Capítulo 3

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~ Julietha ~
Doña exquisitez

—Más ajustado a la cintura. El corsé puede cerrarse más.—apuntó mi suegra mientras me veía a través del espejo y yo estaba encima de un podio, parecía una dictadora que nunca me dejaba hablar.

La dependienta de la boutique que nos estaba atendiendo luchaba más con ella y sus exigentes preferencias que conmigo y mis limitadas palabras. Me miró como quien pide ayuda a quien parece ser su único salvador, y yo le devolví una mirada de disculpa porque yo no me enfrentaría a esa señora.

Martha Scott de Graham era perfeccionista y demandante, además de terca hasta el cansancio, sentía que era una especie de karma, yo a veces solía ser igual de testaruda, aunque es necesario aclarar que lo hacía por mi afición de fastidiar a mi prójimo a consciencia debido a un aburrimiento momentáneo.

Tomé aire cuando ajustaron el vestido aún más sin avisar antes, aunque preví la acción, mi respiración se contrajo, agradecí no haber probado bocado en lo que iba del día, era ahora cuando ser dormilona, y por ello no tener tiempo de comer porque tenías a tu suegra apurándote, era una ventaja y no lo contrario.

Se detuvo a mi lado, colocó sus manos en mi cintura como si la pudiera medir de aquella forma y luego me puso de perfil, era una muñeca para ella, me manejaba a su antojo y yo, creo que en ese entonces era una esponja que absorbía cada actitud que me disgustaba del resto sin emitir replica, ya no quería mas disputas en mi vida.

Había cedido tanto por alcanzar aquello que hace unos años quería con todas mis fuerzas: ser feliz, que lo que había perdido era lo poco que me acercaba a tener ello, y ahora ya era imposible recuperarlo, por lo tanto, cada vez mi felicidad se veía más difícil de alcanzar.

—Ves como se le marca los rollitos que tiene en el abdomen.—señaló algo que yo no veía y que no me obligaría a ver porque no era cierto, ella solo exageraba. Yo no estaba subida de peso, yo no podía volver a crearme esas tontas inseguridades—Ella no puede caminar al altar así el día de su boda, se va a casar con Elliot Graham, con mi hijo, no con cualquiera. No me gusta, quiero ver el otro. Julietha ve a probártelo.

Me tragué mis réplicas al recordar que mis ahorros habían decrecido de cierta manera debido a darme lujos que no me podía permitir pero eran muy necesarios si quería seguir moviéndome dentro del mundo en el que estaba viviendo. Por eso mismo, no podía tomar un avión y regresarme a Paris en la primera oportunidad que me dieran para escaparme.

Martha era quien se estuvo encargando de hasta el más mínimo detalle de la boda desde que su hijo me propuso matrimonio, incluso ya no estaba tan segura de si es que todo lo que había planeado Elliot para la pedida de mano había solo su idea o su madre también había interferido en sus decisiones como solía hacer siempre.

La asesora—que tampoco era escuchada aunque sabía más que nosotras juntas en este ámbito—que parecía tener más arrugas debido a la bruja que sería mi familia en menos de un año, me dejó en el probador tras ayudarme a quitar el nudo del corsé que me apresaba, rodeada de miles de vestidos en fundas que habían sido rechazados por Martha y con unos pocos que aún no habían pasado por mi cuerpo.

Pude respirar al fin cuando conseguí quitarme la camisa de fuerza que me apresaba de la cintura hacia abajo, me senté en el pequeño sillón en una esquina del cuarto de paredes blancas con un espejo inmenso. Eché la cabeza hacia atrás, centrándome en el foco que alumbraba el espacio.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora