Capítulo 11

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La alarma despertó a Venus con un horrible dolor de cabeza. Todo le daba vueltas. ¿Dónde estaba?, ¿cuánto tiempo llevaba durmiendo? ¿Cómo había llegado a casa? No recordaba nada... Parecía que se había pasado con el alcohol en la fiesta. Lo último que recordaba era que Damián le debía una, ¿se la habría cobrado? ¿Había cumplido su fantasía? Y si era así, ¿por qué no conseguía recordar nada?

Estiró el brazo y buscó el maldito aparato, que no dejaba de sonar, a tientas, pero no dio con él. Se tapó los oídos con la almohada y trató de que ese insoportable sonido no le perforase los tímpanos. Ese ruido iba a hacer que su cabeza explotase. ¿Pero que ser mezquino y despreciable había programado la alarma para esa hora?

El ruido no le dejaba dormir, pero el dolor de cabeza le impedía levantarse, así que estaba en una dura encrucijada.

Su madre la sacó de ella pronto subiendo las persianas y corriendo las cortinas. Los rayos del sol enseguida invadieron toda la habitación de luz natural.

—Nooo, déjame dormir —se quejó ella sin fuerzas tratando de esconderse de la luz, como si fuese un vampiro.

—A la ducha —ordenó, pero esta no estaba dispuesta a mover ni un solo músculo—. Venus, vas a llegar tarde a clase, ¡levántate ya! —insistió su madre.

Esa vez sí que hizo algo de caso. Se quitó al almohada de la cara y entreabrió los ojos con bastante dificultad.

¿Su madre había dicho a clase?, ¿había escuchado bien? ¿Pero qué día era? ¿Lunes?, ¿había perdido todo un día durmiendo? No, eso no podía ser cierto.

Bostezó y se quitó las legañas de los ojos de forma perezosa.

—¡Venga! —apremió su madre —. Tus hermanos están ya desayunando —Hizo una pausa—. Y apaga ese pitido antes de que tire eso por la ventana. ¡Vas a despertar a todo el vecindario! —advirtió antes de irse.

Venus miró su móvil, no era una alarma de este la que hacía ese irritante sonido. Entonces lo vio. No, no podía ser... Se trataba del estúpido despertador que Damián le había regalado de niños por uno de sus cumpleaños. Era una especie de gallina que ponía cinco huevos por la habitación y hasta que no los dejabas todos en la cesta no se callaba.

Sollozó. ¿Por qué la habría activado? Desde que se la había regalado nunca la había usado. La había guardado en lo más profundo de un cajón como si nunca hubiese existido. Venus no era de las que se levantaban con una enorme sonrisa, así que empeorar la situación no era beneficioso para nadie.

Se levantó aún medio dormida y fuer recogiendo los huevos. Todos menos uno. ¿Dónde se habría metido ese dicho trozo de plástico? 

Cogió la gallina y la golpeó contra la mesilla varias veces para ver si se callaba. No lo hizo, pero sí comenzó a sonar algo raro. Como cuando se le están acabando las pilas. Daba bastante mal rollo. Casi que Venus prefería el sonido original.

Volvió a sollozar y se agachó para ver si estaba debajo de la cama. En efecto, ahí estaba. Estiró el brazo. No llegaba. ¿Pero por qué le pasaban este tipo de cosas?, ¿por qué la genética no le había bendecido con unos centímetros de más?  Y, sobre todo, ¿por qué Damián le habría regalado ese estúpido despertador?

—¿Qué haces? —preguntó el chico irrumpiendo en la habitación y contemplando a Venus tumbada en el suelo boca abajo tratando de meterse debajo de su cama.

—Coger un huevo.

Esas palabras provocaron una gran carcajada.

—Eh, pero si sigues teniéndolo —dijo Damián cogiendo la gallina—. ¿Por qué suena tan raro?

—Supongo que intenta parecerse a quién me lo regalo —se burló ella omitiendo que había golpeado el despertador unas cuantas veces con la madera de su mesilla.

Él sonrió, se agachó, la cogió de los pies y tiró de ella para sacarla de ahí.

—¡Eh! —se quejó ella tratando de volver debajo de la cama.

—Déjame a mí.

Venus, con su orgullo herido, vio cómo este en dos segundos sacaba el huevo y lo dejaba en la cesta.

La gallina enmudeció y Venus respiró aliviada. Al fin.

—Venga, date prisa que te estamos esperando en el coche —dijo él abandonando la habitación.

Venus miró a la gallina con odio, como si fuese un ser vivo consciente de sus actos que había actuado solo para dejarla mal.

—Te vuelves al armario —le anunció con cara de pocos amigos, como una niña que regaña a sus juguetes, cuando cree que estos se han portado mal.


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