Capítulo 37

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Feliz cumpleaños, arquitecto
~ Aarón ~

4 de Abril del 2025.

La cabeza me retumbaba pero no fue impedimento para encender el cigarrillo e ir dando caladas, descansando el brazo en la ventanilla del auto.

Era algo confuso todo, me sentía extraño y a la vez tranquilo. Resultaba una mezcla de emociones el dar pasos que no sabías con certeza si serían en falso o no. Pero terminaron siendo más firmes de lo que parecían.

Julietha reposaba su cuerpo en el asiento a mi lado, con su rostro observando el cielo aclarándose poco a poco. No supe en qué momento se me había dado por proponerle que me siguiese hasta aquí pero la posibilidad de que tomara mi mano y aceptara era casi nula, sin embargo, existía, y ese fue el desenlace.

Con Julietha a mi lado, volvía a sentir que el aire ingresaba a mis pulmones y de cierta forma la vida cobraba algo de color. Era una clara evidencia de dependencia quizás, pero estaba seguro que podía seguir respirando sin ella, y eso no era algo que quisiera o fuera parte de mis opciones. Volver a sentirla cerca de mí hacia latir mi corazón con rapidez y comportarme como un idiota que es capaz de regalar un jardín real con tal de ver una sonrisa en el rostro de la persona que quiere.

—¿La ibas a vender?—preguntó haciéndome salir de mis pensamientos. Giró su rostro para verme, aún llevaba la camisa de la noche anterior, solo que más desarreglada y por fuera del pantalón. Arrugó el entrecejo cuando vio el cigarrillo entre mis labios pero ni siquiera hice el amago de apagarlo.

Estaba ansioso y la nicotina me ayudaba un poco a regular esos nervios. Solo que ella no sabía los motivos por los que fumaba, creía que tan solo era un vicio que se había vuelto una mala costumbre.

—No.—le respondí lacónico solo para oírla preguntar el por qué.

De cierta forma me hacía colmar la paciencia, ya que parecía una niña pequeña queriendo conocer una explicación de todo, sin embargo me gustaba que lo hiciera. Oírla interesarse, querer llegar al fondo de todo.

Pero la pregunta nunca llegó. Se sumió en un silencio que no quise romper y así nos quedamos hasta llegar a la casa de playa, pasando antes por el parque en el que una vez tuvimos un picnic improvisado delante de varias personas, vimos el restaurante cerrado en el que comimos bastantes noches y demás lugares que no podía asegurar que ella también recordara. La había lastimado y al hacerlo era probable que su memoria bloqueara la mayoría de recuerdos buenos conmigo, dejándole tan solo los malos, aquello que promovían su tristeza, su recelo, su odio hacia mí.

Bajamos del coche, ella se quedó unos segundos enfrente de la casa contemplando la fachada con las manos en su sudadera gigantesca que parecía quedarle como una sábana y cubría hasta la mitad de sus muslos.

Me quedé quieto al cerrar la puerta del conductor, observándola a ella, su coleta despeinada, tratando de recordar las curvas que aquella tela escondía, su naturaleza rebelde no le restaba belleza, es más, verla tan ella misma la hacía más hermosa. Sin ninguna gota de maquillaje, sin expresiones falsas, sin máscara alguna que ocultara sus sentimientos.

Me encaminé hasta ella. Dudé si rodearla con mis brazos o no, moría por hacerlo. Extrañaba en infinitud poder tenerla conmigo, poder besarla cuando se me diera la gana, abrazarla hasta no dejarla respirar, que esa pequeña chica que creía ser un desastre fuese mía de nuevo. Su mano buscó la mía y la sujeté con delicadeza. La trataba así desde que la volví a ver, porque vivía con el miedo de romperla otra vez, la veía como un frágil cristal que debía cuidar.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora