Capítulo 40

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Venus abrió la puerta de su casa. Estaba tensa. Se sentía extraña. En el trayecto de vuelta había querido olvidar las palabras de Alejo, pero no había podido. ¿Por qué le afectaba tanto? Sabía que él no tenía razón. Ella no era así. Y, desde luego, no quería la lástima de ese chico. ¿Quién se creía? No la conocía de nada. No sabía quién era. Entonces, ¿por qué se tomaba esos derechos? Y, sobre todo, ¿por qué a ella esas palabras le habían calado tan hondo?, ¿por qué les estaba dando tanta importancia?

Venus estaba más que acostumbrada a escuchar cosas sobre ella. No siempre buenas. Más bien casi nunca buenas, pero nunca le había importado. Siempre pasaba de lo que opinase el resto. No te daña quien quiere si no quien puede. Siempre lo había sentido así. Entonces, ¿por qué Alejo sí que podía dañarla? No tenía ningún sentido.

—¿Y Lucía?

La voz de Damián la sobresaltó.

—Sigue en casa de Anisa —respondió algo seca.

Seguramente Damián seguiría enfadado por la discusión que habían tenido Lucía y ella la noche anterior. Y ella no estaba dispuesta a tener un enfrentamiento con él en ese momento.

—¿Te pasa algo? —preguntó él preocupado.

—No —mintió ella.

—Venus, soy yo. A mí no puedes mentirme —le dijo acercándose a ella—. ¿Qué te ocurre?

—Que no tenía que haber ido —se limitó a responder y él le abrazó.

—¿Puedo hacer algo? 

—Solo sigue abrazándome —pidió ella.

—Ey, ¡yo también quiero un abrazo!

Venus se giró hacia Mateo.

—¿Qué haces tú aquí?

—Hola, Venus, ¿qué tal?, ¿bien? Yo también, gracias por preguntar —teatralizó su amigo fingiendo que lo había ofendido.

Venus se rio y lo abrazó.

—¿Interrumpo? —preguntó ella divertida mirando a Damián y Mateo.

—Pues sí, pero qué remedio —bromeó Mateo y Venus golpeó su brazo.

—Ey, dile algo. ¡Es una agresiva! —se quejó a Damián en broma.

Damián levantó los brazos en señal de que con él no iba la cosa.

Venus se quitó los tacones y corrió hacia la piscina.

Se tumbó boca arriba en el bordillo y metió los pies dentro del agua.

Los chicos le siguieron. Y de pronto los tres comenzaron a reír.

—Hacía mucho que no estábamos solos los tres —comentó Venus.

—Desde Cannes —respondieron Damián y Mateo al unísono.

—¡Es verdad! Nos colamos en el festival diciendo que éramos los hijos de los organizadores.

—Cierto, os salve con mi excelente francés —respondió Mateo orgulloso.

—Sí... Aún tengo pesadillas con tu horrible acento —recordó Venus entre risas y Mateó le salpicó—. Sabéis, tengo algo que confesaros —añadió incorporándose y sentándose con las piernas cruzadas.

Los chicos le miraron algo preocupados y se incorporaron también.

—En verdad sí que teníamos entradas —dijo poniendo su carita de niña buena.

—¿Qué?

La voz de Mateo alertó a Venus, quien se levantó de un salto y se escondió detrás de Damián.

Este la cogió y la sentó junto a él mientras la rodeaba con sus fuertes brazos.

Venus trataba de contener la risa, mientras Mateo no le quitaba la vista de encima.

—Venga ya, no me mires así. ¿A que con toda la adrenalina lo pasasteis muchísimo mejor todos los días?

—Venus, ¡corrí como si no hubiese un mañana cuando nos pillaron!, ¡pensé que lo echaba todo! ¡Pero si tuve agujetas por días!

La chica comenzó a reír sin poder evitarlo.

—¡Damián! —se quejó Mateo esperando que su amigo le apoyase, pero este a duras penas aguantaba la risa—. Muy bien, par de traidores —bromeó.

—Bueno, eso he de decir que no es culpa mía. Es tu poca costumbre de hacer ejercicio —dijo Venus quitándose el problema de encima.

—¿Perdona? Yo hago mucho ejercicio —provocó guiñándole un ojo.

Venus se giró hacia Damián con una pícara sonrisa.

—¿Me está lanzando una indecente indirecta? 

—Ha parecido más una directa —respondió este divertido abrazándola más fuerte.

Le gustaba poder estar así con ella sin preocuparse de qué dirían o pensarían los demás. Poder actuar como dos adolescentes enamorados normales.

Mateo negó con la cabeza.

—Venus, sabes que te quiero, pero no para eso. No eres mi tipo —Se giró hacia Damián—. En cambio tú, Damián, ya sabes que si decides probar estoy más que dispuesto a ofrecerme —añadió guiñándole un ojo.

Todos comenzaron a reírse.

Mateo siempre había pensado que Damián estaba muy bueno, con ese cuerpo alto y musculado de deportista. Y luego, ese mentón pronunciado, sus ojos azules penetrantes y su pelo negro azabache le daban una apariencia misteriosa e irresistible, pero tenía claro que nunca pasaría nada. No solo porque Damián no compartiese sus preferencias sexuales, sino porque Mateo sentía a Venus como a una hermana y nunca podría hacerle tanto daño. Así que a Mateo le gustaba jugar y provocar, pero eso era todo.

Entonces Venus se quitó la camisa y los pantalones y se quedó con tan solo un conjunto negro de encaje.

—Pues no sabes lo que te pierdes —bromeó tratando de sonar seductora, pero con Mateo era imposible.

—Venus, Venus, Venus... —respondió este quitándose también la ropa y quedándose con unos bóxers blancos.

—Te toca —provocó ella lanzándose a la piscina.

Damián sonrió.

—Creo que paso —comentó burlón.

Venus y Mateo se miraron divertidos y este segundo se lanzó a la piscina y cogió a Venus.

Ella colocó una mano por sus hombros y la otra la enredó por su pelo.

Ambos se fueron acercando casi hasta besarse. No era la primera vez que lo hacían. De hecho, en varias ocasiones la gente se había pensado que tenían algo más que una bonita amistad. Para ellos era pura diversión, un juego en el que ninguno podía salir herido. Nunca había más ni significaba nada para ninguno. 

Entonces, Damián surgió entre los dos y cogió a Venus por la cadera. Ella entrelazó sus piernas por el torso de este y comenzó a besar su cuello.


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