Capítulo 34

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Venus se había puesto los cascos y había puesto la música a todo volumen para no enfrentarse a la conversación que sabía que tenía que tener con Damián. Sabía que mientras estuviese Lucía presente ella  estaría a salvo. 

Pero ya no estaba en el coche, empezaba a entrar en casa y era consciente de que Lucía se iría a su habitación y ella se quedaría a solas con Damián.

Había sido rápida y había avanzado a toda velocidad por el pasillo, pero Damián no iba a darse por vencido así de fácil. Nunca lo había hecho.

—¿Podemos hablar?

Venus pudo escuchar sus palabras perfectamente, pero fingió que con los cascos no podía oírle. 

Abrió la puerta y se metió en la habitación.

Damián cogió aire de forma pausada y la siguió.

—Venus.

Ella siguió a lo suyo, así que él se acercó y le quitó los auriculares.

—¡Eh! —se quejó ella.

—Podemos fingir que no me escuchabas si quieres. No me importa. Pero ¿podemos hablar ya?

Su voz sonaba tranquila y eso no era lo que Venus quería.

No podía tener esa conversación con él en ese instante porque sabía que en cuanto acabasen de hablar lo perdería para siempre. Prefería que él estuviese enfadado, que se chillasen y se centrasen en minúsculas discusiones olvidándose así del verdadero problema. 

Normalmente funcionaba. Venus lo provocaba y él saltaba, pero en esa ocasión Damián no parecía dispuesto a ello.

—Venus, lo siento, ¿vale? La he cagado, lo sé —se disculpó acercándose a ella—, y sabes que haré lo que sea para no perderte, para que me perdones.

Sus palabras eran sinceras. Venus sabía que ambos eran capaces de todo por estar con el otro. 

Con cada palabra sentía cómo una especie de pinchazo en su estómago. El problema era que ella no sabía cómo hacer para sanar su herida. Él no había confiado en ella y eso no se arreglaba con juegos.

—Venus —llamó él al ver que ella no contestaba.

Esta levantó la mirada y sintió cómo se perdía en los ojos azules del chico. Lo hubiese dado todo por él. Seguramente aún lo seguiría dando, pero aún así tenía que renunciar a él. Sabía que era lo mejor para los dos. No tenían ningún tipo de sentido ni futuro juntos y ese incidente había servido para que se diesen cuenta.

—No puedo.

—No es verdad —le dijo él—. Somos tú y yo, ¿vale? —añadió agarrando su barbilla y obligando a mirarla.

—No confiaste en mí y eso no tiene marcha atrás —Tragó saliva y se mordió levemente la lengua tratando que ese dolor la serenase y le hiciese volver a la realidad—. No confías en mí y yo no puedo confiar en un futuro juntos. Ya no te creo —reconoció.

Damián dio un par de pasos hacia atrás y medio sonrió molesto.

—¿Me hablas de confianza a mí? —preguntó dolido—. ¿A mí precisamente? —apretó los puños y desvió la mirada hacia el suelo—. Cada verano te marchas a Estados Unidos y desconectas el móvil. Cada verano me pego meses sin hablar contigo. Sin saber cómo estás, qué haces, si piensas en mí —Venus abrió la boca para responder, pero Damián no había terminado—. Y cada inicio de curso espero como un tonto tu llegada. Confío en que ese día llegarás, en que no te quedarás allí o te perderás por dios sabe donde. En que qué hayas apagado el móvil y no me hables ni una sola vez en todos esos meses no significa que no me quieras o que no me eches de menos. En que no has conocido a otra persona. En que no significa que quieras escapar de todo y todos; en desconectar de esto, de mí —Hizo una pausa tratando de recomponerse—. Si eso no es confianza ciega, no sé qué es lo que es. Y quizás tengas razón y no pueda darte aquello que quieres.

Se notaba que Damián llevaba mucho tiempo guardándose esas palabras. Venus no entendía por qué nunca se lo había dicho. Si hubiese sabido que para él era tan importante ese detalle, que le dolía tanto, jamás lo habría hecho. Le hubiese escrito de vez en cuando.

—Siempre vuelvo.

Eso fue todo lo que ella consiguió articular.

Él sonrió cansado. A veces Venus no era capaz de darse cuenta de lo egoístas que eran sus actos. Solo veía los errores ajenos, pero no era consciente del daño que ella podía provocar con sus acciones y decisiones.

—¿Por qué no me lo has dicho nunca? —preguntó algo confusa tratando de asimilar todo.

—Joder, Venus, porque sé que eres feliz ahí. Porque yo no quiero ser quien te ate, quien provoque que hagas algo que no quieras hacer. Quiero que ...

Se quedó en silencio. No podía seguir con la frase.

—Creo que mejor me voy.

—No —pidió ella agarrando su mano con fuerza.

No sabía en qué punto estaban exactamente o si eso tenía arreglo. Si juntos podrían llegar a tener algo real algún día, pero en ese momento solo le importaba él. No podía verlo así y no quería perderlo en ese instante.

Acarició su cara con delicadeza y revolvió su pelo.

—Contigo soy feliz —le dijo mientras se ponía de puntillas y besaba sus labios con dulzura.

—Venus...

—Lo sé —respondió ella con una pequeña sonrisa.

—Lo juro.

—Te creo.

Los rostros de ambos estaban emocionados. Parecía que las lágrimas brotarían en cualquier momento. Lo que no estaba claro era si serían lágrimas de alegría o desolación.




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