Capítulo 39

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Todos parecían dormir plácidamente. El alcohol los hacía dormitar como niños pequeños. Todos menos Venus. Ella no conseguía conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en las palabras de Adhara. ¿Serían verdad? Mentiría si negase que nunca se le había pasado por la mente, pero era Damián y no estaba dispuesta a perderlo. A él no. Al menos no sin luchar y darlo todo en la batalla.

Se levantó y comenzó a bajar por las escaleras mientras llamaba a su chófer para que la fuese a buscar. No quería permanecer más tiempo ahí.

—Qué madrugadora —La voz de Alejo la sobresaltó—. Perdón, no quería asustarte. Es solo que yo también me iba. ¿Quieres que te lleve?

Venus miró su camiseta arrugada, su pelo alborotado y sus pronunciadas ojeras.

—¿Has bebido y no has dormido nada y pretendes que me monte contigo en una moto? —preguntó expresando lo evidente.

Alejo sabía que Venus estaba más o menos en lo cierto. El alcohol ya había dejado de hacer efecto, pero apenas había dormido y no estaba en condiciones de conducir. Pero no tenía más opción. Debía llegar ya a su casa.

—Deja que te lleve yo a ti —ofreció ella.

—No es necesario.

—¿No puedes decir gracias y ya está?

—¿Te ocurre algo? —preguntó él ante la actitud de la chica.

—No, lo siento, no es contigo, solo que...

No terminó la frase.

—Es por lo del chico ese —terminó él.

—No es asunto tuyo —respondió a la defensiva.

—Quizá no, pero te daré un consejo. No estés con alguien que no es capaz de gritar a los cuatro vientos que está contigo.

—No tienes ni idea.

Venus estaba claramente incómoda.

—Venga ya, sabes que tengo razón. Te mereces algo mejor.

—¿Alguien como tú? —preguntó burlona.

A Venus no le había pasado inadvertido el interés del chico en ella.

Alejo no respondió.

—Dime, perfecto caballero, ¿siempre has tratado a todas las chicas con las que has estado de la manera que se merecían?

Alejo tragó saliva.

—No, pero...

—Pero nada —interrumpió ella—. Vienes a dar lecciones cuando tú no eres ejemplo de nada —respondió alterada.

Damián era su punto débil. Siempre lo había sido.

—Tienes razón, yo no soy ejemplo de nada, pero siempre he sido claro con todas las chicas con las que he estado. Nunca les he hecho perder el tiempo, siempre les he confesado qué quería de ellas.

—¿Y qué quieres de mí? —preguntó burlona.

Alejo trataba de controlarse ante la prepotencia de la chica. Sabía que esa no era ella, que estaba a la defensiva. Que era su ira y su dolor quienes hablaban por ella.

—Yo te lo diré. Lo único que quieres de mí es mi cuerpo.

—¿¡Qué!?

—Oh, venga ya, no te hagas el enamorado. No me conoces de nada. ¿Qué hemos coincidido, tres días? No sabes nada de mí. No sabes quién soy, así que dime: ¿qué más vas a querer? Atracción, tensión sexual, llámalo como quieras, pero eso es todo.

Alejo negó con la cabeza. No estaba enfadado, más bien triste.

—Qué triste que pienses que eso es lo único que un chico pueda ver en ti, que no te des cuenta que le puede llamar la atención tu retorcido humor, tu carácter, tu forma de tirar hacia adelante, tu risa condescendiente o tu forma de ser franca sin ningún reparo. Tu forma descarada de actuar o tu tímida sonrisa cuando algo te sorprende. Tu fuerza y tu vitalidad, pero a la vez tu miedo y tus inseguridades escondidas  en miradas de superioridad —suspiró—. Sinceramente no sé qué te pasa para que sientes eso y no seas capaz de verte a ti misma, pero lo siento muchísimo.

Esas palabras la devastaron. Cada palabra era como si la golpease con todas sus fuerzas y ella no pudiese defenderse.

No respondió. No sabía cómo hacerlo. Tan solo avanzó hacia su coche, entró y cerró la puerta sin esperar al chico. Solo quería volver a su casa y olvidarse de esa nefasta noche.

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