Capítulo 92

844 100 26
                                    


Elisabeth miraba a esos tres en silencio mientras saboreaba el helado cucharada a cucharada. Quería saber cuál iba a ser la respuesta de Venus, ya que, si era del todo sincera consigo misma, no la tenía nada clara.

Por su parte, Venus no sabía dónde mirar, sentía cómo le faltaba el aire y algo le oprimía el pecho creando una presión dolorosa y angustiante.

¿Por qué no podía responder?, ¿por qué no podía hacer infinitamente feliz a uno de los dos? Suspiró. Sabía la respuesta: porque destrozaría en mil pedazos al otro y a sí misma. Todo había ido demasiado lejos y ahora no era capaz de hacer frente a la situación.

—No es el momento —musitó como pudo.

—Ahí tienes tu respuesta —dijo Damián visiblemente aliviado—. No ha sido capaz de negártelo.

—¿Podrías dejar de hablar por ella? 

—Oh, venga ya, la respuesta ha sido más que evidente. Hasta tú te has tenido que dar cuenta.

—Así que a eso juegas —le dijo a Damián.

—¿Qué? —preguntó este confuso.

—Que te esfuerzas por apartarla, por que nadie pueda hacerla feliz, que sea desdichada para que así solo le quede recurrir a ti y poder alimentar así tu enfermiza y oscura fantasía.

La acción enseguida obtuvo su reacción. Venus comenzó a sentir como cada vez estaba más cerca del abismo. Por su parte, Damián no logró controlarse y estampó su puño en la cara del becado. Alejo respondió a los golpes y ambos se enzarzaron en una pelea en medio del recibidor de los Berbens.

—¡Basta! —chilló la chica asustada por si su madre aparecía y debía explicar lo ocurrido.

En ese momento no se sentía capaz de hacer frente a la verdad.

Notaba como cada centímetro de su cuerpo temblaba. ¿Habría descubierto Alejo lo suyo con Damián?  Y, de ser así, ¿qué pensaría de ella? Seguramente lo peor.

—Vete —farfulló Damián lamiendo con la punta de la lengua la sangre que se derramaba por su labio.

—¿Para que tú la decepciones una y otra vez?

—¿Qué? —titubeó Venus aterrorizada.

Cada vez la posibilidad de que la verdad saliese a la luz era más y más real.

—Sé lo que pasa entre vosotros —pronunció Alejo lleno de dolor—, pero no me importa si estás dispuesta a dejarlo atrás.

Hacía tiempo que el chico había atado cabos, pero decirlo en voz alta era más doloroso de lo que jamás se hubiese imaginado.

—No tienes ni idea de nada —intervino Damián—. No la conoces.

—Puede que no, pero estoy dispuesto a ello. Y yo tengo algo que tú nunca tendrás, una oportunidad. Lo vuestro es antinatural y lo sabéis. No funcionará. Nadie lo aceptará —chilló fuera de sí provocando la ira de Damián.

Venus dio un par de pasos hacia atrás temblorosa mientras escuchaba cada palabra y rezaba por que Lucía, desde el piso de arriba, no estuviese oyendo la discusión.

—¡Cállate! —chilló el dueño de la casa.

—¿Por qué?, ¿por qué no eres capaz de hacer frente a la verdad? Que jamás la harás feliz—Cada palabra dolía más que la anterior—. ¿Qué pasaría si vuestros padres se enteran de que te estás follando a tu hermana?

—¡Cállate la puta boca! —amenazó.

—¿Pero de qué vais? —intervino Lisi furiosa colocándose delante de Venus, quien tenía los ojos llenos de lágrimas y temblaba como una niña pegada a la pared.

Ambos fueron a avanzar hacia ella, pero la rubia se interpuso.

—Ni lo penséis, ya habéis hecho suficiente —resopló—. ¿Y se supone que vosotros la queréis? ¡Qué forma de mierda de demostrarlo! Parece que os importa mucho más pelearos entre vosotros. ¡Me dais asco! Si esa es vuestra forma de demostrar vuestro amor, está muchísimo mejor sin vosotros.

—Lisi, tú sabes que....

—No, Damián —interrumpió Lisi—. Hoy habéis dado un espectáculo bochornoso y no os habéis preocupado ni un segundo por ella. Y mira, él me da igual, pero tú me has decepcionado. Yo siempre te he defendido, pero hoy... —No quiso continuar con la frase—. Y ahora os quiero a los dos fuera de la casa.

—Lisi, también es mi casa.

—¡Pues te vas a dar un paseo! —vociferó sentándose junto a su mejor amiga quien parecía ausente.

Venus hacía mucho que había dejado de escuchar la conversación y que estaba inmersa en sí misma.

Los dos chicos se dedicaron una profunda mirada de odio, pero aceptaron irse para no causar más problemas.

Entonces, Elisabeth abrazó a su amiga y le susurró que todo iría bien.

—Lo sabe —fue lo único capaz de pronunciar.

Siempre había querido contarlo, que fuese algo público para así poder quererse sin reparo, pero en ese instante no se sentía nada bien.

—No va a decir nada —aseguró la rubia.

—Tiene que pensar lo peor de mí.

Dicho eso ambas se abrazaron y se quedaron en silencio asimilando todo lo ocurrido en ese día mientras el helado se iba derritiendo frente a ellas.


MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora