Capítulo 4

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—¡Tú!

No hizo falta más. Venus conocía esa voz a la perfección.

—Lisi —dijo emocionada mientras se giraba hacia su mejor amiga.

Esta era alta y esbelta. Con la piel rosada. Su pelo era rubios oscuro y a la altura de los hombros se iba volviendo aclarando y aclarando hasta llegar a las puntas. Sus ojos azules claritos evidenciaban su ascendencia noruega. Sus labios eran carnosos y siempre pintados de rojo. Parecía sacada de una elegante película de los años 50.

A su lado un chico de su misma edad, un par de cabezas más alto que la chica, y eso ya era decir, le miraba atento. Tenía la piel bronceada, los ojos color café y pelo castaño. Bajo el uniforme se podía ver un cuerpo atlético.

Venus no le prestó demasiada atención y se dirigió deprisa hacia la chica. Una vez frente a frente con ella, Venus la abrazó con fuerza. Le había echado mucho de menos. Más de lo que sería capaz de admitir. Pero Venus era así.

—Menos abrazos y más explicaciones —advirtió esta—. ¿Se puede saber dónde te has metido y por qué llevas ignorándome todo el verano? —se quejó.

Venus la volvió a abrazar ignorando al resto y la arrastró hacia el hueco debajo de la escalera.

—¡Venus! —se quejó ella—. En serio, te necesitaba.

—Estaba con mi padre...

—¡Ni te atrevas! —le advirtió—. A mí no puedes mentirme como al resto, ¿está claro?

Venus torció el labio. Lisi la conocía demasiado bien.

—Bueno, cuéntame.

—¡Venus! —se volvió a quejar esta—. No puedes aparecer y desaparecer como si nada y esperar que el resto detengamos nuestras vidas.

Venus cogió a su amiga por los hombros y le obligó a mirarla.

—¿Qué te ocurre?

Sabía que en verdad no estaba enfadada con ella, sino agobiada por algo. Lisi no era demasiado sentimental y mucho menos controladora con ella. Si estaba así no era porque ella hubiese desaparecido en verano. De hecho, ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.

—La he cagado —reconoció.

—¿Por qué?

Elisabeth cogió aire.

—Me he acostado con un chico.

Había necesitado decirlo en voz alta desde que había ocurrido, pero no tenía a quién. Su círculo de amistades no era demasiado extenso y se había sentido tan sola sin poder hablarlo con nadie.

—¿Con un chico que no es Milán? —explotó Venus incrédula.

Su voz no era de reproche, sino de sorpresa.

—No, me he acostado con mi novio y por eso te lo cuento tan agobiada —dijo golpeando con la palma de su mano el hombro de su amiga tratando que entrase en razón—. ¡Espabila! Claro que con un chico que no es Milán.

—¿Con quién?

—Eso no importa. Lo que importa es que no es Milán.

Venus cogió a su amiga fuerte de las manos.

—¿Te arrepientes?

—Sí, bueno no. O sea, sí...

—¿Lisi?

—No me siento mal por ponerle los cuernos, me siento aterrada de que me pille y de que todo se vaya a la mierda. Esto no puede estar pasando, esto no me puede pasar a mí...

—No entiendo —respondió algo confusa.

—Oh, venga. No eres tan inocente —le recriminó—. No me importa Milán, no siento nada por él.

—Entonces, ¿por qué sigues con él?

Lisi y Milán llevaban juntos desde prescolar. Eran la pareja perfecta. Se veían tan adorables juntos. Todos los envidiaban.

—Venga ya, ¿por qué va a ser? Su familia es la única capaz de sacar a la mía de la bancarrota en la que los manirrotos de mis padres nos han metido —se sinceró.

—Pero, Lisi, no puedes...

—¿Qué?

—No puedes sacrificar tu felicidad por eso— terminó de decir.

—¿Por qué no? —Se rio—. Me lo dice la más indicada.

—No es lo mismo —respondió ella desviando la mirada.

—No, claro que no lo es. Tú sacrificas tu felicidad por el miedo a la mente cerrada de la gente que en verdad no te aporta nada en tu vida, porque si lo hiciesen aceptarían que Damián es lo que más feliz te hace en el mundo. Sacrificas tu felicidad por nada —Hizo una pausa—. Yo, en cambio, la sacrifico por todo. Mi familia, mi estatus, lo es todo para mí. Sacrifico lo que sea para conservarlo. A mi me vale la pena, pero ¿tú crees que a ti también?

Sus palabras eran duras. No quería dañar a su amiga, pero alguien tenía que hacérselo ver.

Venus suspiró. Lisi era una de las pocas personas que sabía lo que pasaba entre ella y Damián. A ella le confiaba todos sus secretos y su vida si fuese necesario.

—Venga, vámonos a clase. No quiero llegar tarde y tú no deberías. Los profesores están que echan humo contigo —le anunció la chica.

—Bueno, ¿y qué tal todo por aquí? —preguntó mientras era arrastrada.

Parecía que su mejor amiga ya no quería seguir hablando del tema y ella no le insistiría. Cuando estuviese preparada ella estaría allí para escucharle.

—Con demasiados cambios —respondió entrando en clase.

Nada más abrir la puerta del aula, todas las miradas se posaron sobre ella. Todos estaban ya sentados con sus libros abiertos. Todos menos ellas dos. 

Ambas avanzaron en silencio hacia sus pupitres mientras Venus comprobaba que había rostros nuevos. Demasiados. ¿De dónde había salido toda esa gente?

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