Capítulo 21

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Venus comenzó a bajar las escaleras de su casa caracterizada de Irene Adler. Llevaba su cabellera castaña recogida en un elegante moño que acentuaba sus delicadas facciones. Sus labios rojos burdeos, a juego con sus uñas, compartían la atención con sus extensas y negras pestañas que destacaban sus azules ojos.

Llevaba un vestido negro de encaje con un pronunciado escote bajo un abrigo largo del mismo color y con el cuello hacia arriba.

Se llevó la mano al cuello, donde había una gargantilla color rojo, y prosiguió con sus zapatos oscuros de tacón de aguja.

—¿Y bien? —preguntó cuando Damián no dijo nada.

Estaba sin palabras. No podía articular ninguna. Ella estaba impresionante, era como si todo estuviese hecho expresamente para ella.

—¿Damián? —insistió mirando al joven que llevaba el pelo alborotado y estaba caracterizado del Sherlock de la serie, con el clásico abrigo largo y negro y la bufanda azul entrelazada por delante, que tapaba su ropa oscura.

—Estás... —no pudo continuar.

Venus sonrió ampliamente. Era el mejor cumplido que podía haberle hecho. Agarró su mano y caminaron hasta el salón donde pronto llegarían los invitados.

—Venga, una foto todos con la cumpleañera —pidió Elena arrastrando a Jorge y Lucía, caracterizada de Miércoles, hacia donde estaban Damián y Venus.

Elena los miró en silencio.

—¿Pero qué he hecho yo para merecerme esto? —medio bromeó—. ¿Por qué vais todos de negro?, ¿no había nada colorido en el armario?

Los tres se miraron. La verdad era que no se habían percatado.

—Bueno, ya —se quejó Lucía—. Van a llegar ya los invitados, fuera —despachó a sus padres a toda prisa.

—¡No lo paséis demasiado bien! —medio bromeó la madre desde la puerta del coche. 

Jorge y ella aprovecharían para tener una noche romántica. Hacía demasiado tiempo que no estaban los dos a solas.

Los invitados comenzaron a llegar.

Mateo iba de Julio Cesar, Milán del conde Drácula, Lisi de Elizabeth Bathory y Paula de Marilyn Monroe.

—Qué innovadora —le susurró Venus entre risas a Mateo en referencia de esta última, después se giró hacia Lisi—. Elizabeth Bathory —comentó orgullosa de su elección.

—Por supuesto. Una mujer injustamente condenada a muerte por la ambición de un hombre y con una reputación dudosamente contrastada —se rio y la repasó con la mirada—. Irene Adler.

—No había otra posible.

—La mujer —respondió Damián divertido en referencia a como Sherlock se refería a ella.

—La reina de la manipulación —intervino Paula.

Venus le dedicó una burlona sonrisa.

—La chica abandonada por todos cuyo trágico final culmina una vida de soledad —respondió esta con una elegancia nata.

Mateo rio con la referencia de Venus al disfraz de Paula, y esta devolvió la falsa sonrisa y fingió aceptar el golpe.

—No me jodas.

Damián ni siquiera fue consciente de que lo había dicho en voz alta.

Todos miraron en la dirección en la que él lo hacía y allí estaba Alejo con el pelo repeinado, vestido con una brillante armadura y portando una espada que sujetaba fuertemente entre sus manos. 

Damián fijó su vista en el emblema. No había duda. Iba de Arturo, el rey de Camelot.

Se giró hacia Venus, quien lo miraba confundida.

Damián aqueró una ceja y esta se encogió de hombros.

Los demás los miraban en silencio sin entender esa conversación silenciosa, hasta que Damián se fue a la barra a tomar algo.

Venus suspiró aburrida. Lo conocía demasiado bien como para saber que se había enfadado, pero ella no iría tras de él. ¿Qué culpa tenía de que el chico hubiese decidido disfrazarse de su mito erótico? ¡Era una coincidencia!

—Ve antes de que haga alguna tontería —pidió Mateo.

—No es cosa mía, Mateo.

—Piensa en si fuese al revés. Sabes que él iría tras de ti.

Venus volvió a suspirar. Su amigo tenía razón, así que avanzó hacia la barra y lo abrazó por detrás.

—Me declaro completamente inocente. Juro que yo no sabía nada —le dijo en un susurro.

Damián sabía que no tenía ningún motivo para tener celos de este tipo, pero aún así algo ardía dentro de él.

Se giró.

—Lo sé —admitió—, pero me jode.

Venus se mordió el labio inferior.

—¿Estás celoso? —preguntó coqueta.

Le divertía ver así a Damián. Él no solía dejarse llevar de esa manera. Siempre ocultaba lo que sentía.

—¿De ese? —preguntó con todo su desprecio.

Venus sonrió.

—No —sentenció él.

Ella se acercó a su oído.

—Bueno, si lo estuvieses yo podría dejarte muy claro cuáles son mis deseos —provocó.

—¿Ah, sí? ¿y cuáles son esos deseos? —preguntó él siguiéndole el juego.

—Sherlock, me decepciona. Pensé que a estas alturas ya los habría descubierto —respondió ella guiñándole un ojo y desapareciendo entre la gente.

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