Capítulo 8

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Los días se fueron sucediendo sin sobresaltos. Ya era sábado. Había llegado la fiesta de la piscina en la casa de Elisabeth.

Venus había llegado pronto para ayudar a Lisi con los preparativos.

—Gracias por hacerte cargo.

—Ni lo digas —respondió Venus con una enorme sonrisa—. Bastante con que tú pongas la casa.

Elisabeth sonrió algo avergonzada. Ella siempre se había encargado de esa fiesta, pero desde que su fortuna había ido en debacle debía mirar mucho sus gastos. No podía permitirse organizar una macrofiesta con todos los gastos que esta conllevaba. Ni siquiera podía permitirse hacer una reunión íntima a la altura de sus invitados, pero claro, eso nadie lo podía saber o hundiría su reputación y sus posibilidades de reflotar. Su familia luchaba por que nada de esto saliese a la luz y manchase su buen apellido. Por eso, Venus se había ofrecido a correr con todos los gastos. Por suerte para ella, su padre contaba con una gran fortuna a su entera disposición.

Ambas salieron al jardín. Habían colocado un grupo de hamacas en el lado izquierdo de la piscina, justo frente a las escaleras sumergibles. Justo en el otro lado un pequeño escenario donde un dj amenizaría la fiesta. Y a la derecha una enorme barra repleta de camareros para que a nadie le faltase de nada. Y, por si no era suficiente, un equipo de diez camareros pasearían por la fiesta ofreciendo bebidas a los asistentes.

—Tendríamos que haber sacado las sombrillas.

La rubia se rio.

—Hace unos quince grados y no hay sol, Venus —respondió Elisabeth a la vez que un escalofrío recorría su cuerpo.

Llevaba un biquini rojo burdeos. Era un bañador push up con copas rellenas y dos bandas de tejido funcionales que salían de las copas. De la braguita también salían dos tiras que enmarcaban sus caderas.

Venus se encogió de hombros.

—¿Y qué? —preguntó como si eso importase en absoluto.

Esta llevaba un trikini negro con escote en forma de corazón y que se ataba al cuello. En el centro tenía un triángulo que dejaba su piel al descubierto. Y los extremos de su cuerpo estaban desnudos a excepción de dos tiras que salían de su braguita y se elevaban algo por encima de su cadera resaltando sus curvas. Por encima llevaba una bata blanca de seda que flotaba con el viento.

Se quitó los manolos. Unos zapatos con un impresionante tacón de aguja que disimulaban su metro sesenta y poco.

Pronto, los asistentes comenzaron a llegar y a coger sitios por el jardín. En la puerta de la casa un hombre uniformado les pedía sus teléfonos. Si no entregabas el tuyo no podías entrar en la fiesta. Era una forma de salvaguardar la intimidad de los allí presentes. De que nada saliese de allí y que así los asistentes pudiesen desmadrarse y sacar todo el estrés que llevaban dentro sin temor a que alguien los viese. Mañana nadie hablaría de ello. Sería como si nunca hubiese pasado.

Venus se quitó la bata y la colocó con suavidad sobre una mesa a la vez que tomaba postura en su hamaca.

Damián la repasó al milímetro casi sin darse cuenta.

—Bueno, vamos al agua, ¿no? —preguntó Paula emocionada mirando a Damián.

—Nosotros no nos metemos en el agua —explicó Mateo con cierto desprecio.

—Oh, no, claro, es muy...

—Pero ve tú, nosotros te esperamos aquí —invitó Venus con una malévola sonrisa.

—No, yo...

—Sí, ve, Mateo te acompañará encantado.

Este se giró hacia su amiga. ¿Qué le acompañaría encantado? Sí, claro...

Forzó una sonrisa.

—Claro, vamos —dijo tratando de que no se le notase nada la poca gracia que le hacía, pero era imposible. 

Mateo era demasiado transparente como para no ver cuáles eran sus sentimientos.

Venus sonrió. Se había librado de la sonrisitas.

—Crema —pidió a Damián ofreciéndole un protector solar de forma pícara.

Sonrió. Darse crema era una de las cosas que sí estaban permitidas entre ellos.

Venus levantó su pierna y él la agarró con fuerza.

Echó un poco de crema en sus manos, las frotó y comenzó a extenderla empezando por su pie. Poco a poco fue subiendo por sus espinillas hasta la rodilla y luego hasta los muslos, donde comenzó a masajear por la zona interna. Venus cerró los ojos y disfrutó al sentir sus fuertes manos acercándose a su zona íntima más y más. Sabía que no acabarían ahí, pero la cercanía le producía un inmenso placer.

Damián aprovechó el momento para poder acariciar la piel de la chica de una forma que en otro contexto hubiese sido inapropiada. Con cada caricia sentía la necesidad se avanzar más. De dejar libres sus manos y lograr estremecer a Venus de placer, pero no podía. Debía contenerse.

Suspiró y se levantó para pedir una copa y Milán le acompañó.

Paula no tardó en volver junto al resto. Venus la miró con desgana.

—¿No estaba buena el agua? —preguntó en tono burlón.

—En realidad estaba esperando a que los chicos se fuesen para hablar con vosotras —les confesó con una esplendida sonrisa.

Venus bostezó. ¿Quería hablar de chicos con ella? Lo que le faltaba.

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