todos los lados.

—Venga, no lo pienses y dale un mordisco.

Venus quitó el envoltorio de una esquina, cerró los ojos y con sus paletas cogió un diminuto trozo.

—Ya está.

Alejo le miró y negó con la cabeza.

—¿Me puedes decir de dónde has cogido?

El burrito estaba intacto.

Venus puso cara de niña pequeña, pero no le funcionó.

—Está bien, pero si me pasa algo tú serás el culpable —jugó su último cartucho.

—Lo entiendo, y ahora muerde.

¿En serio?, ¿por qué ese chico no cedía? Nunca antes le había pasado.

 Dio un diminuto mordisco, pero fue suficiente para que todos los ingredientes comenzasen a mezclarse en su boca.

Una sensación asquerosa comenzó a invadirle.

Era ese instante en el que necesitas tragar, pero no puedes y utilizas el pan y el agua para matar el sabor y que todo baje, pero no tenía ni pan ni agua.

Miró a Alejo con el mayor de los odios y tragó como pudo la comida.

—Cebolla.

—¿Qué?

—Que está plagado de cebolla —Se quejó ella—. Y yo odio la cebolla —añadió dándole el burrito.

—Vaya —comentó él sin saber muy bien qué decir.

Hubiese jurado que a la chica le iba a encantar. Que la iba a sorprender con ese delicioso burrito.

—Es de lo más repugnante que he tenido que comer en mi vida.

Alejo comenzó a reírse. No podía evitarlo. Trató de contenerse, pero era imposible.

—¡No tiene gracia! —se quejó ella, pero sin darse cuenta se vio envuelta en las risas del chico y se sorprendió a si misma riendo también.

Pasaron un rato así. Como un par de bobos que reían sin remedio. En verdad estaban sacando todo lo que llevaban. Como si la risa fuese capaz de llevarse todo el dolor que tan celosamente guardaban dentro de ellos.

—¿Podemos conducir sin rumbo? Solo conducir —pidió ella.

Y él aceptó.

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora