Capítulo 91

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Había sido una mañana intensa. Nadie prestaba atención a las clases y los profesores se habían hartado.

Por su parte, los alumnos no paraban de compartir sus opiniones sobre lo que había ocurrido en el gimnasio. ¿Sería verdad todo lo que Milán había dicho? Seguramente sí porque Elisabeth no se había defendido, y la rubia no era de esas personas que se dejaba humillar. Sin embargo, ahí había permanecido de una pieza aguantando todo el chaparrón. Todas las miradas, las risas y los cuchicheos.

Pero por fin las clases habían terminado y la chica se había ido a casa de Venus a pasar la tarde. No quería irse a casa y pasar tiempo a solas para darle vueltas a la cabeza y autocompadecerse.

Ahora ambas se encontraban en el sofá con una tarrina de helado de yogurt, dos enormes cucharas y compartiendo el silencio.

—Siento lo sucedido, Lisi. Se ha pasado tres pueblos —Interrumpió Damián—. Si puedo hacer algo solo tienes que decirlo.

La rubia le dedicó una cansada sonrisa.

—Gracias, pero no es necesario —respondió volviendo a ser la educada y perfecta Elisabeth. 

Sabía que debía sobreponerse. Lo que vendría a partir de ese momento no iba a ser fácil, pero no iba a dejarse vencer. Tiraría hacia adelante como siempre lo había hecho.

—Lo que no entiendo es cómo ha sabido lo de Sergio —pensó Venus en voz alta—. Tú no se lo has dicho, yo tampoco y no creo que él haya sido tan estúpido.

A Damián no le sorprendió que Venus lo supiese, aunque sí debía reconocer que esa aventura no se la esperaba. Sabía que últimamente pasaba algo entre esos dos, que las cosas no iban tan bien, pero jamás se imaginó que fuese por eso.

Lisi se encogió de hombros.

—No importa. Lo sabe y ya no ayudará a mi familia —comentó llevándose la cuchara a la boca.

—Elisabeth —intervinó Lucía entrando en el cuarto de estar de forma tímida—, lo de antes ha sido una guarrada, lo siento —comentó desviando la mirada.

Esa lástima ofendió a la chica.

—¿Perdona?, ¿crees que yo necesito tu lástima? —explotó—. Tu vida es un auténtico desastre, no encajas en ningún sitio y echas a perder todas las oportunidades que te dan, así que empieza a autocompadecerte de ti misma antes de pensar en mí —añadió de forma venenosa.

Lucía soltó un bufido. No entendía cómo había podido llegar a sentirse mal por esa zorra.

—Muy bien, que te aproveche tu declive en la escala social —respondió hurgando en la herida, pero Lisi no dejó ver ni pizca de dolor. Tan solo sonrió.

Venus, en cambio se levantó y siguió a Lucía.

—Eh, no se lo tengas en cuenta, está echa polvo, no sabe lo que dice.

—Yo creo que sí que lo sabe, pero sigue siendo la misma —Hizo una pausa—. Y, ¿sabes qué? Que se merece todo lo malo que le pase.

Venus se quedó en silencio. Sabía que entender a Lisi era complicado. Lisi podía parecer una autentica zorra, pero si la conocías te dabas cuenta que tan solo eran miedos. Una coraza que usaba para fingir que nada ni nadie podía dañarla.

—No es tan mala.

Lucía sonrió condescendiente.

—Señorita, hay un chico en la puerta preguntando por usted.

Venus se giró hacia el mayordomo y le sonrió agradecida mientras caminaba hacia la entrada y se encontraba con Alejo.

Por su parte, Lucía subió las escaleras y se encerró en su cuarto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó confusa.

—Lo de hoy ha sido una locura y quería saber si estabas bien. He estado pensando y ...

—No es un buen momento —interrumpió.

—No voy a tardar mucho —aseguró él.

—Ya la has escuchado. No es un buen momento.

La voz de Damián los sobresaltó.

—Tío, esto no va contigo —dijo Alejo cogiendo la mano de Venus.

Damián negó con la cabeza.

—¿En serio aún no te has dado cuenta de nada? —preguntó Damián rodando los ojos.

—¿De qué hablas?

Venus los miró a los dos. No era el momento. No podía hacer eso en ese instante y menos ahí.

—¡Basta!

—¿Qué ocurre? —preguntó Lisi, quien se había levantado y había ido hasta allí con el helado al escuchar los gritos.

—Alejo ha venido a preguntar cómo estabas —se apresuró a decir Venus.

Ambos miraron a la chica. Estaba claro que mentía.

—Pero ya se iba —indicó Damián señalando la puerta.

—¿Por qué tanto empeño? —preguntó Alejo envalentonado.

—Porque estoy harto de ti. Desde que has venido solo me has jodido la vida y estoy ya cansado.

Esa confesión sorprendió a todos, sobre todo a Venus. Damián tendía a ser más reservado con sus sentimientos y más con los extraños. El problema era que el chico había llegado a su límite.

—Yo no te he hecho nada. Eres tú el que siempre va a por mí.

Damián se rio.

—Y sigue con sus teorías conspiratorias —Negó con la cabeza—. Tío, si las cosas te van mal mira tu propia espalda, pero no me culpes a mí.

—Lo mismo te digo —espetó Alejo.

—Tienes razón. Tú no eres mi problema y nunca podrías llegar a serlo porque tú tan solo eres un síntoma momentáneo, no tienes importancia alguna y todos lo sabemos. Todos menos tú.

Venus contuvo la respiración y trató de no hacer contacto visual con ninguno de los dos, pero Alejo buscó de forma desesperada su mirada hasta que la encontró. Necesitaba una respuesta.

—¿Eso es cierto?

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