Capítulo 86

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Venus había pasado un día extraño. Se sentía confundida. No entendía del todo lo que estaba pasando en su vida. Lo que sí que tenía claro era que ella era la culpable. Todo se desmoronaba y comenzaba a perder sentido, y ella había sido quien había llevado a esa desembocadura. Pero, ¿qué podía hacer ya? No podía cambiar el pasado. Solo le quedaba tirar hacia adelante como si nada. Vivir lo que ahora le tocase y hacerlo de la mejor forma posible. Así le habían criado. Le habían enseñado a mirar siempre hacia adelante y a olvidar los errores del pasado. Una enseñanza que pronto descubriría que no había sido la mejor.

Todo lo de Damián había descarrilado y no sabía si en un futuro lograría volver a lo de antes. Aunque doliese, debía dejar de pensar en él y en todo el daño que se habían hecho el uno al otro. Aunque eso también significase olvidar los buenos momentos, las risas, los silencios cómplices, las locuras, la emoción... en resumen, el amor.

No, él tenía que ser pasado para ella desde ese momento. Ahora debía centrarse en seguir adelante. En Alejo. Aún podía solucionar las cosas con ese chico. Y, sin duda, si había alguien que se lo mereciese era ese chico. Él se merecía cada gota de esfuerzo de ella.

Sonrió y siguió buscándolo por todas las instalaciones hasta que finalmente dio con él.

—Ven —ordenó agarrándole del brazo y tirando de él.

Vale, darle órdenes no era el mejor comienzo, pero todo tenía una buena explicación.

—No estoy de humor —respondió él algo hastiado.

Alejo seguía molesto y no le gustaba que la chica actuase como si nada hubiese pasado. Quizá en el mundo de sonrisas perfectas y elegantes apariencias de ella, las cosas funcionasen así, pero en el de Alejo no.

—Tú ven.

Esta vez no lo ordenó, sino que lo pidió y Alejo aceptó aunque no de demasiado buen grado.

Juntos avanzaron hasta el gimnasio donde había un saco colgado.

Venus se giró emocionada hacia el chico.

—Es tuyo —indicó ante el silencio de Alejo—. El de la tienda dijo que era el mejor del mercado. De hecho aún no está en España, pedí unos cuantos favores para que lo trajesen ya mismo desde Estados Unidos —explicó con una enorme sonrisa.

Alejo la miró perplejo. ¿En serio la chica creía que esa era la solución? No podía creerse lo que la chica le estaba diciendo.

—No lo quiero —respondió seco.

—¿Qué?

La respuesta tomó por sorpresa a la chica.

—¿Crees que todo puedes solucionarlo con tu dinero?

Venus le miró confusa y dolida. Lo había hecho con su mejor intención. Sabía lo importante que era el boxeo para Alejo y sin saco no podía entrenar. Además, sabía que el chico no podría permitirse uno en ese momento y para ella no era un problema hacerse con uno.

—Con esto solo me humillas, me haces sentir que no me respetas —negó con la cabeza—. Siempre arreglas todo así —Suspiró—. Tu hermano me humilla y hace que me echen y tú haces que me readmitan con tu dinero. Tu hermano rompe mi saco y tú me compras otro —se rio molesto—. ¿No te das cuenta? Con esto solo lo proteges a él. Arreglas sus actos y finges que nunca han pasado. ¡Esto no es por mí, es por él!

—Así que es eso, lo único que te importa es quedar por encima de Damián —atacó ella visiblemente dolida—. ¡Yo te importo una mierda, siempre ha sido él! Ganarle la partida —añadió dolida—. Pues puedes sentirte satisfecho porque lo has conseguido —aceptó ella—. Eso sí, a mí me has destruido por el camino. Espero que te haya merecido la pena —indicó ella parpadeando para retener sus lágrimas.

Alejo se quedó en silencio mirando a la chica y sin saber muy bien qué decir. No quería haber dado esa impresión. Venus le importaba de verdad, tan solo era que le daba tanta rabia lo de Damián que no podía sacárselo de la mente.

—Y para que lo sepas, Damián no ha sido. No le protegía a él. Te compré el saco para demostrarte lo que significabas para mí. Quizá no haya sido el mejor modo de hacerlo. Lo siento, no sé demostrar mis sentimientos de otra forma. Me cuesta abrirme —sonrió—, pero ya no importa. Tienes todo lo que querías. Juego, set y partido. Enhorabuena, has vencido. Disfruta de tu premio —añadió girando sobre sus talones.

—No, Afrodita, espera —pidió él.

—Venus.

—¿Qué?

—Que mi nombre es Venus —explicó ella.

—Lo siento —dijo él de forma sincera—. Me he comportado como un niño de cuatro años, lo acepto. Estaba furioso. Celoso. Lo sé, he sido un idiota.

Silencio.

Alejo dio un par de pasos hacia ella.

—La he cagado, lo sé. Pero venga, no es que tú no lo hayas hecho antes —bromeó—. Somos complicados a nuestra manera, pero encajamos. ¿No crees que podrías darme otra oportunidad?

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