Capítulo 67

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Alejo estaba sentado en el sofá del cuarto de estar de su casa mientras revisaba su libro de historia cuando escuchó el timbre.

Miró confuso la puerta. Sus padres no debían llegar hasta la madrugada por trabajo y él no esperaba a nadie allí. Y menos a esas horas. Acababa de cenar y pronto había previsto irse a dormir.

Dejó el libro sobre la mesa, se levantó y se dirigió hacia la puerta curioso de saber con quién se encontraría.

Abrió y allí estaba ella. Tenía el cabello castaño brillante recogido en una especie de pequeña coleta alta. La piel bronceada con un leve toque de colorete que avivaba sus mejillas. Sonrió y recorrió con su mirada el uniforme del colegio. Esa blusa blanca perfectamente abotonada y esa falda plisada por las rodillas que dejaban entrever su delicado y sinuoso cuerpo, pero que apenas mostraban nada. 

Subió de nuevo su mirada hacia los ojos azules de la chica.

—Afrodita —dijo algo contrariado.

—Alejo —respondió esta sin darle muchas vueltas a la cara de confusión del chico.

—¿Cómo has...?

—Sergio me ha dado tu dirección —Sonrió—. Creo que después de lo de la otra noche me tiene algo de miedo —comentó fingiendo que eso le preocupaba.

Alejo se rio mientras pasaba sus dedos por su castaño y alborotado cabello.

—¿Puedo pasar o me vas a tener aquí esperando? —bromeó ella.

—Sí, claro —respondió él apartándose para que ella entrase y cerrando la puerta después—. Es solo que me sorprende verte aquí.

La chica hizo caso omiso de las palabras del joven y examinó la casa. Era pequeña. Más pequeña de lo que hubiese imaginado. El cuarto de estar era prácticamente del mismo tamaño que su habitación. 

Sacudió la cabeza. No quería parecer una maleducada ni ofender a su anfitrión.

—Emm, ¿quieres tomar algo? —preguntó él abriendo la nevera que estaba prácticamente vacía—. No esperaba tener visita, así que no he hecho la compra —se excusó.

Eso era extraño para ella. Estaba acostumbrada a que en sus casas siempre hubiese de todo y si no lo había, alguien salía a comprarlo.

Ese sentimiento le hizo sentirse mal. Nunca se había parado a pensar en la suerte que en verdad tenía.

—Un vaso de agua está bien —respondió ella de forma educada mientras miraba la cocina.

Su chef se hubiese muerto si hubiese visto el poco espacio que tenía para cocinar. Eso sí, debía admitir que todo estaba perfectamente ordenado. Ni una vaso fuera de lugar, ni un plato sucio... todo estaba impoluto.

Alejo volvió enseguida con el vaso y Venus le dio un pequeño sorbito.

—¿Y tus padres? —preguntó curiosa.

—¿No me digas que has venido a conocerlos ? —bromeó—. ¿Ya estamos en ese punto? Creo que vas algo deprisa, Afrodita —añadió entre risas provocando que ella golpease sus hombro—. Están trabajando —explicó ya más serio.

Venus se quedó pensativa. Siempre había pensado que la gente de origen más humilde tenía suerte. Que dispondrían de sus padres a su antojo. Que estos, a diferencia de los suyos, no se pasarían los días fuera por viajes de negocios o por galas a las que debían asistir cada noche. Pero en ese instante se dio cuenta de lo equivocada que estaba. Quizá los padres de Alejo no viajaban como los suyos, pero tampoco parecía que pasasen tiempo en casa por culpa del trabajo.

Sonrió de forma triste. Él debía sentirse tan solo como ella.

—¿Ocurre algo? —preguntó preocupado mientras se sentaba en el sofá y le pedía a ella que hiciese lo mismo.

Venus se sentó con las piernas cruzadas y le miró sin saber muy bien cómo empezar esa conversación.

—Bueno, he estado pensado en lo que hemos hablado a la mañana —comenzó algo dubitativa de si estaba haciendo lo correcto o no.

La cara de Alejo se iluminó.

—¿Y bien? —preguntó intentando que no se notase su emoción, aunque eso era imposible.

Tenerla ahí en su casa, en su sofá, hacía que no pudiese dejar de sonreír.

—Pues... sigo diciendo que soy una persona complicada y que seguramente te voy a dar mil problemas —señaló con una diminuta sonrisa—, pero soy una egoísta, ¿qué le voy a hacer? —añadió ampliando su sonrisa—. Y cuando he pensado que te ibas a rendir conmigo me he sentido mal —confesó—. Así que, no tengo ni idea de a dónde pueda llevarnos esto, pero allá vamos.

Venus estaba nerviosa y el silencio de Alejo no le ayudaba a calmar sus nervios. Por su parte, él esperaba a que ella continuase, pero cuando se dio cuenta de que no lo haría comenzó a reírse alegremente.

Venus lo miró entre enfadada y ofendida. ¿Acababa de abrirse a él y él se estaba burlando de ella?

—Olvídalo —dijo enfadada levantándose del sofá, pero él la agarró rápidamente y la obligó a sentarse de nuevo.

—Lo siento, es solo que me hace gracia —explicó tratando de contener su risa.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó ella sin tratar de esconder su disgusto.

—Creo que acabas de pedirme salir, pero lo has hecho sin pedírmelo. Más bien acabas de decirme que salimos juntos sin pedir mi opinión —explicó él divertido—. Vamos que los has decidido sin siquiera esperar a ver qué decía yo.

Venus se quedó en silencio meditando las palabras del chico y las que ella misma había dicho y se dio cuenta de que Alejo tenía toda la razón. Había estado tan centrada en ella misma que ni siquiera se había planteado que quizá eso no era lo que Alejo quería.

—Oh, yo, lo-lo siento —comentó avergonzada—. No me he dado cuenta... Por favor, ¡qué vergüenza! Tienes que pensar que soy...

No pudo terminar la frase. Notaba cómo sus mejillas cogían color y le ardían. Nunca en su vida había pasado tanta vergüenza.

Alejo le cogió las manos con ternura.

—Tranquila, conmigo no tienes que avergonzarte de nada, ¿vale? —dijo de forma tierna—. Y sí, quiero salir contigo Minerva Venus Cahué —añadió pronunciando el nombre completo de la chica de forma cómica para quitarle hierro al asunto.

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