Capítulo 36

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Anisa abrió la puerta de su casa y al otro lado se encontró a Lucía y Venus enzarzadas en una estúpida discusión que a ella poco le importaba.

—Os estábamos esperando, pero en mi casa no quiero ni una de vuestras riñas sin sentido. Este es un lugar para pasarlo bien y olvidarse de lo de fuera, ¿entendido? —advirtió.

Ambas forzaron una sonrisa y avanzaron hasta el cuarto de estar donde esperaban Adhara, Sergio, Alejo y Carlos.

La casa era grande, no tanto como la de Venus, pero estaba claro que esa gente no andaba mal de dinero. Tenía dos pisos. Estaba claro que en el de abajo hacían vida familiar, estaba lleno de fotos, la mayoría de Nisa y su madre. Alguna también con el hombre con el que se había casado su madre, parecían bastante felices.

Venus se centró en el cuarto de estar. El sofá estaba recubierto de cuero blanco. Parecía cómodo, pero todos estaban acomodados en el suelo, así que ella hizo lo propio y tomó sitio junto a Adhara y Lucía se sentó lo más lejos de ella que pudo.

En el centro había una enorme mesa con platos repletos de nachos, pizzas y tacos. La bebida tampoco faltaba. Anisa había comprado vozka, tequila y ron como para emborrachar a todo el colegio.

—No te preocupes, pija, que para ti tengo champán —comentó algo burlona ofreciéndole otra botella que había guardado bajo la mesa.

—Soy más de vino, aunque creo que podré apañarme con eso —respondió Venus con una burlona sonrisa mientras señalaba el tequila.

Anisa se rio complacida.

Entonces, la madre de la joven y su marido aparecieron en la sala. Él llevaba un elegante traje y ella un vestido largo de seda color rojo. Por sus andares se notaba que no estaba acostumbrada a llevar tacones excesivamente altos y que esa ropa tampoco le era demasiado cómoda, pero parecía que se esforzaba por encajar.

—Nisa, ¿qué es esto? Tenemos caviar y salmón en la cocina, pídele a Alfredo que prepare unos canapés.

Se le veía realmente preocupada por la imagen que podían dar como anfitriones.

—Ya, mamá —se quejó Nisa a la vez que se llevaba un taco a la boca.

—María, déjala —pidió el hombre que la acompañaba—. ¿Recuerdas las pizzas que comíamos nosotros viendo películas de terror durante nuestra luna de miel?

Los ojos del hombre brillaban cuando le hablaba a su mujer. 

Ambos fueron a marcharse de la casa, cuando el hombre se percató en un detalle.

—Venus —saludó algo asombrado.

No sabía que su hijastra tuviese ese tipo de amistades.

—Julio —respondió ella levantándose y dándole dos besos.

—¿Os conocéis? —preguntó Anisa con la boca llena.

—¡Nisa, no hables mientras comes! —regañó su madre.

María se había esforzado por dejar su pasado atrás. Sabía lo que todos pensaban cuando la miraban. Escuchaba los malintencionados comentarios, pero su hija no tenía por qué sufrirlos. Ella podía convertirse en una verdadera señorita de la alta sociedad. En alguien que ella jamás podría ser, pero parecía que Nisa no estaba muy por la labor.

—Julio y mi padre eran buenos amigos —respondió Venus.

Julio había sido uno de los pocos amigos que Guillermo había conservado tras el escándalo que surgió cuando reconoció en público que era gay.

—¿Cómo está? —preguntó.

No era la clase de pregunta que se hacía por compromiso, porque te acababas de juntar con la hija de un amigo con el que no has hablado en años. Era una pregunta sincera. Guillermo le había apoyado mucho en su divorcio y su inicio de nueva vida con María y Anisa, y eso él no lo olvidaría.

En su divorcio, Julio no solo había perdido muchos amigos sino muchos inversores también. Dejar a tu mujer e irte con la sirvienta no era algo exactamente bien visto en la alta sociedad, pero Guillermo había estaba ahí en todo momento. Había sido de los pocos que había entendido que el amor no se elegía que surgía irremediablemente.

De hecho, Guillermo había vuelto unos días a Madrid para llevarle el divorcio y para ayudarle con inversiones de capital en negocios que comenzaban a irse a pique por la perdida de respaldo del resto de inversores.

—Está bien —respondió Venus sin querer entrar en más detalles.

—Le debo mucho a tu padre. Si no llega a ser por él, el divorcio hubiese sido un desastre.

—¡No me jodas que tu padre es el abogado buenorro!

Venus comenzó a reírse, mientras que Lucía estaba claramente incómoda. Para ella Guillermo Cahué era el enemigo. Siempre lo había sido en su casa, pero escuchando a ese hombre no parecía un señor tan deplorable.

—¡Anisa! —volvió a regañar su madre.

—Dale recuerdos —pidió Julio.

—Se los daré —dijo Venus mientras volvía con el resto y la pareja abandonaba la casa.

—Bueno, pues ahora sí comienza la fiesta —anunció Anisa abriendo las botellas.

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