Capítulo 45

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Venus se sentía rara. Era una mezcla confusa que le invadía. Por un lado se sentía bien de haber ayudado a Alejo, por otro se sentía vil por traicionar a Damián, pero lo que más le atormentaba era que no estaba en absoluto segura de cuáles habían sido sus motivos para echarle una mano al joven.

Se decía a sí misma que era por justicia, pero sabía que no era así. Venus nunca había brillado por ser el espíritu de la balanza. Trataba de convencerse de que entonces había sido por devolverle el favor a Alejo por lo de la noche de la fiesta, por haber confiado en ella y haberla sacado de ahí después cuando ella se lo había pedido. Pero en lo más fondo de su ser sabía que tampoco había sido por eso. Podía haber influido, claro estaba, pero no había sido el motivo principal. ¿Entonces, por qué? ¿por qué había corrido a salvarlo sin pensar en las consecuencias? Sin pensar en Damián... Eso le angustiaba, era nuevo para ella. Nuevo y confuso. Y eso le hacía sentirse más culpable aún, si eso era posible. 

Damián nunca le hubiese hecho eso. Ella lo sabía. Y lo peor de todo es que estaba segura que de haber sido al revés ella jamás se lo hubiese perdonado. Bueno, había algo peor. Aun sabiendo todo eso, lo había hecho. No era algo que se hubiese dado cuenta después. No. Lo sabía y aún así había tirado para adelante.

Abrió la puerta de casa esperando poder meterse a la cama y olvidar todo eso durante unas horas.

—¿Todo bien?

—Me has asustado —respondió ella tratando de no hacer contacto visual con Damián.

Este estaba sentado en el sofá de casa con el semblante serio.

—¿Por qué habrías de asustarte?

Venus se tensó. Parecía que el chico sabía algo, pero eso no tenía ningún sentido. Alejo no se lo habría contado, así que ¿quién entonces?

Esperaba que todo se tratase de una confusión. De que la culpa le estuviese haciendo ver cosas que no eran. Iba a contarle a Damián lo sucedido, pero aún no. Era mejor esperar a que todo se enfriase.

—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó ella recuperando su semblante frío habitual.

Debía actuar normal. No podía mostrarle cómo se sentía.

Él se levantó y se colocó en frente.

—¡Qué curioso! Yo iba a hacerte la misma pregunta.

—Damián...

—Venus —respondió él.

—Estás muy raro —dijo ella tratando de que no se notase su nerviosismo.

Dicho eso comenzó a andar escaleras arriba hacia su cuarto.

—¿Has estado en el hotel?

No hizo falta decir qué hotel, ni concretar más. Lo sabía, ¿pero cómo?

—No sé de qué hablas —medio tartamudeó mientras se apresuraba a su habitación.

Damián la siguió calmado y cerró la puerta tras de él.

—No quiero jugar, Venus.

Su voz no parecía molesta, más bien rota. Estaba dolido, defraudado incluso, pero no había rastro de enfado.

—No estoy jugando.

Venus no podía mirarle a la cara. No era capaz. Cada vez se sentía peor. Era como si hubiese elegido un bando y no hubiese sido el suyo. Y eso nunca antes había ocurrido.

—Pues si no estás jugando no me trates como a un idiota y, al menos, ten la decencia de ser sincera conmigo.

Venus jamás lo había visto ni escuchado así. 

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