Capitulo 8

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~ Julietha ~
De regreso a casa

Fue inevitable. Fue absolutamente absurdo que intentaran hacerme cambiar de opinión cuando le dije a Olivia a donde me dirigía a pasar la noche tras ser llevadas e instaladas en el hotel con Ulises, el tasador de los cuadros de la galería, haciendo de nuestro chofer improvisado y muy eficiente, por cierto.

—¿Aquí está bien?—me preguntó cuando le pedí que me dejara a una calle antes de casa. Asentí, agradeciéndole con una enorme sonrisa y prometiendo que estaría temprano mañana en el hotel.

Me quité la casaca de mezclilla y amarrándola alrededor de mi cintura me encaminé por la vereda observando el vecindario donde literalmente había crecido. Las frondosos copas de los árboles formaban una sombra ante los cálidos días en Seattle. Era primavera aquí y los rayos del sol nunca me parecieron tan brillantes como ahora.

Fue un viaje de varias horas que valieron la pena cuando vi al pequeño niño—aún era un niño para mí—castaño de 11 años corriendo tras un balón tratando de anotarlo en una portería fabricada con rapidez y a punto de caerse. Apresuré el paso, los gritos ya no se oían tan lejanos, las gotas de sudor en su frente eran más visibles, su agitación y sus ganas por meter el balón a la portería atrajeron a mi pecho una sensación de hogar.

Ver a Santiago luego de tres años me produjo esos sentimientos que causaban un cosquilleo, un remezón en todo tu cuerpo por la intensidad con la que llegaban a presentarse, aquellos que no había experimentado desde hacía un buen tiempo, ya que a pesar de tener una vida de la que no podía quejarme en Francia cada día parecía la labor más complicado algo tan sencillo como levantarme de la cama.

—¡Gooool!—gritó dando vueltas y golpeando su pecho cuando pudo consiguir su cometido.

—¡Bravo!—alenté colocando mis manos sobre mi boca como un megáfono—¡Ese es mi único futbolista favorito!—chillé tratando de lidiar con las lágrimas de felicidad.

Se dio cuenta que estaba allí y pareció que su mundo se detuvo. La expresión en su rostro se esfumó, ambos nos quedamos congelados en nuestros lugares, yo sin saber cómo reaccionar porque aún recordaba la ultima vez que me llamó, incluso me dijo que su deseo de cumpleaños era tenerme ahí y vi como parpadeó sin saber que hacer con mi presencia.

Avanzó unos pasos y se quedó delante de mí, era tan solo un poco más bajo que yo, sus ojos color miel oscuro me examinaron, no parecía creer que estaba allí. Y no era una sorpresa que asimiló con facilidad, me ausenté muchos años, contesté la mayoría de sus llamadas, traté de estar con él a distancia, intentando de no debilitarle al oír su voz mediante un auricular siendo consciente que yo pertenecía a este lugar, al lado de mi pequeño hermano, en mi pequeña casa y con mi pequeña familia.

—¿Eres real?—susurró incrédulo.

—Estoy aquí, Santiago. Soy la Julietha de verdad.—dije acercándome para rodearlo con mis brazos.

Sus labios se abrían como si fuese un muñeco ventrílocuo que desajustaba su mandíbula con un destornillador.

—¡Julietha estás aquí!—bramó en un estruendoso grito que me provocó risas cuando acortó la distancia y llegó a abrazarme.—¡No me lo creo! ¡Eres tú! ¡Y no estás a través de una pantalla! ¡Eres de carne y hueso!

Acaricié su cabello que necesitaba un corte y lo apreté contra mi cuerpo sin querer soltarlo nunca más, las lágrimas fueron inevitables, lo mismo pasó con él, su pecho resonó por el llanto y las risas que soltó.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora