Capítulo 4

111 8 0
                                    

~ Julietha ~
Los fantasmas vuelven

El trayecto en tren fue bastante pesado pero entretenido, no era la primera vez que me subía a uno, así que conseguí no perderme ni bajar en otra estación que no fuese la mía.

Salí muy temprano de Marsella, casi antes del amanecer y solo alcancé a enviarle un mensaje a Elliot de mi decisión de marcharme ya que no lo encontré por ningún lado. Solo lo leyó y no recibí respuesta de su parte, lo tomé como si me estuviera haciendo la ley del hielo, o algo parecido.

A penas llegué a mi apartamento, dejé las maletas en mi habitación, me quité los botines y me acosté en mi cama, quedándome dormida al poco tiempo de haberme arropado con una cobija y con el ruido de fondo que emitía la televisión que estaba empotrada en la pared del frente.

Me aferré con más fuerza a la manta que había adoptado como mi mayor posesión por ese momento, me encogí, haciéndome más pequeña, algo parecido a estar comprimida a tal grado de estar a punto de desaparecer.

El paraje oscuro se pintó por el pesar de mis párpados, los murmullos, susurros y las voces empezaban a entonarse y sentí que negaba imperceptiblemente igual a aquella persona que intenta espantar un insecto de su rostro, tan solo que yo quería evaporar recuerdos de mi memoria.

Las pisadas iban siendo cada vez más marcadas conforme se acercaban.

El espacio donde estaba se reducía un centímetro por cada segundo que transcurría.

La oscuridad me abrazaba mientras mi cuerpo se hundía más en ella, tratando de esconderse de lo que había fuera.

«Ella no, suéltala a ella. Tus problemas son conmigo, no con nuestros hijos» esa frase se oyó de fondo, vibrante y estruendosa, en un tono quebrado, estrepitoso que era interferido por el sollozo de una persona que impedía el paso de la otra.

Dos siluetas en medio de la escena.
Dos voces. Una suplicante y otra decidida.
Dos acciones. El engaño y la rabia.
Dos sentencias. La mentira y la verdad.
Dos maneras de acabar con una vida.

El armario era mi lugar seguro. El espacio más pequeño de casa era siempre el espacio con más secretos ocultos.

Las puertas se abrieron, Logan no estaba cerca, mamá intentó alejarlo jalándolo del hombro para que no me golpeara, para que su puño no arremetiera contra mí por haber roto su taza favorita.

Había mucho alcohol en su sistema, parecía tener la vista nublada y el color en sus ojos no era el que te transmitía calma sino que te presentaba el inicio de un huracán arrebatador. Papá no era papá. Mamá consiguió que la viera, que olvidara que yo estaba allí y vi el rencor con que sus ojos azules impactaban contra los de ella, que tenía el labio partido y su pómulo empezaba a teñirse de violeta.

«Fue tu culpa, tú me convertiste en esto» lo oí claramente, como señalaba a la mujer pelirroja frente a mí, como luchaba por pronunciar las palabras con decisión, tratando de...de no quebrarse en aquel momento.

«Tú me convertiste en una bestia, en un monstruo para nuestros hijos cuando la única villana aquí eres tú» siguió replicando y yo me tapé los oídos negando, y meciéndome en el rincón del armario. Yo solo quería que pararan, que no hubiera más gritos, no más golpes, no más violencia.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora