Prólogo

258 18 0
                                    

En estos años he aprendido que cada golpe superado es una victoria que no puedes menospreciar por más pequeña que haya sido. Cada mínimo paso que des sí cuenta. Cada tropiezo te hace más fuerte y te deja algo nuevo de la vida que aprender.

He descubierto que el tiempo no cura las heridas, sino nosotros mismos, él solo se encarga de menguar el dolor, consigue que los recuerdos se vayan ensombreciendo, tomando una forma distinta de cuando ocurrieron y evita que los sentimientos ligados a ellos te ataquen con intensidad nublando tu racionalidad.

Las personas que son guiadas por el corazón suelen olvidarse de como se piensa con la cabeza. Y no es que esté mal, pero corren más riesgo de caer en la decepción por culpa de idealizar a alguien más y posteriormente compararlo con la realidad.

Aunque un amor por más triste que haya terminado no te mata por completo, te endurece el alma quizás como también te fortalece el corazón, a pesar de que una parte del mismo se quede con aquella persona que en su momento te hizo feliz.

La vida era un ciclo y lo que alguna vez brilló volvería a brillar por más apagado que estuviese si ese es su destino.

El pasado condena, el presente decide y el futuro de todas las personas es un lienzo en blanco pero con un boceto en mente, dispuesto a llenarse de colores, trazos, manchas, líneas e incluso errores que con un poco de paciencia irás arreglando, perfeccionando hasta que no quede más que el recuerdo de lo que alguna vez fue consiguiendo el resultando de tu vida, la mejor versión, tú mayor obra de arte.

La que encapsula el momento cumbre, el que quieres que siempre se mantenga en tu presente, inmortalizando igual que en un lienzo, igual que un artista queriendo plasmar una ocasión transcendental para su estadía pasajera por este mundo. Igual que un fotógrafo que captura en una foto un recuerdo, encierra una sonrisa, un renacer por toda una eternidad...un registro de la existencia de algo imposible de borrar. Eso era un recuerdo del alma.

Dolía pensar en el pasado, ver atrás y saber que mucho pudo ser diferente, y la actualidad podría ser otra, una en donde mi versión no les hablaría de una fortaleza que se alimentaba del miedo a que me hagan daño y se convertía en escudo de los escombros de un corazón incompleto hecho pedazos, donde les contaría del encuentro de la felicidad que había cuando se alcanzaba los sueños, de la libertad que sentías al ser egoísta y pensar en ti aunque solo fuese por unos segundos.

Pero lo que siempre solía repetir acerca de mi historia era que no esperaran un cuento de hadas con un príncipe que rescata a una princesa en peligro, sino el de una persona en constante lucha con sus demonios que conoció en persona al que más la atormentaría de todos.

A estas alturas era necesario decir que las cosas sucedían por algo, Aarón y yo estábamos destinados a separarnos por un intervalo de tiempo, que a nuestro infinito le pusieron un límite, que nuestras promesas nunca se rompieron sino se pausaron, que nuestro océano de aguas cristalinas y mansas, hoy era de aguas oscuras y tormentosas, difíciles de naufragar pero no imposibles.

Por tres años nos consideré como un amor pasajero e irrepetible, como la más grande y única ilusión que me permití sentir con el corazón, nos denominé un error, un nosotros que no existía más. Hasta que la verdad se fue asomando y con ella la variación de la perspectiva de un final mal contado.

Por ahora éramos Aarón Ruiz y Julietha Navarro, dos desconocidos que compartían un recuerdo, dos personas que afrontaban la vida de diferente manera sintiendo lo mismo, dos alma testarudas que aunque lo intenten no pueden separarse, que rehuyen de su destino y en ese proceso solo...se lastiman cada vez más.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora