Capítulo 27

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Las luces de la casa estaban apagadas, por lo que Venus abrió la puerta con sumo cuidado. La fiesta ya habría terminado y todos estarían dormidos. La joven no quería despertar a nadie y tener que comenzar a dar explicaciones de dónde había estado, con quién y por qué se había ido de la fiesta de cumpleaños de Lucía sin decir nada a nadie.

Se quitó los tacones para no hacer ruido y comenzó a subir los peldaños de la escalera poco a poco.

Ya estaba frente a la puerta de su cuarto y había logrado llegar sin hacer el más mínimo ruido. Lo había conseguido.

Bajó el manillar y se introdujo en su cuarto en silencio.

Suspiró y se apoyó en la puerta. Estaba cansada. No solo físicamente, sino también mental. Todo lo de Paula comenzaba a rebotar en su cabeza de nuevo.

De pronto se encendió la luz y Venus vio a Damián sentado en su cama. Le miraba serio.

 —Joder, qué susto me has dado —Se quejó ella—. ¿Qué haces esperándome aquí a obscuras? —preguntó a la defensiva.

—¿Eso es todo? —se limitó a preguntar él.

—¿Y qué quieres que te diga?

—No sé. Empujas a una chica por las escaleras y desapareces de la fiesta. Creo que algo más podrías decir.

Venus se quedó inmóvil. Él también creía que la había empujado. Sintió como su corazón se paraba y como todo su mundo se desmoronaba.

—Venus, joder. ¿Se puede saber qué se te ha pasado por la cabeza?

—Vete a la mierda.

Eso fue lo único capaz de articular. Tenía la boca seca y sentía como todo lo daba vueltas. Damián tampoco le creía.

—El lunes vas a ir y le vas a pedir perdón. Le vas a decir que fue sin querer o yo que se qué.

Todo el cuerpo de Venus estaba temblando. Se sentía tan indefensa. Todo caía sin remedio. Ella no podía hacer nada. Era como si toda su vida nunca hubiese existido, como si solo hubiese sido una gran mentira.

Sus amigos y el amor de su vida no eran capaces de creerle. De darle el beneficio de la duda. Era como si no supiesen quién era ella. Como si todos los años anteriores juntos ya no importasen.

Una lágrima se desbordó y corrió por su mejilla.

Fue como una bofetada de realidad que hizo despertar a Venus.

—Claro, porque yo siempre soy la mala, ¿no?

—Venus, no empieces —pidió él.

Damián la quería. La quería a más que nadie en el mundo. Pero no podía apoyarla cuando sentía que no tenía razón.

—Soy la que carga con las culpas cuando nadie quiere, a la que no le importa hacer el trabajo sucio, la explosiva, la descontrolada —Hizo una pausa—. Soy muchas cosas Damián. No las niego —Tragó saliva—. Desde luego no soy ninguna santa y eso tú lo sabes mejor que nadie, pero yo asumo mis actos. Siempre lo he hecho —le increpó—. Y si te digo que yo no la he empujado es porque no lo he hecho. Y que tú no me creas dice muchísimo más de ti que de mí.

Damián se quedó en silencio sin saber muy bien qué decir. Venus era una persona inestable y él lo sabía. Era una persona impulsiva e imprevisible. Nunca sabías por dónde podía salir. Y eso la convertía en alguien peligrosa, pero era cierto que una mentirosa no era y menos con él. 

—Vete —pidió ella.

—Venus —dijo él casi sin darse cuenta de que avanzaba hacia ella.

—Ya me has oído. Quiero que te vayas —repitió con rabia.

Damián no le hizo caso.

—¡Que te vayas! —chilló esta vez golpeándolo con los puños en el pecho.

En verdad lo hizo sin fuerza. Descargando todo ese dolor y angustia que llevaba dentro.

Damián no se defendió. Se quedó ahí en silencio sin saber muy bien qué hacer.

Verla así le destrozaba, pero no sabía cómo actuar. 

A los pocos minutos Venus se medio calmó y recuperó la compostura.

—No soy esa persona —dijo casi sin voz—. Y si crees que lo soy es que nada de esto ha sido nunca real —añadió medio atragantándose entre sus palabras.

—¿Qué? —preguntó él con el rostro desencajado.

—Que no puedo más, Damián —finalizó la conversación abriendo la puerta y echándolo de su habitación.

Después cerró el pestillo y se dispuso a pasar una de sus peores y más largas noches.


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