Capítulo 43

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~ Julietha ~
Día de reencuentros

Esperé que él regresara observando la pequeña embarcación a lo lejos desde el asiento de copiloto del Ferrari de Aarón. Viendo cómo está se alejaba cada vez más y se volvía más difícil de ubicar entre la marea y que también disminuía su tamaño a la distancia.

Me sentía aún un poco confusa, como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo pero aún siguiese teniendo las riendas de mi vida, era extraño la resaca emocional, así era como yo lo llamaba. Esa inefable paz tras una montaña rusa de emociones que venían una tras otra y te hacían decir, mirar, actuar, sentir igual que una ráfaga violenta de viento.

No volteé la mirada y no fue necesario para saber que él estaba a punto de subir al vehículo, mi cuerpo supo avecinarme que ya estaba cerca. Mi piel se erizó, mis manos temblaron ligeramente, sentí un pequeño pinchazo en el pecho que poco después ralentizaría mi respiración, mis latidos aumentaron ocasionándole una taquicardia y mis labios necesitaron sentir los suyos al estar tan próximos el uno del otro.

A pesar de la poca distancia dentro de aquel auto, aún algo me decía que no estábamos ni a un paso de alcanzarnos; había un vacío en medio que nos impedía ser él y yo de nuevo como en el pasado, que nos prohibía besarnos sin ese regusto de temor o angustia por caer al abismo en medio de ambos, del cual resurgía una muralla tan resistente como frágil, tan diáfana como opaca, tan alta como fina.

—Ven aquí. Déjame curarte esas heridas.—me susurró tomando la mano que trate de esconder en el bolsillo de mi sudadera.

—Estoy bien así.—musité tratando de no entrar en contacto con su piel, no quería perder, necesitaba mantener la poca cordura que aún albergaba y la calidez con la que me tocaba no me la ponía tan fácil.

—No. No lo estás.—me obligó a extender los nudillos y sacó de su maleta bolitas de algodón con alcohol (ya lo tenía previsto) para limpiar la sangre seca de mi piel pálida y luego la vendó para que no siguiese haciéndome más daño.—Sigo pensando que no debías estar aquí.

—Ambos nos metimos a hurgar en el mundo del otro,—hablé como antaño él hacía, con ese aura filosófico, de misterio que lo embargaba todo y te teletransporta a imaginar lo que estaba diciendo—a sabiendas que había lugares oscuros que no serían fácil de surcar.

—Julietha...mis demonios no tienen porque ser los tuyos.—giro su rostro observándome. Me senté de costado, con una pierna flexionada y la rodilla rozando el freno de mano.

—¿Y tú si puedes cargar con los míos?—le reproché haciendo que se replanteara su afirmación—¿Acaso eso es justo?

—Yo me siento cómodo con ello.—me sorprendió oírlo hablar así—A mí no me importa hacerlo. Son parte de ti. Y eso ya es un buen motivo para aceptarlos.

¿Y por qué no creía que yo también aceptaba los de él? Sabíamos que él era un demonio en calma y yo un ángel atormentado. Ambos llevábamos la oscuridad de diferente formas y no me importaba. Porque no le temía, nunca había llegado a temerle.

—Esto también es parte de ti.—refuté.

—No es tu mundo.—aseveró con firmeza—Y esto puede oscurecer aún más el tuyo.—sabía porque lo decía, esos recuerdos que luego se representaban en pesadillas.

Contigo hasta el infinito (INFINITO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora