Capítulo 9

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—No sé qué hacer —Comenzó la chica—. Hace unos días Damián me escribió para tomar algo, le dije que sí y así, pero la cosa parece haberse quedado ahí. No ha vuelto a escribirme y no sé si debería dar el paso y recordárselo o qué hacer.

Esa información sí que le interesó a Venus. Se incorporó de la hamaca y le miró seria.

—¿Mi hermano te ha dicho de quedar los dos?

Hermano. Solo utilizaba esa palabras cuando estaba enfadada con él o cuando estaba celosa y debía justificar esos celos mostrándose como una hermana sobreprotectora.  Y en ese instante era por ambas cosas.

—Sí, la verdad que es un encanto —respondió esta orgullosa mientras Elisabeth tomaba un trago a sabiendas de que nada bueno iba a ocurrir.

Venus se esforzó por mostrar la mejor de sus sonrisas.

—En ese caso creo que deberías decírselo.

—¿Qué? —exclamó Lisi.

—Sí, ¿por qué no? ¡Corre, aprovecha!

Paula la miró sin saber muy bien si le estaba tomando el pelo o se lo decía en serio.

Venus no había sido muy amable que digamos con ella, pero ahora le estaba animando a tener algo con su hermano. ¿Sería que los días anteriores había estado algo extraña por el viaje?

—Está en la barra, ¿qué tienes que perder?

No podía creerse que Damián le hubiese pedido una cita a esa insulsa. Era increíble. Tantas mentiras... estaba harta.

Paula se levantó emocionada y corrió hacia Damián.

Venus, por su parte, se levantó.

—Venus.

—No —advirtió esta a su amiga mientras se iba a la puerta del garaje. 

La joven necesitaba estar sola. 

—Parece que nos volvemos a encontrar, Afrodita.

Nadie le llamaba así.

—Ey, desconocido —le dijo al chico del cigarrillo en la boca.

—Soy el chico...

No le dejó terminar.

—Sí, el acosador que no se presentó el otro día —bromeó.

—Alejo —dijo él apagando el cigarrillo—. Y en mi defensa diré que eres tú quien siempre viene donde estoy yo. No al revés —continuó con la broma.

Venus se rio y miró el cigarrillo.

—¿Podrías darme uno?

Él la miró sorprendido. Pensaba que la chica le había dicho que no fumaba, pero aún así le dio un cigarrillo. Después se acercó a ella para encenderlo.

—¿Qué haces? —dijo ella tomando distancia.

—Tranquila, solo iba a darte fuego —respondió enseñándole el mechero.

—Ya te dije que yo no fumo —se limitó a responder ella.

Ambos se quedaron en silencio mientras él volvía a encenderse uno y le daba profundas caladas y ella tan solo lo mantenía en sus manos y de vez en cuando se lo llevaba a la boca apagado.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó él rompiendo el silencio.

—Perder mi tiempo, supongo.

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