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Casi dos horas en carretera, y los chicos llegan a Chichester. Sirius se estaciona frente al primer restaurante que parece gustarle, y todos bajan de la camioneta. Entre los tres despiertan a Peter quien ya tiene la boca abierta con la saliva resbalando hasta su mejilla. Es casi medio día, el cielo sigue despejado y el sol brilla como nunca antes lo ha hecho en invierno. Remus tiene que quitarse el saco de su uniforme junto con la corbata. Además de soleado, está un poco caluroso.

Entran al establecimiento y James escoge la mesa del fondo. Por el lugar ya se ven los trabajadores que están en su horario de comida. Remus se fija en un par que lucen bastante jóvenes, incluso casi de su edad. Es inevitable para él no pensar en las vacaciones de verano pasadas y cómo Sirius usaba ese tiempo para ir a platicar con él. Una ligera sonrisa se forma en su rostro ante los recuerdos.

Lo primero que hace Sirius al sentarse, es ordenar cuatro tarros de cerveza. La mesera lo mira no muy convencida de que los chicos cumplan con la edad mínima requerida para ingerir alcohol, pero Sirius usa ese encanto natural que la vida le dio, y la muchacha anota lo pedido. Se retira y regresa unos minutos después con las cartas. Antes de irse de nuevo, Remus ve claramente que la mesera le guiña un ojo a Sirius con cierta picardía. Esté le devuelve una sonrisa indiscreta, pero, en cuanto ella se va, se gira de inmediato hacia sus amigos.

—Ya me están vendiendo de nuevo para conseguir alcohol ilegalmente. — James levanta una ceja, pone una expresión muy peculiar que le causa gracia a Remus.

—Hermano, tú te vendes solo porque quieres. Y bien que te gusta. — Es en automático que Sirius voltea a ver a Remus. Es como si tratase de justificar cualquier cosa que pudiera manchar la imagen que trata de dar. Sin embargo, Remus solo se ríe y lo mira con la misma complicidad que James y Peter. Sirius parece relajarse un poco. Su ceño se suaviza, y sus labios se curvan con ligereza, un gesto muy natural y hermoso.

Cuando las cervezas llegan, James propone hacer un brindis. Así que los chicos brindan. Brindan por Sirius, quien los ha llevado a salvo hasta Chichester, a pesar de que maneja con las nalgas; brindan por James, quien siempre se encarga de ambientar con excelente música, a pesar que canta como mil gatos sufriendo; brindan por Peter, quien posee un talento nato para dormir , a pesar de que nunca puede mantener su saliva en su lugar; brindan por Remus, quien ese día cumple años y ha aceptado embarcarse a la aventura que acaban de emprender, a pesar de lo aguafiestas que a veces puede llegar a ser. Brindan por todos y porque están vivos. Brindan por los demás comensales. Brindan por la mesera, quien ya se está ofreciendo a Sirius sin descaro. Brindan por la juventud. Brindan por la amistad que tienen. Y brindan por muchas cosas más. Y cada que lo hacen, cada que el sabor amargo de la cerveza inunda la boca de Remus, una gran cantidad de dicha lo llena por dentro. Siente una sensación que jamás, hasta ese momento, ha sentido. Siente que crea lazos fuerte e irrompibles con esos tres chicos que le han ofrecido una oportunidad, se han ofrecido a ellos mismos, y han ofrecido todo lo que le pueden dar. Remus sonríe, se ríe y es feliz.

Los chicos regresan a la camioneta con el estómago lleno y más contentos de lo normal. Remus no es mucho de beber, así que cree los efectos del alcohol empiezan a hacerse presentes. Le pregunta a Sirius si ya van de regreso, y este le responde, con una mirada salvaje, que el viaje a penas comienza. Ya dentro del vehículo, emprenden su travesía de nuevo, solo que está vez es mucho más corta. Veinte minutos y Remus puede ver el mar y la vasta arena que cubre la playa. Bajo los rayos del sol, se ve hermosa. Entran al estacionamiento de la playa de West Wittering, y Remus no está seguro si es el alcohol o la emoción, pero tiene unas inmensas ganas de salir corriendo y meterse al mar con todo y uniforme.

Al bajar, Remus siente la fresca brisa revolotear por su cuerpo, y el salado aroma del mar entrar por su nariz y enrizar su piel. Huele tan bien, huele tan fresco. Huele a que pasara días, semanas y años recordando ese olor. Y junto a él, las imágenes de sus amigos sacando algunas cosas del Jeep verde militar. Sirius con lentes de sol, James con los ojos entrecerrados debido a la luz, y Peter embardunado de protector solar.

