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Los pocos días de descanso que tiene Remus antes de iniciar su tercer y último trimestre en su primer año de bachillerato, los utiliza para estudiar y resguardarse en la guarida que se ha convertido su habitación. Aún recuerda lo sucedido en ese club nocturno. Cada que cierra los ojos ve a Sirius bailando frente a él; y tiene que hacer uso de todo su autocontrol para no tener una erección involuntaria. Ni cuando tenía doce años le sucedían ese tipo de cosas.

Es un domingo, después de misa, que la motocicleta de Sirius se hace presente frente a la casa de Remus. Hope se regresó antes puesto que se sentía un poco cansada, y Remus se quedó en la iglesia hasta que toda la canasta de galletas que llevó se acabó. Es por eso que no se sorprende al no ver rastro alguno de Sirius, y es algo que agradece. No sabe cómo volver a verlo a los ojos sin sentir vergüenza por lo ocurrido. Ni siquiera sabe si Sirius se siente igual que él, aunque, conociendo a Sirius, lo duda mucho. Así que, respira hondo varias veces, espera a que su corazón se estabilice, y abre la puerta de su hogar con una mano temblorosa y sudorosa. Lo primero con lo que se encuentran sus ojos es la amplia y fornida espalda de Sirius. Después, su mamá y la sonrisa que se dibuja en su rostro. Y, por último, ese color gris que le aumenta el ritmo cardíaco. El chico luce bastante normal, y también sonríe en cuanto lo ve. Es salvaje y muy viril, pero nada que indique sobre la erección de Remus frente a todo mundo.

—¿Quieres venir a mi casa? James y Peter estarán. Hay que festejar nuestro último día de descanso como se debe. — Hay tal descaro en su voz que Remus se siente a penado por los dos. No puede creer el tono de que usa para hablar frente a Hope, aunque lo que más le sorprende es que esta parece estar encantada con el chico. Increíble.

Llegan a casa de Sirius no sin antes haber tenido muchos intentos de Remus por rechazar la invitación. Lo que menos quiere es estar en una motocicleta con muy poco espacio entre la espalda del muchacho y el recuerdo de la noche del club. El aire fresco londinense logra regular la temperatura de su cuerpo, y Remus en verdad lo agradece. Sirius entra a la cochera de su casa y no es hasta que la moto está bien estacionada que Remus se baja de ella. A penas se está quitando el casco cuando una tercera persona entra al lugar.

—No me dijiste que ibas a traer visitas, Sirius. — La mujer de voz desdeñosa, cabello largo, negro y ondulado; alta, esbelta, bien proporcionada, rasgos refinados y muy bellos; con ojos azules penetrantes y tonalidades grises llenos de soberbia, es, sin lugar a dudas, la madre de Sirius. El parecido es innegable.

El mencionado no responde. Toma su casco y el de Remus y los cuelga en los manubrios de su vehículo. Remus siente la intensa mirada de la mujer sobre él, e incluso en la intensidad que emplea se parece a su hijo. Se siente escudriñando y criticado. Remus no cree tener el valor suficiente para tan siquiera observarla un poco, puesto que se trata de una mujer que impone. Sin embargo, se sorprende a sí mismo cuando se encuentra con esos ojos tan parecidos a los de Sirius pero que difieren en muchas cosas.

—Buenas tardes. — Saluda Remus lo más cordialmente posible. Primero, se masturba en un baño público; y ahora se encuentra frente a la madre de la persona por la cual se ha masturbado. Sin contar que la persona en cuestión no hace absolutamente nada para aliviar la situación. Sirius mira a su madre con desagrado, encoje la nariz, se comporta como si fuese un perro gruñéndole a algo que detesta demasiado. La mujer parece estar acostumbrada al trato e ignora a su hijo, pone su atención en Remus y eso causa un incremento en los nervios para nada estables del muchacho.

—¿Cuál es tu nombre, jovencito? — La mujer esboza una ligera sonrisa que aparenta amabilidad. Y ese gesto le resulta muy familiar a Remus, como si ya lo hubiese visto antes en algún otro lugar.

—Remus Lupin. — Remus agradece que su voz no se quiebre al hablar. A su lado, Sirius lo toma del brazo y hace el amago de salir del lugar mientras murmura un "solo ignórala". La mujer ensancha su sonrisa, detiene a su hijo. Hay una tensión entre ambos que Remus no logra procesar.

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