Capítulo 29

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Venus estaba cansada de que nadie le creyese. Ya no sabía cómo más explicarle a su madre que ella no había empujado a nadie por las escaleras. Que todo era una invención de la tipa esa porque... Por lo que fuese. Porque seguramente estaba completamente loca.

No podía creer que ni siquiera su propia madre le creyese.

—¡Vas a ir al colegio!

—No —respondió ella cansada.

—Venus, no quiero tener que repetirlo.

Se notaba que estaba a punto de perder los papeles. ¿por qué Venus era siempre así?, ¿por qué no podía hacer caso a sus órdenes y ya?, ¿por qué con ella siempre era todo tan difícil? Elena no sabía que había hecho mal con ella para que fuese tan desafiante.

—No voy a ir, tengo un justificante.

—¿Qué? Yo no te he firmado nada y ni pienses que lo voy a hacer. Vístete y ve al coche que tus hermanos te están esperando —chilló descontrolada.

—Ni falta que hace que me firmes nada. Papá ya me lo ha enviado firmado desde Nueva York por email.

No fueron demasiadas palabras, pero las suficientes para desencajar el rostro de Elena.

—Se va a liar —susurró Lucía.

—Shhh —pidió Damián pegándola hacia la pared del pasillo.

Hubo unos segundos se silencio y entonces Elena explotó.

—¿Por qué, Venus? ¿Por qué siempre recurres a él? 

Su voz estaba medio rota y sus aspavientos eran exagerados. Por más que intentaba comprenderlo Elena no entendía por qué Venus siempre corría a brazos de su padre después de todo lo que les había hecho.

—Porque él confía en mí y siempre está ahí cuando le necesito —respondió desviando la mirada.

Era una conversación difícil para ambas. Venus no quería dañar a su madre, por eso siempre trataba de no hablar del tema, pero esta vez no callaría. No podía. Tenía demasiado dolor dentro de ella.

—No, Venus, no. Tienes que madurar. Él nos abandonó —explicó conteniendo las lágrimas.

—No, te abandonó a ti. A mí no.

Llevaba demasiado tiempo guardándose esas palabras que fueron una dolorosa bofetada para Elena.

—No es justo, mamá. No se lo merece. No puedes culparlo porque no pudo quererte —prosiguió.

—Basta.

No fue una orden. Más bien una súplica.

—No, tienes que aceptar que papá lo intentó, pero no pudo. No pudo porque...

—No lo digas —rogó interrumpiendo la frase.

Elena no estaba preparada para ello. Habían pasado muchos años y aún así seguía sin estar preparada para esa conversación.

—Mamá, ya es hora de que lo aceptes. Papá es gay. Siempre lo ha sido y siempre lo será.

Esas palabras fueron como cuchillos afilados clavándose lentamente en el cuerpo de Elena. Ella en el fondo siempre lo había sabido, pero prefería esconderlo en lo más profundo de su ser. No decir nada y fingir que nunca había pasado.

—Venus —rogó.

No quería seguir por ese camino.

Damián y Lucía, mientras tanto, contenían la respiración sin saber muy bien qué hacer. Quedarse ahí era invadir la intimidad de ambas, pero ya era un poco tarde como para pensar en eso, ¿no?

—No es algo que él decidió. Al igual que tú tampoco decidiste enamorarte de él. Pasó —Hizo una pausa para recomponerse—. Él se sentía atrapado, mamá. Estaba viviendo una vida que no era la suya.

—Venus, no quiero escuchar más.

Elena estaba medio ida. Sentía como su presión iba bajando y todo empezaba a darle vueltas.

—Mamá, papá no decidió ser gay para joderte, al igual que tú no decidiste ser hetero. Es gay simplemente. Es parte de él, como respirar o el latir de su corazón, y no puedes odiarlo por eso.

—Él no es ninguna víctima —pronunció como pudo.

No era justa la versión que estaba contando su hija. En ella su exmarido parecía un pobre hombre que había tenido que sufrir la peor de las torturas, pero olvidaba muchas cosas.

—No, no lo es, como ninguno de nosotros, pero tampoco es culpable.

Tragó saliva. Tenía la boca seca. No quería dañar a su madre, pero estaba cansada de que su padre siempre fuese catalogado como el causante de todos los males del universo.

—Nos abandonó. Me abandonó — rectificó.

—Y tú me dejaste a mí.

—¿Qué? —preguntó Elena confusa.

Eso no era cierto. Ella siempre la había cuidado.

—Lo apartarse a él de mi vida y también te apartaste tú.

Reconocerlo en voz alta era más duro que lo que Venus jamás hubiese pensado.

—No es verdad, Venus. No entiendo por qué me dices esas cosas —dijo Elena con la voz rota.

En el pasillo Damián y Lucía se miraban en silencio. Querían intervenir y solucionar las cosas, pero sabían que no podían. Que madre e hija debían tener esa conversación a solas.

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