Antes de pisar la playa, todos se quitan los zapatos y calcetines, y los meten a una bolsa. Remus observa excitado como sus pies se hunden un poco en la arena, la sensación suave y extraña de sentirla por entre sus dedos, cálida por el sol que ha estado presente durante todo el día. Camina con torpeza, se acostumbra al nuevo suelo que está pisando. Los demás parecen más acostumbrados. Es la primera vez que Remus camina sobre algo así. Es la primera vez que Remus está en frente del inmenso mar y que el sonido de las olas al romperse le llegan tan cerca a sus oídos. No se ha dado cuenta que se ha rezagado un poco, aún inmerso en lo que su mente trata de asimilar.

—¿Te vas a quedado ahí todo el día, Lupin? — Le grita Sirius, quien, junto con James y Peter, ya han sacado lo que han traído. Son un par de sillas plegables, toallas, una bocina, refrescos, vasos, una hielera, y, por supuesto, más alcohol del que Remus puede soportar. Se acerca a sus amigos, un poco tambaleante, no muy seguro de querer mojar su uniforme o tener que entrar al mar en ropa interior.

—Será mejor que vayas por los hielos antes de que te cambies. — Le comenta James a Sirius, quien ya ha empezado a desabrocharse el pantalón. Remus no puede evitarlo y desvía su mirada.

—¿Se van a cambiar aquí? —

Nos vamos a cambiar aquí. — Sirius saca de una de las bolsas un short y se lo lanza a Remus. Este lo atrapa por inercia, haciendo uso de todo su autocontrol para poder ver a Sirius a la cara y no fijarse en lo bien que lucen sus piernas en calzoncillos.

—Tranquilo, solo estamos nosotros. — Comenta James mientras se saca la camisa, alborotando su cabello más de lo normal. Remus no responde. Nunca se ha sentido cómodo con la desnudes de su cuerpo, y mucho menos con gente alrededor de él. Fija su mirada en el short para no ver a sus amigos desvestirse. Aunque tal parece que cada uno está en lo suyo. Hay un ligero sudor, ajeno al clima, que le resbala por la espalda. Su mente se obsesiona, lo ataca, y le hace tener pensamientos que están totalmente fuera de lugar. Se siente expuesto, que los tres chicos lo mirarán directamente, que pensarán sobre Remus, que lo van a criticar, lo juzgarán, lo señalarán. Es horrible el sofocamiento que su cerebro le causa. Remus sabe que ni James, ni Peter, y mucho menos Sirius son así. Lo tiene muy presente. Y sin embargo, se invade de ansiedad. Se invade de todo lo que le arruina el día. Quiere irse, tiene que irse. Debe hacerlo o podría explotar. Aprieta el traje de baño que aún sigue en sus manos. Aprieta sus labios, aprieta todo su cuerpo, listo para excusarse con alguna estupidez y poder huir como un cobarde y sentirse a salvo. Son unos segundos lo que dura la traición de su mente. Sirius lo saca del trance. Lo salva de si mismo.

—Ten. — Es el tintineo que devuelve a Remus a la realidad. El sonido de las olas se hace presente de nuevo. La arena bajo sus pies vuelve a aparecer. Remus atrapa, otra vez, por inercia lo que Sirius le ha aventado. Es una pequeña cajita negra con un llavero, el causante de su campana salvavidas. — Cámbiate en la camioneta.

—Solo no te tardes demasiado porque Sirius tiene que ir por los hielos.

—Ve tú, yo ya manejé. — James se sube el traje de baño y mira a Peter con mucha seriedad.

—Es hora de que aprendas a manejar, Peter.

—Y ser el mandadero, no gracias. — James se queja, Peter se queja y Sirius también, para convivir. Remus los observa en silencio. Los observa sin creer lo bendecido que ha sido al formar parte de la vida de esos chicos. Entre la discusión, su mirada se encuentra con la de Sirius. Se ha quitado los lentes de sol, tiene el pecho descubierto y unos brazos de infarto. Pero no hay nada que pueda alejar a Remus de esos ojos grises. No sabe cómo agradecerles; no sabe qué hacer para que sepan la paz que le causan; para que se enteren que lo ayudan más de lo que creen; para que entiendan que sin ellos, Remus se habría perdido, estaría solo, estaría... vacío. 

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